Otro milagro de primavera

Hace casi un año me topé con unos versos de Antonio Machado que parecían escritos para la ocasión: «Mi corazón espera / también hacia la luz y hacia la vida / otro milagro de la primavera». Esa primavera, en que la vida nos cambió radicalmente casi de un día para otro, casi sin verlo venir. Entre el dolor y el miedo, el milagro se produjo.
Once meses después los días todavía son fríos y grises, aunque de vez en cuando sale el sol que calienta los termómetros y los capullos empiezan a prometer que otra vez habrá primavera. Como ese domingo por la mañana, con el pinar más verde que nunca, en un paseo más pronto que de costumbre –para ser domingo– en el que se descubren nuevos caminos en lugares ya conocidos.
La cercanía de la primavera la corroboran los amigos, que señalan la belleza de un atardecer que pide silencio, o hablan de Santa Margarita Bays, la santa de lo cotidiano (era una simple costurera), en una conversación en la que cabe todo: la “fatiga pandémica”, el cansancio sobre el cansancio, los retos profesionales, las dificultades, las alegrías, los dolores, las esperas. Caben los versos de Daniel Faria –«Para encontrarme me diste la pequeñez»– o el último libro de Gistau.
Y llega de nuevo el domingo por la tarde –alguien dijo alguna vez que el éxito es ser feliz los domingos por la tarde– y tras él otra vez el lunes. Y la rutina se vuelve a comer los días, que están llenos de ese cansancio que va en aumento, de esos retos, de esas dificultades, también de las alegrías y los dolores y las esperas. Pero en el rabillo del ojo está todavía la certeza de ese abrazo del amigo que lo acoge todo. Aunque falta un mes para el cambio de estación, Machado vuelve a ser actualidad hoy: «Mi corazón espera / también hacia la luz y hacia la vida / otro milagro de la primavera».