Obama no baila

Mundo · F.H.
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10 junio 2013
Obama demuestra que es el presidente de Estados Unidos más sexy de todos los tiempos, más incluso que JFK, en su forma de subir las escaleras. Cuando tiene que encaramarse a un escenario o a un avión trepa por los escalones con un pequeño trote, acompañado de un ligero movimiento corporal que recuerda el paso de algún baile afroamericano. Y así se ganó a la audiencia. “Aquí hay un hombre flexible, confiable, positivo”, pensaban sus votantes, sobre todo cuando fue elegido por primera vez. Aquí hay un hombre que, por fin, va a hacer “política bonita”, diferente. Obama con el presidente chino.

Obama demuestra que es el presidente de Estados Unidos más sexy de todos los tiempos, más incluso que JFK, en su forma de subir las escaleras. Cuando tiene que encaramarse a un escenario o a un avión trepa por los escalones con un pequeño trote, acompañado de un ligero movimiento corporal que recuerda el paso de algún baile afroamericano. Y así se ganó a la audiencia. “Aquí hay un hombre flexible, confiable, positivo”, pensaban sus votantes, sobre todo cuando fue elegido por primera vez. Aquí hay un hombre que, por fin, va a hacer “política bonita”, diferente.

Hace siete meses, cuando fue reelegido, Obama subía ya con mucha más dificultad los escalones. Y desde las últimas semanas renquea. El segundo mandato, que siempre es la ocasión para pasar a la historia, se está convirtiendo en un infierno.

El pasado fin de semana el presidente de los Estados Unidos tenía en su agenda una de las reuniones más decisivas de la primavera: un encuentro, en California, con el presidente chino, Xi Jinping. Un auténtico G2, que es el foro que realmente cuenta porque el G8 ya no sirve para nada y el G20 es demasiado grande. Los dos emperadores del mundo cara a cara. Obama tenía que quejarse de lo poco que hacen las autoridades chinas para evitar el ciberespionaje que daña a la economía estadounidense. Y así lo hizo.

Pero horas antes tuvo que pronunciar el discurso que un político sexy no quiere nunca hacer. Un discurso para justificar el ciberespionaje en nombre de la razón de Estado. The Guardian había contado que la Agencia de Seguridad Nacional (NSA) y la Oficina Federal de Investigaciones (FBI) recogen todos los días registros de llamadas de millones de clientes de la operadoras de telefonía, gracias a una orden judicial secreta. Y se había sabido también que se procesan datos de los servidores de las grandes empresas estadounidenses de internet, entre ellas Microsoft, Yahoo, Facebook, Skype o Apple.

El presidente que sube los escalones como nadie dijo que no se espiaba a ciudadanos estadounidenses, que los republicanos estaban al tanto, pero al final pronunció la frase maldita: “no se puede tener cien por cien seguridad y cien por cien privacidad”. Una sentencia que tiene poco que ver con la “política bonita”, y que sonaba al drama eterno de la política, al drama del mal menor. Obama, quizás porque venía del mundo de la utopía, se lanza tras la razón de Estado con menos frenos que sus predecesores educados en el realismo político.

La justificación de las escuchas llegaba después de que la agencia de noticias Associated Press (AP) anunciara que la administración había tenido acceso al registro de las llamadas de muchos de sus periodistas durante dos meses, para intentar descubrir a terroristas. Si se confirma la denuncia, que parece muy verosímil, supondría un ataque directo a la libertad de prensa consagrada en la primera enmienda.

Son dos escándalos que se suman a las informaciones sobre la posible utilización del Internal Revenue Service, la agencia de los impuestos, para hacerle más difícil la vida a los responsables del Tea Party. Y a las probables mentiras sobre las condiciones en las que se produjo la muerte del embajador de los Estados Unidos en Libia, en plena campaña electoral. No habría fallecido, como dijo la administración Obama, tras un tumulto improvisado, sino a resultas de un acto terrorista organizado.

Estamos ante dos fenómenos bien diferentes. Por una lado, la dirty politic, la política sucia, la de siempre. Y por otro, y esto es más relevante, asistimos a una modificación del gen liberal. La “guerra contra el terrorismo”, expresión acuñada por los neocon que asesoraban a Bush, sigue en pie y parece justificar la restricción de unos derechos que la democracia estadounidense siempre ha considerado parte de su ADN. Lo extraño es que la Costa Este y la Costa Oeste (Boston, Nueva York, Los Ángeles) no se hayan levantado como lo hicieron cuando Bush invadió Iraq. ¿Dónde está el Michael Moore dispuesto a producir un documental contra el giro antiliberal de Obama?

La agenda de Obama, que restringe libertades clásicas, busca compensaciones en otros frentes. Quizás por eso el presidente empuja tanto con el matrimonio homosexual. Está, de hecho, presionando al Supremo para que derogue la Defense of Marriage Act que define, a nivel federal, el matrimonio como la unión de un hombre y una mujer.

No hay nada menos sexy que un joven utópico que envejece rápidamente.

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