Para hacer fotos

Editorial · Fernando de Haro
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23 agosto 2022
Un hombre mayor, casi anciano, con el pelo blanco, con los ojos cerrados, con un gesto de dolor. Un hombre, seguramente, con la conciencia de que su vida está cerca de acabarse después de haber luchado mucho.

Es una de las imágenes del trabajo Family Car Trouble de Gus Powell, uno de los grandes Street photographers del momento. En el Meeting de Rimini de este año, una de las exposiciones está dedicada a Powell. El fotógrafo estadounidense ha explicado en varias ocasiones que no es lo mismo tomar una foto (take a picture) que hacer una foto (making a picture). Para Gus Powell hacer fotos, es “meterse él mismo en lo que hace para captar todo lo que está sucediendo”. No quiere usar la cámara para “replicar cosas”. “¿Qué se puede hacer con algo que no se revela inmediatamente?”, se pregunta Powell. Es necesario “pensar acerca de uno mismo” para comprender a la gente que camina por la calle, a los niños que juegan. Sin la humanidad del que mira no se intercepta la humanidad del mirado. La de Powell es una interesante provocación en una edición del Meeting de Rimini que tiene por título “una pasión por el hombre”.

Una pasión más necesaria que nunca, en este momento en el que todos damos por supuesto qué significa tener un nombre y un apellido, en un momento en el que, como ha dicho Alberto Cozzi, pasamos la vida sin descubrirnos hombres. La pasión por el hombre a estas alturas ya no puede identificarse con un compromiso para mejorar la vida social o con un esfuerzo para moralizar un mundo en desorden. Tampoco puede identificarse con proyectos para construir asociaciones que espiritualicen o evangelicen el mundo. Probablemente la pasión a la que hace referencia el Meeting de Rimini solo pueda alimentarse y reconstruirse en 2022 con una sorpresa por la humanidad que llevamos todos encima desde que nos levantamos hasta que nos acostamos. 

Una sorpresa por la humanidad misteriosa, exigente, inflexible, insaciable, necesitada y habitada que hay en cada uno de nosotros. Sin “meter nuestra propia humanidad” en la foto, como dice Powell, no entendemos nada de lo que vemos, no nos entendemos. Pero tenemos miedo a la humanidad que hay en nosotros. Creemos, nos han convencido, que es necesario mortificarla, ponerla en orden, evitarle que se pierda en subjetivismos. Nos han convencido de que es necesario hacer un trabajo inhumano para poner en orden nuestra humanidad antes de que pueda aparecer. Nos han convencido de que no es conveniente oír esa humanidad porque nuestra capacidad y nuestra capacidad de amar están corrompidas. La tarea es exactamente la contraria, consiste en que nuestra humanidad se exprese tal y como la hemos recibido. 

Tenemos miedo de acabar sucumbiendo al narcisismo como si ese fuera el gran mal de este tiempo. Se nos antoja que el narcisismo, como dice Tom Nichols, es la gran amenaza para la vida democrática, para la vida social, para la vida moral. Seguramente es así. Pero el problema del narcisismo no es un exceso de yo, es una falta de yo, una simplificación del yo que impide percibir al otro, al Otro, que llevamos dentro. 

La situación geoestratégica, económica, política y tecnológica es una buena oportunidad para avivar la pasión por el hombre así entendida. Nos habían convencido de que, tras la caída del comunismo, un comercio globalizado era suficiente para traernos la paz. La necesaria deslocalización, provocada por la crisis de las cadenas de suministro mundial, nos ha hecho caer en la cuenta de que ser hombre es mucho más que intervenir en un mercado perfecto o cuasi perfecto. El retorno a un orden (desorden) mundial basado exclusivamente en el uso de la fuerza nos ha ayudado a entender que llevamos dentro una necesidad de justicia que no se silencia ni con discursos pacifistas ni con resignación. El hecho de que se multipliquen los sistemas autocráticos por el mundo (Rusia y Turquía son dos buenos ejemplos) nos ha ayudado a entender que la democracia no solo necesita valores sino humanidades que no se dejen manipular. La proliferación de los populismos nos ha mostrado que la exigencia de significado es tan profunda que si no encuentra respuesta está dispuesta a aceptar a cualquier ídolo que instrumentalice la “tradición cristiana” o “el verdadero islam”. El vertiginoso desarrollo de la Inteligencia Artificial nos apremia, necesitamos saber cómo comprende, cómo entiende, cómo aferra la realidad, un hombre-hombre. 

Este comienzo del siglo XXI es una gran invitación para redescubrir la desconocida humanidad que hay en nosotros. La paradoja es que para despertar esa pasión solo hay un instrumento: la piel, el contacto estrecho, el abrazo (físico, no espiritual) de la humanidad de otro hombre. El Me Too ha rebajado nuestra carga erótica. Los abusos sexuales nos llevan a distanciarnos de los compañeros de trabajo, de los alumnos, de todos. También este es un buen desafío. Por eso es más necesaria que nunca la libertad. Por eso es una estupidez pensar que las reglas son suficientes. Solo hay un modo de hacer fotos.

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