Paisaje después de una visita

Mundo · José Luis Restán
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10 noviembre 2010
Los católicos españoles tenemos mucho que reflexionar y mucho que trabajar después de la peregrinación de Benedicto XVI a Compostela y Barcelona. El punto de partida sólo puede ser el agradecimiento al Papa, que con gran sacrificio ha venido entre nosotros y nos ha regalado un testimonio y una predicación que deberían marcar nuestro camino como Iglesia en los próximos tiempos. Eso exige profundización, disposición para corregir y cambiar, y también esfuerzo educativo. Con esa conmoción llena de inteligencia deberemos analizar también el clima de hostilidad cultural que ha rodeado al viaje, especialmente en el complejo mediático-cultural. Por desgracia en esto, España sí ha sido diferente al resto de Europa.

Empecemos por el final. No recuerdo semejante clima de agresión mediática (que todavía dura) en ninguna visita anterior de un Papa a España. Noticias, reportajes, entrevistas, artículos de opinión, chistes… todo ello ha compuesto un puzzle de repugnante sectarismo y hostilidad rayana con el odio. Ciertamente esas semillas llevan mucho tiempo sembradas en el campo, pero ahora empezamos a ver con más claridad sus frutos amargos. Podríamos decir que la consigna de muchos medios ha sido no dar tregua al Papa desde que despegó su avión en Fiumicino. Todo ha servido para lo mismo: desde su certera descripción del encontronazo histórico entre fe y laicismo al hecho de que varias religiosas limpiaran el altar ungido con aceite en la Sagrada Familia. Todo parecía oscilar entre la manipulación ramplona y el combate ideológico contra la Iglesia, sin que hubiera siquiera resquicio para atender a lo que realmente decía el Papa, sin que millones de personas que han seguido con devoción la visita merecieran el mínimo respeto por parte de los nuevos ingenieros de la opinión pública.

No tengo tiempo ni ganas para detallar todo esto. Me centro en el arranque del ataque en tromba, que se sitúa en las declaraciones del Papa sobre la necesidad de una nueva estación de diálogo entre la fe y el laicismo europeo. Benedicto XVI habló de un problema continental que ha marcado durante dos siglos la cultura europea, abogando por su superación. Habló de los tonos dramáticos de este choque en la España de los años 30 (¿acaso mentía o desbarraba el Papa?) pero ni siquiera señaló culpas, sino que propuso (en la línea de lo dicho en Westminster Hall, con aplauso de toda la sociedad británica) un nuevo encuentro, un renovado diálogo entre cristianismo y razón secular. Suficiente para que comenzara el baile, porque hay sectores que no quieren diálogo sino extirpación.

Sendos discursos históricos, los del Obradoiro y la Sagrada Familia, se resumieron por parte de algunos en que el Papa cargaba contra el laicismo de Zapatero y arremetía contra el aborto. Lo uno y lo otro podría haber sucedido, pero resulta que no fue así. Zapatero no existió ni siquiera en el sustrato de los discursos, y en cuanto al aborto, el Papa proclamó el valor y la dignidad de toda vida humana. Tres líneas y en positivo. No están ciegos, es que prefieren no ver. Y cuanto más abierto y cordial es el abrazo del Papa, más inquina y necesidad de agresión alimentan algunos. Aun así, la propuesta del Benedicto XVI no tiene alternativa posible, es la única que merece la pena secundar, es el método de la tan traída nueva evangelización. Tomemos nota de lo uno y de lo otro.

Pero también da que pensar la reducción que en parte del mundo católico se ha hecho de la visita, en buena medida como si se tratara de un espejo de cuanto sucedía en el laicismo radical. Para algunos el Papa venía justamente a desenterrar el hacha de guerra contra la política de Zapatero, a estimular una dialéctica combativa con los enemigos del cristianismo. Para otros sus homilías se resumen en que arremetió contra el aborto y la eutanasia, o en que defendió los valores de la familia. Sinceramente, después de haber leído y releído las intervenciones y de haber seguido con atención cada uno de sus pasos en Santiago y Barcelona, me quedo pasmado.

Porque creo que nunca como en este viaje un Papa había apelado de modo semejante al corazón sediento y extraviado de una generación, mostrando que el hombre no puede darse a sí mismo la vida, y tampoco puede salvarla y llevarla a su cumplimiento. Benedicto XVI ha propuesto a la Iglesia hacerse compañera de la búsqueda fatigosa del hombre contemporáneo para decirle que todos los bienes y bellezas de este mundo no pueden saciarle, sino que apuntan hacia la meta del Dios que es amigo de los hombres. Y como signos elocuentes de ese abrazo ha mostrado la belleza imponente de  la Sagrada Familia y el no menos imponente espectáculo de la caridad en el Centro Nen Deu.

La misión a la que nos apremia el Papa no consiste en reforzar nuestros ejércitos para una reconquista de Europa. Consiste en el testimonio de la novedad humana que suscita la fe, un testimonio que sale al encuentro de las preguntas, las dudas y rebeldías de nuestros contemporáneos. Es necesario profundizar en lo que significa la nueva evangelización a la luz de los discursos de Benedicto XVI en España. Nos toca dialogar (con todo el que esté dispuesto), educar y construir, nos toca pagar el precio del testimonio, siempre público y siempre dispuesto a ofrecer sus razones. El Papa que, como ha dicho el vaticanista Sandro Magíster, está convencido de que la Iglesia, más que dar órdenes y buscar modificaciones institucionales, necesita una reeducación, reconstruir una propia cultura… y eso no se conseguirá con rapidez y menos con órdenes, sino a través de una continua y metódica enseñanza. Pues no perdamos tiempo.

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