Nuestra memoria contra el ´Auschwitz´ de la cultura
Escribo desde Damasco, donde hemos participado en una serie de encuentros Marilyn (la arqueóloga Marilyn Kelly) y yo. El acto principal fue un coloquio sobre la situación actual del patrimonio arqueológico en Siria, junto a una docena de colegas sirios y otros tantos colegas extranjeros. A decir verdad, todos nos sentíamos sirios, y este aspecto de gran solidaridad y calor humano se hacía más fuerte en cada intervención. Pueden ustedes imaginar nuestro estado de ánimo cuando, justo durante la comunicación de un colega polaco sobre los trabajos de restauración este verano de las estatuas de Palmira que el estado islámico hizo pedazos, llegó la noticia de que miembros de ese mismo grupo habían vuelto a ocupar la ciudad y el museo. O cuando durante la cena recibimos la noticia de que toda la ciudad de Alepo había vuelto a ser atacada.
Me impactó mucho la actitud general de los colegas sirios, a los que todos nos sentimos profundamente unidos, con el tono de un desafío sereno en respuesta a un desafío demencial. Poniendo siempre el acento en la voluntad de salvaguardar los valores en el mismo momento en que estos eran negados en nombre de otros pseudo-valores. No había en ellos ni histeria ni euforia, que podían emerger según los momentos. Solo había, en cambio, un reclamo continuo a la necesidad de hacer frente con coraje y determinación a una violencia insensata, apoyándose en esa fuerza interior que nace de la fe en lo que es verdadero. En nuestro caso, los valores de la cultura del pasado tal como la conocemos por los monumentos en los que trabajamos.
Esta gran profesionalidad era evidente por lo esencial de todas sus intervenciones, con una altísima y uniforme calidad. La dimensión política solo estaba presente en el sentido más noble de la palabra, el de una polis ideal en la que nos encontramos en solidaridad. Ciudadanos de un pasado compartido, con la firme conciencia de que el trabajo de redescubrir este pasado es el humus para la construcción de un futuro que pueda unir en vez de dividir.
Repasando en su conjunto la historia de las últimas destrucciones cometidas por parte del llamado estado islámico, destrucciones descritas del modo en que un cirujano sabe ver un cuerpo vivo sobre el que operar, me di cuenta de una dimensión particular propia de este caso. Nosotros somos testigos de lo que podríamos definir como el Auschwitz de la cultura. Es la dimensión sistémica, que transforma la ideología en violencia: si en un caso se trataba de un genocidio erigido en sistema, en este otro caso se trata de un “artecidio” igualmente erigido en sistema. No es una violencia apasionada fuera de control, es la violencia de una idea que rechaza fríamente la posibilidad de que otra idea pueda existir. No basta con matar al hombre, hay que matar el artefacto. Así se le quitan al grupo social las coordenadas básicas sobre las que construir la identidad. En este sentido, el ataque a Siria supone una nueva y horrible tragedia.
Precisamente en este contexto llama la atención la reacción tan fuerte pero comedida de la verdadera Siria, esa que para la arqueología está personificada en la Dirección General de Antigüedades y Museos, el equivalente a nuestro Patrimonio Histórico. Todos los colegas de esta entidad se muestran fuertemente unidos a su director general, Maamoun Abdulkarim, y este aspecto de gran calor humano y seriedad profesional también salió a relucir en nuestro encuentro con ellos. Un encuentro que, para Marilyn y para mí, se nos ha grabado en la memoria como el más significativo de todos los que hemos tenido nunca.