Origen

Cultura · Juan Orellana
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28 julio 2010
Con una acogida extraordinaria de la crítica internacional, Origen, de Christopher Nolan, se presenta como una renovación del género de la ciencia ficción. Es pronto para decir eso, pero indudablemente se trata de una apuesta original, arriesgada e interesante. Además, para compensar lo poco comercial de su propuesta narrativa, cuenta con un reparto de indiscutible altura, encabezado por Leonardo di Caprio, Ken Watanabe, Marion Cotillard y Ellen Page, entre otros.... También aparecen muy brevemente actores de la talla de Michael Caine o Pete Postelwaite. Esta película puede analizarse desde muchas perspectivas sugerentes, pero nosotros vamos a centrarnos en aquellos aspectos que plantean con radicalidad varias cuestiones de clara caracterización posmoderna.

Una breve referencia argumental: un experto en introducir ideas en los sueños de la gente (Cobb) es contratado para entrar en la mente del heredero de una importante corporación energética y sembrar en él unas emociones que le conduzcan a tomar determinadas decisiones empresariales que benefician al contratante (Saito). A cambio de esa operación ilegal, Cobb obtendría permiso para volver a su país y reunirse con sus hijos, ya que tiene un proceso judicial abierto contra él.

Por un lado, Origen reutiliza los presupuestos del psicoanálisis y entroniza al contenido del inconsciente como el auténtico señor y dominador de la vida de las personas. Lo inconsciente se impone a la libertad y a la voluntad de los sujetos. Los protagonistas introducen un contenido deliberado en el inconsciente, a través de sueños de tercer grado, sabiendo que dicho "mensaje" le obligará a actuar de una determinada manera. Se trata de un determinismo psicologista que deja al hombre a merced de sus emociones de ignota raíz inconsciente.

De la misma forma, Cobb exorciza su sentimiento de culpabilidad, no mediante un proceso exterior, al modo de la confesión católica, sino ajustando cuentas con su inconsciente, y con sus proyecciones oníricas.

Como consecuencia de ambas cosas se podría concluir que en el film se diviniza al inconsciente, pero no es así, ya que éste puede ser manipulado por expertos de la mente humana, como son nuestros protagonistas. El dios de este nuevo Matrix es el hombre mismo, que controla todo, pero no cualquier mortal, sino una minoría capaz de manipular psíquicamente a los demás. No existe en el film la más mínima alusión trascendente, no hay ninguna fisura en la claustrofóbica inmanencia en la que está sumergido el guión. Es más, al nivel más profundo de los sueños, del que no se puede salir, se le denomina "limbo", una toponimia de origen religioso que aquí se reviste de mero psiquismo.

El mundo de los sueños se plantea como una realidad paralela muy poderosa, que muchos han elegido como realidad principal (recordemos los "onirómanos" de Mombasha). De hecho, el plano de lo real ocupa poquísimo espacio en la duración del largometraje, y la película, bajo su formato de thriller de ciencia ficción, no es más que una inmersión onírica. Se puede pensar que eso mismo es predicable de muchas obras, como El Mago de Oz, pero si ésta se plantea como una sublimación de la realidad en el deliberado mundo de los cuentos infantiles, Origen lo hace en el mundo de la ciencia ficción posible, en un futurible cientificista. Dicho de otra manera, se plantea como un relato metafísicamente posible. El mundo de los sueños se propone como la tierra prometida de la creatividad, de la liberación de las ataduras espacio-temporales de nuestra condición material regida por las leyes inexorables de la física.

Lo más humano de la propuesta argumental tiene que ver con los lazos familiares, en un conflicto dramático de reunificación familiar. La motivación del protagonista es volver a encontrarse con sus hijos en el mundo real, y verles la cara, algo vedado en el mundo de sus sueños. Y es lo más humano, no tanto por una reivindicación de la paternidad, sino porque es la única trama que plantea los anhelos humanos en el plano de la realidad "consciente".

De entre las muchas referencias cinematográficas de Origen que los críticos y el propio Nolan traen a colación, llama la atención la comparación con Solaris, de Tarkovski. Aunque el conflicto dramático de ambas tiene en común una esposa muerta, el film ruso transpira sensibilidad religiosa por los cuatro costados: es una historia sobre las condiciones de lo trascendente y de la eternidad, categorías radicalmente desterradas por Nolan. En un plano más epidérmico, la comparación de Origen con ciertas entregas de 007, parece más plausible, aunque únicamente aplicable a las escenas de acción.

Desde el punto de vista narrativo, la película es también muy posmoderna, ya que, en coherencia con su anterior filmografía, Nolan se distancia de una narrativa clásica para ofrecernos una compleja estructura de narraciones superpuestas. No se trata de un tradicional montaje paralelo, algo absolutamente clásico, sino que cada narración se incluye dentro de otra, y así hasta cinco círculos concéntricos, en cada uno de los cuales el tiempo transcurre a velocidad cada vez más lenta. El espectador que no se haga con esta dinámica en la primera media hora abandonará irremisiblemente la sala.

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