Editorial

Occidentalismo del pánico

Editorial · Fernando de Haro
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13 enero 2019
Primeros pasos del nuevo partido ¿populista? que ha aparecido en Europa. Vox, formación que se autodenomina de “extrema necesidad”, ha llegado a un acuerdo con el PP para facilitar el relevo en el Gobierno de la Comunidad Autónoma de Andalucía. El texto del compromiso para ceder votos tiene muy poco de populista y nada de extremo. Pero, a pesar de lo firmado, los líderes del nuevo partido insisten en afirmar que se ha atendido una de sus reivindicaciones originales (muchas de ellas irrealizables y extravagantes): la expulsión de 52.000 inmigrantes irregulares que el Gobierno de Andalucía habría estado camuflando. No es cierto. Pero en el tiempo de las fake la veracidad no cuenta. Lo importante es poder utilizar el pánico que genera una “invasión de subsaharianos” en unos tiempos en los que el valor de la persona se ha oscurecido.

Primeros pasos del nuevo partido ¿populista? que ha aparecido en Europa. Vox, formación que se autodenomina de “extrema necesidad”, ha llegado a un acuerdo con el PP para facilitar el relevo en el Gobierno de la Comunidad Autónoma de Andalucía. El texto del compromiso para ceder votos tiene muy poco de populista y nada de extremo. Pero, a pesar de lo firmado, los líderes del nuevo partido insisten en afirmar que se ha atendido una de sus reivindicaciones originales (muchas de ellas irrealizables y extravagantes): la expulsión de 52.000 inmigrantes irregulares que el Gobierno de Andalucía habría estado camuflando. No es cierto. Pero en el tiempo de las fake la veracidad no cuenta. Lo importante es poder utilizar el pánico que genera una “invasión de subsaharianos” en unos tiempos en los que el valor de la persona se ha oscurecido.

Hace semanas el secretario general de Vox, Ortega Smith, hablaba precisamente de una invasión de inmigrantes que estarían recurriendo a estrategias militares. El presidente del PP, Pablo Casado, se refería a “una avalancha” de millones de africanos. Palabras especialmente graves porque el PP es partido de Gobierno. Parece trasladarse miméticamente a España un discurso del miedo que se extiende en Italia y en Alemania, en buena parte de Europa.

El discurso del pánico no se alimenta de realidad sino de terrores y de desconciertos. La llegada de inmigrantes irregulares a Europa durante 2017 ha descendido a los niveles más bajos de los últimos cinco años. Mientras el “relato de la invasión” se disparaba exponencialmente en Italia durante 2018, las llegadas se reducían un 80 por ciento (23.000). Es cierto que en España las entradas irregulares (57.000) han marcado un récord. Pero esa cifra no supone ni mucho menos un dato que justifique una alerta desmedida. Según algunas estimaciones, entre un 33 y un 50 por ciento de los llegados son devueltos a su país de origen porque la mayoría de ellos son marroquíes o argelinos. Los últimos datos oficiales disponibles son los de 2016. Ese año llegaron 15.000 inmigrantes de forma irregular y fueron expulsados 19.000. El miedo se extiende, en parte, por la mala gestión que hace de la situación el Gobierno socialista de Sánchez (los centros de acogida e internamiento no funcionan, no se pide ayuda a Frontex para los rescates).

Hay que tener además en cuenta que la inmigración irregular representa un pequeño porcentaje respecto a la que establece de forma regular su residencia en España. En 2017 llegaron de forma regular más de 500.000 personas, las llegadas irregulares no alcanzaron el 5 por ciento. Solo desde 2016 el saldo migratorio, en un país que no tiene hijos, ha vuelto a ser positivo.

¿Por qué en España y en Europa se extiende este estado de pánico sin fundamento real? Cuando acabó la II Guerra Mundial, el Viejo Continente hubiera estallado por los aires si aquella generación hubiera tenido que afrontar el problema de los desplazados y refugiados con la conciencia que tenemos ahora. Todos los desplazados eran europeos, sí, pero eso hacía incluso más difícil el realojo porque pertenecían muchos de ellos a minorías y los particularismos representaban un gran obstáculo.

Seguramente el pánico migratorio sea el mejor reflejo de que la capacidad de universalidad europea que comenzó con la modernidad se agota. En los albores de esta época, a la reina Isabel la Católica le era fácil reconocer la humanidad de los indios mientras que nosotros solo vemos una amenaza en el subsahariano. Nos resulta muy difícil suscribir las palabras de la gran reina en su testamento respecto a los “extranjeros” cuando aseguraba que no debían “recibir un agravio alguno en sus personas ni bienes, mas manden que sean bien y justamente tratados”.

Es como si parte del Viejo Continente, donde se desarrolló la vocación de universalidad, se encerrara ahora en un indianismo o indigenismo europeo particularista que abandona su mejor tradición (atención a la persona, socorro al que va a perecer). Este indianismo del pánico, este occidentalismo que pervierte lo occidental, se parece al indigenismo cerrado que difundieron en América personajes como José Carlos Mariátegui o José María Arguedas y del que luego se apropió el marxismo. Un Bergoglio todavía obispo auxiliar, hablando de tres mártires jesuitas del XVII que perecieron en el Paraguay, destacaba que “no implementaron un proceso de repliegue sobre la propia cultura (en este caso la de los indios) olvidando el destino de universalidad de todo proyecto cultural”. El repliegue sobre la propia cultura “sería el papel jugado por los marxismos indigenistas que reniegan de la importancia de la fe en el sentido trascendente de la cultura de los pueblos, y reducen la cultura a un campo de confrontación y lucha, en el cual, la dimensión manifiesta del ser adquiere un valor meramente mundano y materialista, desprovisto de todo sentido de integración y trascendencia”. Un repliegue que en tiempos lo fue del marxismo indigenista lo es ahora del indianismo europeo del pánico. Un indianismo que no quiere suscribir la vocación a lo universal que hay en el inmigrante que llega a nuestras costas, que lo convierte todo en motivo de confrontación y que no quiere mirar las pupilas negras o claras que llegan de África.

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