Nos quedaríamos a la intemperie

Mundo · José Luis Restán
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18 abril 2016
“Estamos sumidos en la incertidumbre… esta situación puede dejar unas heridas en la convivencia… La desacreditación mutua hace imposible una reflexión serena sobre los problemas básicos y las tareas pendientes”. Es la descripción de este momento histórico realizada por el cardenal presidente de la CEE, Ricardo Blázquez, en la apertura de su Asamblea de primavera. Y a tenor de sus palabras, en la calle Añastro la preocupación es seria, no sólo por el presente, sino también ante los interrogantes que plantea el inmediato futuro, sobre todo por lo que se refiere a una hipotética demolición del edificio constitucional.

“Estamos sumidos en la incertidumbre… esta situación puede dejar unas heridas en la convivencia… La desacreditación mutua hace imposible una reflexión serena sobre los problemas básicos y las tareas pendientes”. Es la descripción de este momento histórico realizada por el cardenal presidente de la CEE, Ricardo Blázquez, en la apertura de su Asamblea de primavera. Y a tenor de sus palabras, en la calle Añastro la preocupación es seria, no sólo por el presente, sino también ante los interrogantes que plantea el inmediato futuro, sobre todo por lo que se refiere a una hipotética demolición del edificio constitucional.

Nadie asocia al cardenal Blázquez con alguna forma de tremendismo, todo lo contrario. Y sin embargo sus palabras, medidas al milímetro, desvelan un panorama inquietante y una creciente aprensión. Para ilustrarlo, ha elegido una cita reciente del teólogo Olegario González de Cardedal, observador atento de la realidad española desde la época de la Transición. Tras denunciar la perversión del lenguaje que domina hoy en el debate político, González de Cardedal consideraba gravísima “la escisión y confrontación de la sociedad española, siendo una descalificada por la otra… es una injusticia mayor reclamar para una de ellas la verdad de España negándosela a la otra, como si esta no existiera, no perteneciera a la única historia, y sacando la consecuencia de no dialogar con ella”.

En el discurso de Blázquez se sitúa como centro de gravedad de nuestra convivencia el pacto constitucional, y se advierte de los riesgos que conllevaría una ruptura con ese edificio “en que nos sentimos protegidos como personas, como españoles y como católicos”. El presidente de la CEE recuerda que “la Constitución fue gestada en un ambiente de diálogo y de consenso, al que no fue ajena la Iglesia y más en concreto nuestra Conferencia Episcopal; deseábamos entrar en una nueva etapa en la que todos tuviéramos espacio, reconciliándonos como ciudadanos y convivientes, sin privilegios ni exclusiones”. Tras reconocer que el paso del tiempo puede aconsejar la actualización de algunos aspectos, Don Ricardo afirma que “no es razonable ni legítimo poner en cuestión las líneas fundamentales de la misma; sin esta casa común quedaríamos a la intemperie”.

Aunque la crisis política española tiene rasgos propios, se enmarca en la crisis más amplia de Europa. En este discurso el cardenal sostiene que “la desmemoria de la historia incapacita para proyectos atrayentes de futuro” y señala como signos de debilidad vital la cerrazón frente a los refugiados y el repliegue europeo sobre el propio bienestar que se percibe amenazado. Un aspecto central de la crisis europea (y también española) lo sitúa en la comprensión cada vez más estrecha de la libertad religiosa. El cardenal Blázquez considera un deber de los pastores de la Iglesia proclamar, en esta coyuntura, que si se oscurece en la humanidad la luz de Dios, se desdibuja también la dignidad de la persona humana: “ni promover la exclusión de Dios ni la profanación de su nombre, ni fundamentalismo intolerante ni laicismo disolvente”.

En clara continuidad con lo afirmado por los distintos presidentes de la CEE en los últimos 40 años, ha subrayado que “la Iglesia no aspira en España a ser privilegiada… se siente en el derecho de reclamar la libertad religiosa y este mismo derecho quiere compartirlo con las demás confesiones cristianas, con otras religiones y con quienes no se reconocen en ninguna religión… La ‘aconfesionalidad’ significa que el Estado no profesa ninguna confesión religiosa para que todos se puedan sentir igualmente libres e igualmente respetados, garantizando una sociedad plural en lo religioso. El Estado es aconfesional, y los ciudadanos seremos lo que creamos conveniente”. Este principio claramente asentado por la doctrina constitucional está en riesgo ante los proyectos de reforma que dibujan algunas fuerzas políticas, que no esconden su aversión al artículo 16 de nuestra Carta Magna. En el ámbito de este precepto constitucional, que ha pacificado una de las cuestiones más tormentosas de nuestra historia, “nos movemos pacíficamente como ciudadanos y católicos”.

Es curioso que en medio de la inflación de discursos políticos que sufrimos desde hace tres meses, casi siempre tan vacuos como agresivos, apenas se plantee este núcleo señalado por el presidente de la CEE, y sin embargo, advierte Don Ricardo, “si estos cimientos se conmovieran, nuestra convivencia se volvería insegura”.

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