¿Ocaso de la democracia?
La publicación de un libro de Anne Applebaum siempre resulta un acontecimiento. Quien haya leído sus libros anteriores (Gulag: Historia de los campos de concentración soviéticos, El telón de acero: La destrucción de Europa del Este 1944-1956, Hambruna roja: La guerra de Stalin contra Ucrania) experimenta siempre que se amplía el horizonte respecto de lo que sabía, o creía saber.
Estos días he tenido la ocasión de leer su última propuesta, El ocaso de la democracia: la seducción del autoritarismo, publicado por la Editorial Debate, en el que se adentra en el mundo de los nuevos movimientos autoritarios con la mirada de su experiencia personal: sus ilusiones, anhelos y sus desencuentros a raíz de la evolución seguida en Polonia –donde Radek Sikorski, su marido, fue ministro de Defensa–, Hungría, Estados Unidos y Gran Bretaña, ámbitos de su trama de relaciones.
La autora busca comprender y comienza con la pregunta del porqué de esta transformación, partiendo de lo concreto: es decir, partiendo de la evolución y los desencuentros sufridos con algunos de sus amigos.
Dramáticos son el caso de Polonia y su proceso de instrumentalización de las instituciones; de cómo muchos, que habían desempeñado una labor disidente contra el régimen comunista a través de Solidarnosc, se adhieren a este movimiento –distanciados de sus hijos (algunos de ellos, homosexuales) por sus opiniones políticas–, alimentando teorías conspiranoicas. Tampoco tienen desperdicio el proceso sufrido en Estados Unidos –es estremecedor el poder de la derecha cristiana enraizada en la defensa de los valores de la fe, la familia y la patria–, Gran Bretaña y España (a salvo de su descripción del 1-O en Cataluña en cuanto a la “brutalidad” policial, muy encajable en los parámetros del mainstream en el que Applebaum se adscribe).
De adscripción al centroderecha, Anne Applebaum denuncia lo que llama “una cierta sensibilidad autoritaria presente en toda una generación de agitadores universitarios de extrema izquierda que pretenden dictar cómo pueden enseñar los profesores y qué pueden decir los estudiantes”. Y también advierte de nueva derecha que no quiere conservar nada de lo que existe, que ha roto con el conservadurismo y quiere redefinir sus naciones, reescribir el contrato social y, a veces, alterar las reglas democráticas para no perder el poder. Sea a derecha o a izquierda, Applebaum sostiene que estamos ante el advenimiento de una propuesta de modelo de Estado unipartidista antiliberal, que definiría claramente quién forma la élite política, cultural o financiera; un Estado antimeritocrático y anticompetitivo, en el que sólo los “creyentes” ascienden. Equilibra el panorama la autora cuando subraya que, precisamente, la extrema izquierda también hace mofa del capitalismo y la democracia burguesa, y su escepticismo en relación a la objetividad en los medios, la administración o el poder judicial.
Applebaum tiene un marco de referencia concreto –sustentado por autores como Julien Benda y su obra La trahison des clercs o Isaiah Berlin– que defiende con convicción: el de la democracia liberal, sustentada en el debate racional, la razón y la voluntad de negociación, el de la meritocracia y la competencia democrática como forma más justa y eficiente de distribuir el poder. Enfrenta la llamada predisposición autoritaria (acuñada por Karen Stenner) como tendencia a favor de la homogeneidad y el orden, con la predisposición libertaria –que favorecería la diversidad y la diferencia–. El autoritarismo, según sostiene, sería algo que atrae a las personas que no toleran la complejidad ni el pluralismo –ni, por tanto, el debate apasionado– y que precisa de una élite culta e intelectual que les ayude a librar la guerra contra el resto (Dominic Cummings, Steven Bannon…entre otros); pensadores, intelectuales, periodistas, blogueros, escritores y artistas que socaven el sistema actual y diseñen el nuevo.
Estamos ante un nuevo fenómeno, como señala la autora. La Gran Mentira promovida por los regímenes totalitarios del siglo XX ha sido sustituida por la Mentira Mediana, basada en teorías conspiranoicas que sostienen la realidad es la de los empresarios secretos o los burócratas del Estado que manipulan a los votantes para que sigan sus planes y que han servido para canalizar el odio contra la actual élite y rediseñar una nueva. Su simplicidad constituye su atractivo: dar respuestas simples a problemas complejos.
La distinción entre nostalgia reflexiva –añoranza del pasado– y nostalgia restauradora –recuperarlo pero, en el fondo, sin admitir sus matices (el happy world)– y su relación directa con la mentira mediana; la desesperación cultural; la construcción identitaria, su oposición a la inmigración –sobre todo, musulmana– y a la UE o a las instituciones internacionales; y el recurso a la llamada equivalencia moral (según la cual, en el fondo la democracia no es muy distinta a la autocracia) como elementos componentes de estas nuevas tendencias autoritarias, a mi juicio, constituyen una referencia muy certera y a tener en cuenta. Como también lo es la descripción de los factores que provocan que tales características broten: el cambio demográfico; la desigualdad y precariedad laboral; la propia naturaleza del discurso moderno (la forma en que hoy entendemos, pensamos la política; el ruido de los debates, el rumor del desacuerdo…), que indican que han desaparecido las antiguas referencias que constituían un mundo ya pasado, que ya no existe un relato común, sino que cada uno parte de datos fácticos distintos. Las fake news; el surgimiento de los algoritmos, que favorecen las emociones –ira, miedo–, y que han hecho proliferar empresas dedicadas al análisis de datos –Alto Analytics, QAnon–; las redes sociales… son un caldo de cultivo que produce ruido –cacofonías– y que ha alumbrado el hiperpartidismo, la desconfianza hacia la política “de siempre”, hacia los expertos y las instituciones convencionales.
De fuertes convicciones liberales, la autora, empero, deja abierta la posibilidad de que el propio liberalismo político, económico y social pueda resultar insuficiente cuando reconoce que la democracia y el libre mercado pueden generar resultados insatisfactorios cuando están mal regulados; incluso los principios de competencia cuando no responden a cuestiones profundas como la cuestión de la identidad. Según Applebaum, dicha cuestión sigue sin resolverse, y significa que la división tan rígida entre personas cosmopolitas y personas provincianas ya no tiene sentido –se puede estar arraigado en un lugar y, a la vez, abierto al mundo–. La cuestión, en suma, que deja abierta es: ¿estamos ante el ocaso de la democracia?
Su juicio viene a sugerirnos, en suma, la posibilidad de que estemos, actualmente, en esta encrucijada: en la necesidad de repensar un liberalismo que, con todos sus logros conseguidos en los procesos del siglo XIX y XX –las revoluciones, la concepción de derechos y libertades, la libertad económica, el pluralismo social y político–, al impulsar de una forma muy acelerada los procesos de desinstitucionalización del individuo, también le está desvinculando de lo real al romper los vínculos sociales. La pandemia del COVID-19 nos está enseñando, entre otras cosas, que la vida líquida tiene un precio muy alto.