Nos sobran leviatanes

Editorial · Fernando de Haro
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11 junio 2023
Frente a ciertas simplificaciones son cada vez más los economistas que señalan la complejidad de las motivaciones del hombre que trabaja y hace empresa. Hacen falta leyes, límites, hace falta un Estado que complete al mercado. Pero no un Leviatán político, cultural o espiritual.

Más tarde o más temprano nos vamos a enamorar de un robot. Es el pronóstico que hace Kate Darling, investigadora del MIT. ¿Por qué le tenemos miedo a la Inteligencia Artificial? ¿Por qué no queremos un amante de este tipo? Por fin nos traerá lo que tanto habíamos esperado: un conocimiento sin interferencias sentimentales, un entendimiento sin concupiscencia, una razón sin la corrupción de lo humano.  ¿No es eso lo que queríamos? Pues ya lo tenemos. Ya tenemos la solución a un “estado de naturaleza” depravado que lo contamina todo.

Desde hace trescientos años concebimos el trabajo y las relaciones económicas con una antropología negativa. El homo oeconomicus, que busca riqueza, inevitablemente, expresa una naturaleza corrompida. Solo “desde fuera”, desde la ética, el derecho y la política, se le pueden poner límites a lo que necesariamente decae. El momento presente se parece mucho a la situación en la que estaba Europa, a mediados del siglo XVI, cuando empezamos a mirar cualquier cosa con este punto de vista. Como entonces, hay guerras, desordenes, amenazas al bienestar, incertidumbres… Conclusión: el hombre es de forma irremediable enemigo del hombre y es egoísta. Todas las relaciones están atravesadas por intereses extraviados. Por eso solo cabe esperar dos soluciones. La primera es que ese egoísmo se convierta, gracias a la mano invisible y milagrosa del mercado, en prosperidad. La segunda es que una autoridad concentre todo el poder para equilibrar el estado de naturaleza dominado por las pasiones. Hace falta un Leviatán, un Leviatán político, religioso, cultural. Es una mentalidad que expresa socialmente parte del pensamiento de Lutero.

Como en el siglo XVI, los teólogos de Trento se revuelven. Ahora en sus tumbas. Dedicaron lo mejor de su vida a subrayar que la naturaleza del hombre está herida pero no corrompida. La razón y su capacidad de conocer, el deseo de bien, belleza y verdad, la posibilidad de construir relaciones justas siguen teniendo tal fuerza que se puede partir de una antropología positiva. No hay apetito que haya sido irremediablemente corrompido. En todos ellos, más o menos oscurecido, asoma el amor por lo ilimitado. Y lejos de apagarse con el error, se incrementa. El narcisismo de las redes sociales es, por ejemplo, expresión de una necesidad abismal de ser querido. La aspiración a la libertad también late en el sueño de la autodeterminación que se revela contra la naturaleza. No saberlo ver es falta de inteligencia. La razón sigue teniendo capacidad de distinguir. Las consecuencias sociales y económicas de este modo de concebir a la persona  son inmensas. El “estado de naturaleza” es ambiguo pero no perverso. La cultura que lo desarrolla da cauce a un  sólido deseo de cumplimiento que es motor de construcción, capacidad para actuar de un modo que enriquece a la persona, habilidad para edificar relaciones sanas. Por esto precisamente la subsidiariedad y la solidaridad no son dos dimensiones éticas que se añaden a la conducta humana, son dos notas estructurales. Es posible vivir, también por eso, una experiencia social positiva. Tenemos experiencia de ello. La pandemia nos ha vuelto a mostrar la  inclinación a unirnos para resolver nuestras necesidades y las de los demás, la posibilidad de “hacer con otros”. Y esto corrige, de forma natural, la inclinación a reducir el deseo a puro interés.

Frente a la simplificación de la antropología negativa son cada vez más los economistas que señalan la complejidad de las motivaciones del hombre que trabaja y hace empresa. A las motivaciones extrínsecas propias del homo oeconomicus (ganar dinero, hacer carrera, etc) hay que añadir motivaciones intrínsecas. Unas motivaciones no instrumentales que tienen que ver con el desarrollo de los deseos socializantes o con una identidad relacional. Este plano no pertenece a la filosofía moral o la espiritualidad, al área de la “responsabilidad social corporativa”. Está en el corazón del trabajo humano.

Hacen falta leyes, límites, hace falta un Estado que complete al mercado. Pero no un Leviatán político, cultural o espiritual. Tampoco un amante con una inteligencia sin interferencias afectivas y  con una naturaleza pura.

 

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