Obstinadamente a la espera

Editorial · Fernando de Haro
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22 mayo 2022
Almodóvar, en un reciente artículo titulado “Memoria de un día vacío”, lo dice sin decirlo.

El consagrado director de cine relata una jornada de su vida cotidiana. Solo, enfermo, hastiado, se niega a aceptar que no haya explicación para la vida. Almodóvar lo dice sin decirlo, la crisis, la crisis en él, cuando se debate entre la nada y su deseo de seguir buscando un motivo, no es una crisis moral ni una falta de capacidad analítica. Es una falta de energía para conocer, para disfrutar de la existencia.

Uno de los grandes referentes de la “Movida de los años 80” expresa lo que muchos experimentan: “que la sensación de drama aumenta y las preguntas quedan en el aire. El desorden actual promueve la insatisfacción ante las respuestas de los dirigentes políticos, de las elites de turno, de los aparatos mediáticos de y sus lugares comunes (Víctor Pérez Díaz)”.

Almodóvar desea conocer. Pero la sustitución del conocimiento por información ha dado un salto de gigante, como señala el economista Gary Smith. Un salto favorecido por la “minería de datos”. Esta habilidad tecnológica ha acabado por convertirse en sinónimo de racionalidad con un resultado desastroso. El consumo masivo de internet, el uso del correo electrónico y de las aplicaciones de los teléfonos inteligentes ha facilitado de un modo que nos resulta difícil de imaginar el acceso a datos, acumularlos y compararlos. La inteligencia artificial permite buscar relaciones entre esos datos a una velocidad que la inteligencia humana no tiene. El proceso debería facilitar un conocimiento más fiable que nunca. Pero Smith señala que disponer de una cantidad casi infinita de datos accesibles y el esfuerzo por relacionarlos ha llevado a la locura. El método analítico teóricamente sigue intacto, pero los resultados son contrarios al sentido común. Buscando a través de la minería de datos causas, que en realidad son meras coincidencias, un investigador ha llegado a la conclusión de que los norteamericanos de ascendencia japonesa son proclives a sufrir ataques al corazón en el cuarto día de cada mes. Otra investigación “ha demostrado” que había una correlación entre que Donald Trump utilizara algunas palabras en Twitter y distintos acontecimientos. Cuando el expresidente usaba la palabra “nunca”, cuatro días después, subían las temperaturas en Moscú. Si escribía la palabra “más” subía el precio del té en China. Smith advierte que convertir la acumulación de datos y su posible relación estadística en un modo de relacionarse con el mundo es un desastre para la educación. Falta una hipótesis que no puede facilitar la inteligencia artificial, que no es inteligencia ni artificial.

Mientras los algoritmos hacen su trabajo para, supuestamente, explicarnos el mundo, Almodóvar se aburre. Solo le consuela por unos instantes la relectura de uno de los últimos libros de Leila Slimani. La autora marroquí explica “que para los musulmanes la vida en la tierra solo es vanidad, no somos nada y vivimos a merced de Dios”. Y defiende una interpretación del islam que lo convierte en una forma de nihilismo y de resignación. Pero el director de cine rechaza la recomendación de Slimani: “son palabras duras de aceptar para un ateo”. No está dispuesto a “aceptar su sino, ya sea bueno o malo”. Dice que se esfuerza “por mejorarlo aunque el aislamiento y la inmovilidad no sean los mejores modos de mejorar nada”. Almodóvar se ve atrapado, como todos, por lo que querría hacer y no puede lograr. Rechaza la renuncia al mundo de la que habla Slimani: “no acepto que la presencia del hombre en este mundo sea efímera y no deba asirme a ella (…) Por instinto uno busca un motivo y una explicación, somos seres pensantes”. Ni el aburrimiento, ni el cansancio, ni la insuficiencia de la acumulación de datos, consienten abandonar la búsqueda de un motivo. “Somos seres pensantes”, revindica el director de cine.

Slimani le recomienda “aceptar la crueldad del destino” y no ser como los hombres que “se rebelan contra su inhumanidad”. Y Almodóvar escribe en su diario que, efectivamente, está entre los hombres rebeldes, entre los que no aceptan un destino cruel. El director de cine recupera toda su energía y supera su hastío cuando se le receta la infelicidad. Por muy profunda que sea la crisis queda en pie, obstinadamente firme, a la espera de un destino lleno de piedad y de alegría. Una hipótesis positiva, irrenunciable, se abre paso entre la niebla de la nada y la oscuridad de la mina.

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