Paladas de ceniza

Mundo · Fernando de Haro
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15 febrero 2021
El trabajo de la misión de la OMS en China para conocer los orígenes del virus nos indica hacia dónde vamos. La misión llegó más de un año después de que todo hubiese empezado. Sus miembros solo pudieron realizar las visitas que les había programado el Gobierno.

El trabajo de la misión de la OMS en China para conocer los orígenes del virus nos indica hacia dónde vamos. La misión llegó más de un año después de que todo hubiese empezado. Sus miembros solo pudieron realizar las visitas que les había programado el Gobierno. Y una vez que salieron del país, alguno de ellos se ha atrevido a denunciar que se les habían ocultado datos esenciales. Pekín supo organizar una rueda de prensa conjunta en la que comparecieron los portavoces del equipo internacional y del equipo nacional. El segundo, Liang Wannia, tuvo la habilidad de introducir la afirmación esencial que ayuda a las autoridades comunistas a seguir manteniendo la hipótesis de que el patógeno vino de fuera de sus fronteras: es posible la transmisión a través de productos congelados.

Resultado: China 1, el resto del mundo 0. El coranavirus no salió de un laboratorio, no estaba en el país antes del mes de diciembre, no es descartable que surgiera en otro rincón del planeta. ¡Bienvenidos al Nuevo Mundo! No ha hecho falta que acabe la pandemia para que podamos imaginarnos cómo van a ser los próximos años. La cuestión sanitaria es uno más de los muchos síntomas que reflejan que el equilibrio de poder hasta ahora vigente está alterado. En los últimos años la potencia establecida, Estados Unidos, se ha visto desafiada por una potencia emergente, China. De la colaboración han pasado a la competición. La primera llamada de Biden a Xi Jinping acredita que el nuevo presidente mantiene el pulso de Trump. En su primera conversación le reprochó la represión y las amenazas a Taiwán. El demócrata seguramente no aflojará en el enfrentamiento que mantuvo Trump, el cambio estará en su búsqueda de apoyo en los antiguos socios. Las élites estadounidenses entienden con dificultad la situación porque tiene una visión de la historia lineal y ascendente. Las élites chinas, más acostumbradas a pensar en su propio pasado de un modo circular, están convencidos de que ha llegado, de nuevo, uno de los momentos del viejo esplendor.

Pekín extienden su soberanía sobre el Mar de China, se dota de misiles balísticos con un alcance que impide a los portaviones estadounidenses acercarse a sus costas. Y, al mismo tiempo, erosiona las alianzas militares de Estados Unidos invirtiendo en aquellos países que tradicionalmente han estado del lado de Washington. Los convierte “en sus nuevos amigos”. Los pilares fundamentales para conseguir la hegemonía en el campo económico son el Plan Made in China 2025 y la Nueva Ruta de la Seda. Con el primero quiere alcanzar el liderazgo industrial. Con la segunda abre nuevos mercados en todo el mundo, protege sus vías marítimas y gana influencia.

Lo que está haciendo China en Europa es un buen ejemplo de cómo extiende sus redes. Ha invertido, por ejemplo, grandes cantidades de dinero en infraestructuras en Europa Central y Oriental. Ha entrado ya en el sector nuclear del Reino Unido, o en las redes eléctricas de varios países. Y su instrumento preferido es el desarrollo del 5G a través de Huawei. Los europeos hemos sido menos contundentes que Estados Unidos al frenar su implantación. El 5G no es solo una tecnología más rápida para el desarrollo del internet de las cosas. El 5G es dependencia estratégica.

Todo imperio tiene su ideología. Y el caso chino no es una excepción. Las autoridades de Pekín no buscan, como la Rusia de Putin, una desestabilización frontal de las democracias occidentales. Pero sí promueven un orden internacional más favorable al autoritarismo. De los 66 países que se han adherido a la Nueva Ruta de la Seda solo dos tienen democracias plenas. China compra silencios. Invierte en la creación de medios occidentales para mejorar su imagen y para promover un modelo de periodismo “menos crítico”. Los acuerdos de cooperación académica o la financiación de líneas de investigación tienen mucho que ver con la propaganda de un cierto modo de ver el mundo. Pero, sin duda, la herramienta principal en este campo es un desarrollo tecnológico y de la inteligencia artificial, un uso de los datos que considera normal no respetar la libertad personal.

Probablemente esta es la cuestión decisiva: emerge un nuevo imperio para el que la libertad, el yo de cada persona, cuenta poco. La libertad en Occidente se desdibuja en un paisaje nihilista. El caso chino es más difícil de entender. Algunos de los que conocen su cultura y su historia sostienen que el comunismo es solo el último barniz sobre una mentalidad, acrisolada en el pensamiento de Confucio, en la que la persona cuenta poco y lo esencial es la familia, la comunidad, ahora la nación y el Estado. Solo con la llegada del budismo habría aparecido una cierta trascendencia. Parece que estamos ante una mezcla explosiva: tecno-confucionismo, al que se suma un capitalismo de Estado, sobre un yo desdibujado. Un panorama que nos invita a los occidentales a buscar la raíz de nuestra libertad. Invocar los valores de las revoluciones liberales no es suficiente, es lo mismo que intentar frenar un tsunami con paladas de ceniza.

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