Carta al director

Paisaje antes de las generales

España · José Luis Restán
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2 junio 2015
Los resultados de las elecciones municipales y autonómicas de mayo de 2015 provocarán ríos de tinta y un sinfín de palabras. Su análisis no resulta sencillo, especialmente si se pretende bucear en la densidad confusa de su trasfondo cultural, y no contentarnos con una sociología política rala. Bienvenidos sean, pues, los diversos enfoques que tratan de alumbrar la confusión. Por cierto, se hablaba de una confusión previa a las elecciones, pero yo creo que la verdadera confusión empieza ahora.

Los resultados de las elecciones municipales y autonómicas de mayo de 2015 provocarán ríos de tinta y un sinfín de palabras. Su análisis no resulta sencillo, especialmente si se pretende bucear en la densidad confusa de su trasfondo cultural, y no contentarnos con una sociología política rala. Bienvenidos sean, pues, los diversos enfoques que tratan de alumbrar la confusión. Por cierto, se hablaba de una confusión previa a las elecciones, pero yo creo que la verdadera confusión empieza ahora.

Resulta tentador proyectar (con las debidas cautelas) los resultados de mayo de 2015 sobre las ya inminentes elecciones generales, que serán convocadas antes de final de año. Y conviene advertir con sencillez qué bienes y valores de nuestro patrimonio de convivencia se verían en riesgo, en caso de reproducirse una situación como la actual. Es decir, una mayoría clara del Partido Popular que sin embargo no se traduciría en posibilidad de gobernar, debido a la alianza de izquierdas. Esta amalgama englobaría (sin restricciones ni problemas, ya lo estamos viendo) desde el centro-izquierda del PSOE a la extrema izquierda populista de Podemos, sin hacerle ascos a los independentismos varios, desde Esquerra Republicana a Compromís. Ahora ya sabemos que al PSOE, uno de los supuestos pilares del pacto constitucional, sólo le interesa desalojar al partido más votado por la sociedad española, y que a diferencia de sus homólogos de Francia, Alemania y Reino Unido, comparte programa con el populismo anti-sistema mientras abomina de quien, hasta hace poco, era su alternancia natural en el esquema nacido del 78. Me anticipo: no canonizo dicho sistema ni pienso que pueda durar eternamente, pero lo que ahora se perfila como recambio pone los pelos de punta.

Si todo esto sucediese antes de servir el turrón (que está por ver, y no está escrito) se haría efectiva una profunda fractura social. Semejante alianza de izquierdas y nacionalismos varios pondría en grave riesgo la viabilidad de nuestro sistema de bienestar y el equilibrio de nuestra economía que parece haber iniciado (con todas las reservas que se quiera) un ciclo prometedor. Pero eso, con ser importante, no sería lo peor. El Estado se haría tremendamente invasivo en todos los órdenes (educación, cultura, medios de comunicación) en detrimento del protagonismo de la sociedad y de su pluralismo. La libertad de educación que consagra la Constitución podría reducirse a papel mojado (salvo para los pudientes, claro, que así funciona cierta izquierda española); el laicismo alcanzaría cotas insospechadas, no sólo en el discurso teórico sino en sus aplicaciones prácticas (otro aspecto sustancial del pacto del 78 quedaría desactivado, incluso sin necesidad de reformar la Carta Magna). Y la cohesión nacional, con todos los bienes que conlleva, se vería también en grave riesgo.

Una cosa es que no seamos profetas de calamidades y otra es negarse a ver el iceberg reluciente cuando ya lo emboca la proa del Titanic. Y está muy bien recordar que esto no sería el fin del mundo, claro que no, y que ante tiempos oscuros y tormentosos florece con frecuencia lo mejor de algunas comunidades humanas. De acuerdo, pero de momento lo que toca es reconocer cómo está el tablero y ver qué se puede hacer al respecto, si es que todo eso nos importa. Por ejemplo, ese millón setecientos mil votantes que previsiblemente se han enfadado tanto con el centro-derecha del PP como para quedarse en casa, deberán calibrar las consecuencias de su abstención y decidir lo que prefieren. Y ese medio millón largo de votos del PP, que se ha ido a Ciudadanos, tendrá que valorar cuál ha sido la utilidad de su voto, a la vista de las políticas que propicie el partido de Albert Rivera, que a esta hora no aclara si considera la Constitución una línea roja o le encanta compartir mesa y mantel con Podemos, si defiende la libertad de educación y la laicidad positiva o si el estatalismo y el laicismo light son parte de su ADN político.

Con todo esto no absuelvo al PP de sus numerosos errores ni le eximo del imponente trabajo que le espera si quiere seguir siendo un partido que genere la confianza de una mayoría social. Simplemente no es ese el tema que pretendo abordar en esta intervención. Tampoco trato de “echar la culpa a los votantes”. Simplemente digo que, en democracia, las sociedades obtienen lo que desean, y que el gesto soberano del voto tiene consecuencias muy concretas. Me parece que Páginas puede ayudar (modestamente) a clarificar todo este debate, antes de dar por hecho que inexorablemente tendremos un gobierno de la izquierda radical. Lo que ha pasado en mayo no ha sido el resultado de un movimiento telúrico, y tampoco lo será el resultado de las generales. Será el fruto de la libertad de los electores.

En todo caso resulta curioso que, poniéndose la venda antes de la herida, se diseñe ya una estrategia “creativa” para afrontar semejante escenario. Y que el punto clave, aprendiendo la lección de la época de Zapatero, sea “no alimentar la polarización”. ¡Hombre!, como polarizador el gran ZP no tuvo precio, desde luego, y no se entiende muy bien cómo habíamos podido “no entrar al trapo”. Recordemos que este gobernante sometió a un país traumatizado por el 11-M a una cura ideológica de caballo, rompiendo todos los consensos y abriendo todas las heridas: memoria histórica, laicismo radical, coalición con los independentistas en Cataluña, aborto “Aído”, redefinición del matrimonio, diálogo político con ETA y cinturón sanitario contra la otra media España. Uf, ya parece difícil “abrazar lo que tienen de justo algunas ideologías”.

Termino con un apunte. El pasado fin de semana Sarkozy ha liderado la refundación del centro-derecha en Francia (ya podían tomar nota algunas tortugas en Génova) y en su discurso ha dicho que la República francesa debe reconocer su matriz cultural, conformada por la civilización cristiana y la Ilustración. Tranquilos, no espero del que sus enemigos llaman “pequeño Napoleón” el cambio que Europa necesita. Pero prefiero una política orientada por ese humus a la ingeniería social derivada del 68. Trasládese a España el apunte.  

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