Pablo Casado, ¿una nueva derecha?

España · Francisco Pou
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23 julio 2018
La fórmula monárquica absolutista de los partidos tradicionales se rompe. Y le tocaba el turno al Partido Popular. De un delfinato múltiple y reñido, y en forma de intento de democratizar la elección, ha sido finalmente Pablo Casado, con el 57% de los votos, el elegido para suceder a Rajoy. Han sido unos pocos “compromisarios”, una figura que en los partidos intenta ser la “salvaguardia de las esencias”, quienes han decidido, por más que la mayoría de los observadores nos preguntamos si realmente había “esencias que guardar”.

La fórmula monárquica absolutista de los partidos tradicionales se rompe. Y le tocaba el turno al Partido Popular. De un delfinato múltiple y reñido, y en forma de intento de democratizar la elección, ha sido finalmente Pablo Casado, con el 57% de los votos, el elegido para suceder a Rajoy. Han sido unos pocos “compromisarios”, una figura que en los partidos intenta ser la “salvaguardia de las esencias”, quienes han decidido, por más que la mayoría de los observadores nos preguntamos si realmente había “esencias que guardar”.

Y sin embargo siempre hay espacio para la esperanza. Pablo Casado, nacido en 1981, tiene certificado de juventud. Importante cuando parece que la efebocracia, el gobierno de la juventud, parece que se extiende en Europa, por más que Soraya Sáenz de Santamaría se esforzase en recordar que lo de la juventud es algo que se arregla con el tiempo. Hay quien esperaba que la condición de género de Soraya podía ser un factor decisivo en una democracia, la española, que no cumple esa hueca exigencia de las cuotas. Ciertamente, no hemos tenido todavía ninguna presidenta en una España donde la “cuestión” de género no es que importe cada vez más, sino que puede ser decisiva en la formación de gabinetes, con miembros y miembras intentando alcanzar la proporción, el cóctel culturalmente correcto en una sociedad escrupulosa en su nueva ingeniería moral.

¿Cuál va a ser el cambio, la diferencia? Muchos ven a Casado como un sucesor de Aznar como contraposición a una versión extendida del Rajoyato con Sáenz de Santamaría. Ese esperar para seguir esperando como postura vital, y esa tozuda y evasiva subcontratación a los jueces o a los tribunales las decisiones que un presidente debía tomar en el ámbito político. Ciertamente son dos estilos. El de Soraya Sáenz de Santamaría evadiendo en su campaña el llamado “debate ideológico”, que sitúa, para algunos, a Pablo Casado como “extrema derecha” por no haberse situado como proabortista ni tampoco entusiasta del matrimonio del mismo género.

Ciertamente la esperanza va más allá. Cuando las ideologías se han mostrado estériles para generar ilusiones y certezas, y cuando el pacto de la democracia con la sociedad del bienestar no se está cumpliendo, solo una nueva forma de empezar a hacer política, una nueva forma de vivir, puede ilusionar a las nuevas generaciones que quieren propuestas algo más consistentes que embalsamar una Transición democrática. Una fórmula que no ha renovado sus propuestas y su atractivo para una unidad de España que se está rompiendo, una monarquía con una seria crisis reputacional, y una pirámide de población –¡ay esa correcta ingeniería moral!– que no garantiza ese bienestar que la democracia prometía.

Llega Pablo Casado con una tarea de recomponer un partido acomplejado que, a base de no decir nada, había dejado a un partido como Ciudadanos recogiendo sus defraudados, del PP y también del PSOE. Va a necesitar tiempo… urgentemente ante unas elecciones, las próximas generales, que sin ser “constituyentes” van a constituir el perfil –¿Venezuela, Francia, USA, Italia?– con el que debamos definir nuestra convivencia en España.

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