Nos dejan sin la maternidad

Cultura · M. Medina
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16 marzo 2009
Hay que darle las gracias a la ministra de Igualdad, Bibiana Aído, porque este fin de semana ha sido diáfana. Sus declaraciones a la agencia Europa Press han  dejado claro el fondo de la reforma legal sobre el aborto y por qué es ella la que lidera el cambio y no el ministro de Sanidad.

La ministra ya envía señales de que el aborto sin consentimiento paterno a los 16 años, recomendado por el Cogreso y por los expertos, puede no prosperar. Se conseguiría al final una imagen de moderación, de justo término, entre los que Aído llamó "fundamentalistas de izquierda y de derecha". Pero lo innegociable es  el "carácter pedagógico" de la reforma, el objetivo de crear mentalidad convirtiendo el aborto en derecho. El aborto, ha explicado la ministra, es un "conflicto de intereses entre la madre y el no nacido".

El plazo de las 22 semanas, el plazo de la posible viabilidad del feto, marca la frontera. Hasta ese momento, explica la ministra, "prevalecerá el derecho de la mujer y a partir de esa viabilidad fetal, el derecho del no nacido". No se plantea una discusión científica sobre dónde hay una persona o deja de haberla. El Estado define un nuevo derecho para que la mujer se entienda de otro modo, para que entienda de otro modo la relación con el hijo que lleva en su seno y para que todos nos entendamos de otro modo. Al convertir el aborto en un derecho, la vieja pretensión invasora de todo Estado alcanza su punto más alto, la vieja intención de redefinir, en función de los intereses del poder, las necesidades, las experiencias e incluso los sentimientos de los hombres llega a un ámbito al que antes no había llegado.

Abortos, por desgracia, ha habido siempre. Pero nunca hasta ahora el Estado había pretendido decirle a la mujer cómo tenía que entenderse a sí misma y al hijo que lleva en su seno. No había pretendido definir y apropiarse, si la tragedia se produce, del dolor por el hijo perdido. El Estado pretende, en nombre de una ideología feminista que suprime violentamente la riqueza de la diferencia, expropiar la maternidad. Esa experiencia tan necesaria en la sociedad del siglo XXI, para hombres y mujeres, de que la vida crece,  sorprende y desborda el deseo, también a través del sufrimiento, cuando no está encerrada en los cálculos y en las medidas que le imponemos. Esa evidencia sencilla de que la vida es Misterio y que se despliega en toda su riqueza cuando se le dice sí. Al convertir la muerte en un derecho, es como si un manto frío y oscuro se echara sobre esa posibilidad.

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