Nuestra única riqueza

Mundo · José Luis Restán
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19 octubre 2011
El Papa no da puntada sin hilo. Y en su Carta apostólica Porta fidei ofrece una clave para entender su iniciativa del Año de la fe, al ponerla en continuidad con la decisión de Pablo VI que culminaría con la Profesión de fe del Pueblo de Dios, en un momento de fuerte turbulencia dentro y fuera de la Iglesia. En efecto, transcurría el mes de junio de 1968, el Mayo francés explotaba en las calles y el cuerpo eclesial experimentaba ya un tremendo oleaje tras el final del Concilio. El Papa Montini, cuya memoria guarda con especial devoción Joseph Ratzinger, no realizó entonces vistosos cambios de estructuras sino que invitó a toda la Iglesia a "una auténtica y sincera profesión de la fe".

Una vez más la clave de la renovación en la continuidad, verdadera línea fuerza del pontificado de Benedicto XVI. De nuevo se repite el desafío: "testimoniar cómo los contenidos esenciales que desde siglos constituyen el patrimonio de todos los creyentes tienen necesidad de ser confirmados, comprendidos y profundizados de manera siempre nueva, con el fin de dar un testimonio coherente en condiciones históricas distintas a las del pasado". Y el Papa apunta también cuáles son esas nuevas condiciones históricas:   "mientras que en el pasado era posible reconocer un tejido cultural unitario, ampliamente aceptado en su referencia al contenido de la fe y a los valores inspirados por ella, hoy no parece que sea ya así en vastos sectores de la sociedad, a causa de una profunda crisis de fe que afecta a muchas personas". Por otra parte, "la fe está sometida más que en el pasado a una serie de interrogantes que provienen de un cambio de mentalidad que reduce el ámbito de las certezas racionales al de los logros científicos y tecnológicos".

Frente a este desafío histórico el Papa no propone sagaces estrategias, sino redescubrir la fe que transforma toda la existencia humana y se convierte en el nuevo criterio de pensamiento y de acción. Es una fe que a menudo damos "por supuesta", preocupándonos mucho de sus consecuencias sociales, culturales y políticas. Pero cuando la fe es débil, cuando ha perdido su consistencia racional y afectiva, no puede generar ninguna novedad en el mundo. Es lo que no entienden algunos "reformadores" profesionales con sus diversos proyectos.

Porta fidei es una auténtica carta de navegación para la Iglesia en este momento histórico. ¿Sabremos aprovecharla? ¿Nos dejaremos asombrar, interrogar y corregir por ella? ¿O como tantas veces la intentaremos reducir a nuestros esquemas previos, la quitaremos la espoleta y convertiremos en pólvora mojada? Son preguntas abiertas que sólo en el tiempo encontrarán respuesta.

También es significativo que en este recorrido de la fe, el Papa haya elegido a su maestro Agustín, alguien que puede hablar de modo especialmente persuasivo al hombre de hoy. Para el joven Agustín la libertad y la felicidad eran las grandes metas de su vida. Y su pasión por Cristo (pasión llena de lucidez humana) se explica porque sólo Él le dio la vida en plenitud que anhelaba. Con palabras de la primera homilía 0de este pontificado podríamos decir que el encuentro con Cristo sacó a Agustín del desierto y lo condujo a la fuente de la vida. Esa es la tarea de la Iglesia hoy, consciente de que muchos que no reconocen el don de la fe, "buscan con sinceridad el sentido último y la verdad definitiva de su existencia y del mundo".

Redescubrir la fe y avivar la misión. Sumergirse en la vida de Cristo que actúa en su Iglesia y comprender las coordenadas culturales de esta hora. Sanar el tejido de la comunión eclesial y salir al aire (fresco o viciado) del mundo que nos toca vivir, sin otra garantía ni protección que la fe vivida en la compañía de los santos. Esa es la doble e indisoluble tarea que Benedicto XVI propone.                  

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