Pactos y programas de educación

Mundo · Antonio Amate
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26 mayo 2015
“La filosofía imperante en el aula será la filosofía del Gobierno del futuro” (Abraham Lincoln). ¿Para qué enunciar y enumerar una vez más las cuestiones polémicas relativas a la política educativa en España hasta el aburrimiento? ¿Por qué no ir más allá y reflexionar sobre las razones de fondo que explican estas tensiones sin resolver, este pulso permanente que desgasta y paraliza la solución urgente de los problemas reales de la enseñanza, haciendo imposible una política educativa común para todos y estable en el tiempo?

“La filosofía imperante en el aula será la filosofía del Gobierno del futuro” (Abraham Lincoln).

¿Para qué enunciar y enumerar una vez más las cuestiones polémicas relativas a la política educativa en España hasta el aburrimiento?: Libertad de enseñanza-derecho a la educación, educación pública-enseñanza concertada, enseñanza mixta-diferenciada, educación en valores laicos-asignatura de religión, etc. ¿Por qué no ir más allá y reflexionar sobre las razones de fondo que explican estas tensiones sin resolver, este pulso permanente que desgasta y paraliza la solución urgente de los problemas reales de la enseñanza, haciendo imposible una política educativa común para todos y estable en el tiempo?

Romano Guardini describía una trampa como negar por razones secundarias lo que por razones fundamentales se debe conceder. Y en educación la trampa consiste en poner la atención solamente en la triste situación en la que se encuentra el tejido de las cuestiones particulares que afectan, por ejemplo, a la enseñanza concertada (decretos de escolarización, contenido, renovación y financiación de los conciertos, ratios, etc.) y no querer entrar al debate de la cuestión primordial que algunas formaciones políticas tienen clarísima: la pugna por la hegemonía cultural.

Nuestro país experimenta también con crudeza la escisión cultural de Europa, un conflicto interno en Occidente que lo atraviesa y lo quiere partir en dos, un auténtico choque de civilizaciones interior que influye y determina claramente lo que pasa en la educación de nuestro país. La divisoria rígida centristas-reformistas contra progresistas-modernistas es el eje de referencia más significativo, la polaridad social mas importante en la actualidad y en décadas futuras con toda su riqueza de matices y de espacios intermedios.

La vieja antítesis ideológica derecha-izquierda basada en la economía (capitalismo vs. socialismo) ha quedado resuelta por la historia del siglo XX a favor del mercado con sus diversas vías de interpretación. Ahora, el centro de gravedad de la lucha ideológica se sitúa en lo moral y en lo cultural: el modelo de familia, el principio y el fin de la vida, la ingeniería genética, el papel social de la religión, la inmigración, y cómo no, también el modelo de escuela. El pensamiento de Abraham Lincoln es siempre de rabiosa actualidad a pesar de ser un hombre del siglo XIX.

Las fuerzas de esos dos bandos ideológicos no están equilibradas, pues la perspectiva progresista ejerce hoy una hegemonía clara en los medios de comunicación, en las universidades, en el cine, en la literatura, entre gran parte del profesorado, hasta el punto de ser cultura dominante. El predominio del paradigma progresista ha ocupado el espacio del imaginario social, de las ideas públicamente aceptables y de una gran parte del corazón colectivo del país. ¿Por qué si no es tan gratificante sumarse a las mareas, particularmente a la verde de la escuela pública prioritaria, excluyente, agraviada como promesa de un futuro en clave de progreso? Este es el cimiento cultural de la mayoría social actual, tal y como lo han expresado las urnas.

Si el sistema educativo público, además de los argumentos secundarios y emocionales (la escuela pública es de todos y para todos), es principalmente el medio elegido por algunos para promocionar unos determinados valores en la sociedad –los progresistas-modernistas-cientificistas–, es comprensible la posición de algunos partidos políticos que se autodefinen así. Trabajan alineados de manera coherente con los objetivos que persiguen.

También es explicable la posición de los nuevos partidos emergentes, que se apuntan de manera clara a las tesis progresistas porque ambicionan el poder gracias a los caladeros de votos mayoritarios: “una escuela pública y laica”, y a lo sumo, “donde se enseñe historia de las religiones desde el punto de vista histórico y cultural”.

Lo que es más difícilmente explicable es la confusión de los mensajes que se emiten desde la perspectiva centrista-reformista, que sigue atascada en los viejos clichés ideológicos, disimulando que no ha entendido el gran cambio del eje del pensamiento en Occidente para no tener que tomar postura, para no desarrollar convenientemente un corpus teórico sistemático que incluya posiciones propias y claras, por ejemplo en los temas educativos. De ahí la praxis tan diferente que se ha llevado a cabo por las diferentes Administraciones que han gobernado durante los últimos años, aunque eso sí, con algunas leves líneas maestras comunes en torno a la libertad de enseñanza.

Es triste ver cómo en el mapa político de España, una vez más, se ha soslayado la batalla principal, que es la de la cultura, para buscar una y otra vez la victoria electoral apoyándose en los logros económicos y adoptando un perfil tecnocrático, dejándose arrastrar al espacio simbólico del adversario, desenvolviéndose en un medio hostil con la cabeza gacha, en el que las reglas del juego, los modelos culturales y en definitiva la visión del mundo los determinan los progresistas articulando una nueva mayoría política.

Lamentablemente, todavía hoy no forma parte de la cultura dominante defender la complementariedad de las redes educativas pública-concertada, ni la pluralidad de escuelas, ni defender la asignatura de religión en su dimensión sociocultural en la escuela pública, ni el desarrollo del carácter propio de los centros educativos, ni tampoco un concepto de la financiación pública basado en el principio de subsidiaridad. En definitiva lo que está en juego y se cuestiona es la capacidad efectiva de elegir el centro educativo por parte de las familias: la igualdad misma de nuestro sistema educativo.

Sin embargo, sorprende que hay muchísimas personas que apoyan en la práctica este otro modelo de escuela, y para comprobarlo año tras año, sólo es necesario observar el barómetro de la demanda social en los procesos de matriculación del alumnado. También estoy seguro de que se sumarían muchas más si se desarrollaran sin trabas todos los principios educativos que he expuesto anteriormente, y se facilitara una verdadera igualdad de oportunidades a todas las familias con independencia de su nivel de renta.

Es difícil prever el futuro, pero es probable que se recrudezca la guerra escolar a partir de algunos pactos de gobierno progresistas o de cambio (los objetivos ya están marcados) Ya hemos conocido experiencias de este tipo recientemente en algunas Comunidades.

Ahora toca trabajar para no quedar atrapados en esta polarización radical que afecta al modelo de las escuelas de forma limitante, buscar espacios de confluencia con todas las fuerzas políticas o algunos de sus políticos que estén dispuestos a aplazar la ideología y poner por delante el interés general. Pienso que hay que hacer el máximo esfuerzo para hablar con todos, aunar voluntades, convencer, negociar y construir una mayoría social a favor de sostener los equilibrios y los límites que son el fundamento de nuestra convivencia. Entre ellos, uno de los más básicos consiste en el respeto al protagonismo que las familias deben tener en la educación de sus hijos y, para ello, es esencial la libertad civil de la sociedad para desarrollar este derecho fundamental desde sus múltiples posibilidades.

Este cielo sólo puede alcanzarse por consenso y, desde luego, no al asalto.

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