Para cuando volvamos a construir

Mundo · Giorgio Vittadini
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30 marzo 2020
Estaría bien que muchos ejemplos grandes y pequeños que llenan los informativos de estos días quedaran grabados en la memoria colectiva. Nos vendrán bien cuando tengamos que volver a empezar. Es bueno recordar la dedicación y el sacrificio del personal sanitario, que está viviendo cada día entre la vida y la muerte; el ejército de voluntarios que está prodigando apoyo y asistencia de todo tipo; todos aquellos que van a trabajar en condiciones complicadas, con sueldo reducidos, vacaciones anticipadas; las enormes donaciones de empresarios y ciudadanos particulares; los profesores de todos los niveles que se inventan todo lo que pueden para dar clase online; la cantidad de empresas que han reconvertido su actividad para fabricar mascarillas u otro material sanitario.

Estaría bien que muchos ejemplos grandes y pequeños que llenan los informativos de estos días quedaran grabados en la memoria colectiva. Nos vendrán bien cuando tengamos que volver a empezar. Es bueno recordar la dedicación y el sacrificio del personal sanitario, que está viviendo cada día entre la vida y la muerte; el ejército de voluntarios que está prodigando apoyo y asistencia de todo tipo; todos aquellos que van a trabajar en condiciones complicadas, con sueldo reducidos, vacaciones anticipadas; las enormes donaciones de empresarios y ciudadanos particulares; los profesores de todos los niveles que se inventan todo lo que pueden para dar clase online; la cantidad de empresas que han reconvertido su actividad para fabricar mascarillas u otro material sanitario.

El signo de estos tiempos no es solo la voluntad y la generosidad, sino también la capacidad. Cuando tengamos que reconstruir el tejido social y económico a nuestro alrededor, sabremos que disponemos de “recursos humanos”. Ciertamente, no bastarán, pero también aquellos que deben tomar decisiones públicas, cuando tengan que tomar medidas para volver a levantar su país, tendrán que dar todo de sí, lo mejor de su persona. Tendrán que tener una estatura, una perspectiva, una percepción del cambio de época que nos espera.

El problema es que no podemos esperar, hay que empezar a pensar ya en la reconstrucción. Será forzosamente una etapa que servirá también de ocasión para realizar cambios radicales de ruta y, a mayor razón, hay que empezar a recoger ideas cuanto antes.

Hay que empezar a planificar, por ejemplo, por qué sectores se va a empezar primero. La capacidad indiscutible de hacer frente a las emergencias debe convertirse en capacidad para programar con criterios claros, que respeten los valores que nos ha enseñado nuestra historia democrática y confirmados en la praxis reciente. Como, por ejemplo, el compromiso por reducir las grandes desigualdades.

Habrá que poner en discusión cómo sostener el empleo y la iniciativa laboral, con qué criterios financiar a las empresas, cómo repensar la estructura burocrática, como instrumento pero nunca como fin, cómo devolverle a la política su papel, sin confundirla con la comunicación, cómo repensar la relación entre el sector público y privado.

Pero para hacer todo eso será importante no olvidar todo lo que estos días el espíritu emprendedor ha sido capaz de hacer. Volver a empezar no significa volver al punto cero sino reconstruir lo humano, relanzar la iniciativa social.

A todos los niveles, los valores sobre los que se basa la experiencia humana vuelven a ser la clave de bóveda después de haber caído en el olvido. Lo recordaba recientemente Luciano Violante en el Corriere della Sera, afirmando que este virus debe acabar con algo que nos ha bloqueado durante los últimos años: “la sospecha hacia las clases dirigentes, la decadencia feliz, la exagerada vigilancia de la empresa por parte de los poderes públicos… el principio de que para construir una sociedad honesta antes hay que destruir todo lo que existe”. En cambio, hace falta “el reconocimiento de todos aquellos que estos meses se están entregando a los demás… la gratitud debe perdurar en el tiempo, también cuando esto acabe”.

Recuperar una experiencia humana verdadera, la de quien ha construir los fundamentos del país descubriendo el significado existencial y personal del otro, aunque sea diferente, como un recurso. El descubrimiento del bien común en una democracia parlamentaria no es una incitación moral, pero es lo más verdadero que nos están mostrando estos días tan difíciles. Y será decisivo también para encontrar las mejores soluciones posibles.

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