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Objetivo nosotros

Editorial · Fernando de Haro
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7 abril 2019
No es bueno que en España, tras las próximas elecciones generales, haya un gobierno en minoría, apoyado por la nueva izquierda de Podemos y por los independentistas catalanes. Es una opción que, según las encuestas, suma. La otra posibilidad que se le ofrece a los españoles en la campaña es un Gobierno de PP y de Ciudadanos, en minoría, apoyado por la nueva derecha de Vox. Esta opción, si nos atenemos a la mayoría de los sondeos, no suma de momento (la corrupción, el exceso de tecnocracia y la falta de respuesta eficaz a los intentos de secesión en Cataluña le pasan una alta factura a los populares). Bien es verdad que los sondeos revelan que un 30 por ciento no ha decidido aún su voto, lo que hace difícil cualquier pronóstico. La combinación de PSOE, Podemos e independentistas sacaría a los socialistas de la tradición socialdemócrata europea y los situaría en una posición alejada de los grandes consensos del centro. La fórmula de la contención (una combinación que diera protagonismo a Vox) tiene importantes costes y riesgos: permitiría que cuajase un partido, si no netamente populista, muy cercano a los movimientos antieuropeos, antiinmigración y soberanistas. Un partido que transforma malestares comprensibles en fracturas invencibles.

No es bueno que en España, tras las próximas elecciones generales, haya un gobierno en minoría, apoyado por la nueva izquierda de Podemos y por los independentistas catalanes. Es una opción que, según las encuestas, suma. La otra posibilidad que se le ofrece a los españoles en la campaña es un Gobierno de PP y de Ciudadanos, en minoría, apoyado por la nueva derecha de Vox. Esta opción, si nos atenemos a la mayoría de los sondeos, no suma de momento (la corrupción, el exceso de tecnocracia y la falta de respuesta eficaz a los intentos de secesión en Cataluña le pasan una alta factura a los populares). Bien es verdad que los sondeos revelan que un 30 por ciento no ha decidido aún su voto, lo que hace difícil cualquier pronóstico. La combinación de PSOE, Podemos e independentistas sacaría a los socialistas de la tradición socialdemócrata europea y los situaría en una posición alejada de los grandes consensos del centro. La fórmula de la contención (una combinación que diera protagonismo a Vox) tiene importantes costes y riesgos: permitiría que cuajase un partido, si no netamente populista, muy cercano a los movimientos antieuropeos, antiinmigración y soberanistas. Un partido que transforma malestares comprensibles en fracturas invencibles.

No hay unanimidad en las encuestas sobre la posibilidad de una tercera suma: PSOE y Ciudadanos. Si llegara a concretarse podría hacer que los socialistas se olvidaran de sus negociaciones con el secesionismo y de su tendencia a ciertos extremismos ideológicos (alentados por Podemos). Extremismos que les llevan, por ejemplo, al sectarismo con la iniciativa social en materia de enseñanza. Tampoco esta opción está exenta de problemas (Ciudadanos ha dado todavía muestras de inmadurez para ser partido de Gobierno). Hay una cuarta suma que sí daría para formar un nuevo Gobierno. Está en todas las encuestas pero en ninguna quiniela por el nivel de confrontación. Es la combinación de los tres partidos constitucionalistas (PSOE, Ciudadanos y PP). Solución, a la alemana, que si llegara a ser estable alimentaría los radicalismos. La existencia de un tercer partido, Ciudadanos, de carácter liberal, podría ser una buena fórmula para no tener que recurrir a la gran coalición. Puede y debe discutirse cuánto bien posible contienen cada una de estas posibilidades y alguna más.

Pero lo más urgente a estas alturas es caer en la cuenta de por qué un acuerdo entre los tres partidos que están más en el centro se descarta. El viaje hacia los extremos se ha convertido en el principal problema de la política española. Junto a una posible secesión de Cataluña, el mayor reto de la vida pública es superar una polarización creciente inducida desde arriba por los partidos, incrementada en campaña electoral. Esa polarización tiende a destruir una España común, no solo de referencias compartidas sino de experiencias positivas. Experiencias que revelan cómo las diferencias ideológicas o identitarias no son absolutas y no impiden afrontar juntos los retos educativos, productivos, de sostenibilidad del Estado del Bienestar, de innovación o de modelo territorial. La elección del voto deberá tener en cuenta muchos factores. Pero a estas alturas parece que lo más determinante es rechazar la colonización de la confrontación que llega desde los partidos, promover un cambio desde abajo y utilizar como criterio más determinante aquella opción o combinación que menos entorpezca el reconocimiento de un nosotros común entre los españoles.

¿Por qué es tan alto el nivel de polarización? Es difícil ponerle una fecha al momento en el que la política española se convierte en una guerra total. A mediados de los años 90, el final del “Gobierno largo de los socialistas” (1982-1996) provoca intensas tensiones. Felipe González (PSOE) se resiste a reconocer que su ciclo ha acabado. Pero después de perder frente a Aznar, renuncia a una posible alianza con nacionalistas y comunistas que le arrebate la victoria al PP. La izquierda, que tiene una mentalidad hegemónica, digiere con dificultad la mayoría absoluta de Aznar (2000), quien a su vez la ejerce con soberbia y poco ánimo de conciliación. La participación en la Guerra de Iraq y los atentados del 11-M (2004) abren una fractura profunda. Los dos gobiernos de Zapatero alejan a los socialistas de los postulados clásicos y convierten al PSOE en un partido radical burgués, centrado en promover nuevos derechos que no cuentan con suficiente consenso. La polarización es buscada deliberadamente. Podemos acentuará más tarde esta tendencia.

Buena parte de la comunidad católica no tiene en la época de Zapatero la inteligencia histórica de convertirse en un factor social que ayude a superar el enfrentamiento. Cree que es necesario librar una batalla frontal en favor de la libertad de enseñanza que ve amenazada. Y considera que es una obligación moral oponerse radicalmente al matrimonio homosexual y a la reforma de la regulación del aborto. La “agenda de la contención” se convierte prácticamente en la única agenda social y política. Se argumenta una y otra vez que el valor de la vida y la diferencia sexual están en la naturaleza de las cosas, sin querer ver que históricamente esas evidencias han dejado de ser compartidas y que no se puede imponer lo que no es libremente reconocido. El testimonio de la comunidad cristiana en favor de un nosotros común queda, por fuerza, en segundo plano.

En el terreno de la libertad de enseñanza, los centros de iniciativa social no aciertan a encontrar fórmulas nuevas y creativas que superen el enfrentamiento con una izquierda muy estatalista. El freno legal de la descomposición antropológica y la libertad educativa se convierten casi en los dos únicos criterios. Y, por eso, se apoya a Rajoy hasta el final (a pesar de la corrupción y del gran descontento político y económico que provoca la gestión de la crisis). El escenario para el 28 de abril es diferente, requiere respuestas nuevas.

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