“Nos cuesta aceptar nuestra vulnerabilidad porque nos hemos escondido detrás de fortalezas ficticias”
¿Qué consecuencias ha traído la pandemia para nuestra salud mental?
Muchas, especialmente en las personas más vulnerables y en las más expuestas al estrés. Las personas más vulnerables han sido quienes tenían previamente problemas de salud mental, o quienes han sufrido más por falta de recursos económicos, por soledad, por enfermar de covid o perder a seres queridos por esa enfermedad. También tienen más vulnerabilidad quienes son más frágiles internamente. Un caso extremo ha sido el de los ancianos aislados en una habitación durante meses, sin poder apenas comunicarse con sus familiares y a veces sin entender bien lo que estaba pasando, a causa de la demencia que padecen. Por otra parte, los sanitarios de primera línea han sufrido también intensamente, al haber sido de las personas más expuestas al estrés desde que empezó la pandemia. Ellos llevan una dura carrera de fondo de sobreesfuerzo desde hace ya mucho tiempo, trabajando más horas de las debidas, arriesgando cada día sus vidas y sin que su esfuerzo y trabajo hayan sido suficientemente reconocidos y respetados. Están exhaustos.
Y el confinamiento ha agravado aún más esta situación.
El confinamiento ha sido otro de los factores que han contribuido a provocar problemas en nuestra salud mental, por el aislamiento, la incertidumbre, su imposición súbita, el desconcierto, la incomprensión de su sentido, el parón de actividades, el daño económico que ha supuesto, etc. También es cierto que lo han sufrido menos quienes veían el sentido que podía tener para proteger a los más frágiles de infectarse.
Otros problemas de salud mental también han derivado de la infección provocada por el coronavirus (pues puede afectar al cerebro), de las condiciones estresantes de los ingresos hospitalarios y las UCIs (sin visitas), las muertes de seres queridos sin que se pudieran seguir adecuadamente los pasos naturales de un duelo, el miedo al contagio, la alteración de nuestras rutinas habituales, la falta de suficiente contacto social (también sin confinamiento), la incertidumbre, los enfrentamientos de los egos políticos, la polarización de la sociedad, etc. Objetivamente son muchos los factores que están poniendo a prueba nuestra resistencia psicológica.
Todas estas circunstancias han empeorado la salud mental de la población. Han aumentado claramente los casos de ansiedad, depresión, daños psicológicos derivados del estrés y el estrés postraumático. Incluso parecen estar en aumento los intentos de suicidio y los suicidios consumados. Lo que se agrava con el hecho de que no hay suficientes profesionales de la salud mental para poder atender convenientemente a todo el mundo.
Todas estas patologías que ahora salen a la luz de un modo más claro ¿son consecuencia directa de esta situación coyuntural o saca a la luz problemas que ya existían previamente?
Creo que se dan ambas cosas. Por un lado, el incremento del estrés nos expone a más sufrimiento y esto incrementa el riesgo de sufrir trastornos mentales. Por otro lado, la situación de crisis que atravesamos también lleva a que se saquen a la luz problemas preexistentes: con uno mismo, en las relaciones con los demás, con la vida o con Dios. Lo que también ha sucedido, paradójicamente, ha sido que, en algunos casos, hay personas que han conectado con recursos internos que antes desconocían de sí mismos. También hay que señalar que se han puesto en marcha iniciativas solidarias que han servido de alivio ante tantas dificultades y que han ayudado a paliar lo que hemos ido viviendo en el último año.
“Para muchos es muy difícil estar en silencio y escucharse profundamente, lo que lleva a que la soledad suponga un sufrimiento más grande”
¿Es la soledad uno de los grandes males de nuestra sociedad?
Sí, es uno de los grandes males de la sociedad actual, en la que tanto prima el individualismo y la falta de conciencia de las necesidades de otros. Está claro que tanto tiempo de soledad forzada o la reducción de las relaciones habituales acaba pasando factura. Algunos expertos hablan incluso del “hambre de piel”, que consiste en una serie de desajustes emocionales al no tener suficiente cercanía física con otros seres humanos. El aislamiento puede acabar siendo una especie de tortura, o incluso de condena, de la que además no sabemos cuándo acabaremos de salir del todo (los presos al menos tienen una idea aproximada de cuánto tiempo puede durar su encierro, nosotros aún no sabemos a ciencia cierta cuándo terminará esta pandemia y sus consecuencias).
También se sufre más por la soledad por una incapacidad para saber estar solos de una manera constructiva y con sentido. Para muchos es muy difícil estar en silencio y escucharse profundamente, lo que lleva a que la soledad suponga un sufrimiento más grande. En ocasiones también porque la soledad nos pone delante de nosotros mismos. Recordemos esa idea de que no es lo mismo estar solo que sentirse solo. Es paradójico que algunas personas introvertidas refieren que se han encontrado más con elementos profundos de sus vidas, por causa de un mayor aislamiento social derivado de la pandemia. En otros casos se han estrechado los lazos de amistad o familiares, al menos a distancia, al desarrollarse más conciencia de la necesidad de compañía.
“Cuando asumimos que somos vulnerables nos fortalecemos más, ya que no necesitamos disfrazarnos de fuertes o de exitosos. Cuando nuestra propia fragilidad es acogida con normalidad, nos permite entrar en relaciones más reales”
Recuerdo que durante los meses más duros del confinamiento había una palabra que salía frecuentemente en las columnas de los periódicos que era vulnerabilidad. ¿Nos cuesta aceptar que somos vulnerables?
Sí, nos cuesta aceptar nuestra vulnerabilidad, porque nos hemos escondido detrás de fortalezas ficticias, de simular apariencias que enmascaran nuestros límites y fragilidades. Esa actitud nos acaba haciendo más débiles, ya que acabamos viviendo así en una ficción narcisista, en la que nos empeñamos en creernos algo que realmente no somos. Cuando asumimos que somos vulnerables nos fortalecemos más, ya que no necesitamos estarnos disfrazando de fuertes o de exitosos y asumimos nuestra vida como es, con humildad y con realismo. Además, si asumimos la propia vulnerabilidad es más posible ocuparnos de cuidarla y de sanarla, en lugar de mirar hacia otro lado. Esa aceptación nos acaba conectando más con los demás, al hermanarnos desde nuestra condición limitada. Cuando nuestra propia fragilidad es acogida con normalidad, nos permite entrar en relaciones más reales, sin tener que aparentar que tenemos una vida de superhéroes.
“Estas circunstancias son una ocasión para buscar un sentido a nuestra vida, conectando con lo que es lo más esencial”
¿Qué medidas o acciones deberíamos tomar para ayudarnos a afrontar el desafío de esta situación que es ciertamente dura?
En primer lugar, parece necesario reforzar los vínculos y tener sensibilidad ante las necesidades de los que están más heridos y débiles. También es importante tomar conciencia de nuestra propia vulnerabilidad y límites, y aprovechar esa conciencia para conocernos mejor y ser más reales y humildes con nuestras vidas. Esa toma de consciencia nos puede permitir saber qué necesitamos con más claridad y nos puede llevar a ser capaces también de pedir la ayuda adecuada o de ofrecerla a quienes nos necesiten. Otro punto importante es dar el paso a pedir ayuda, si es necesario. El permitirnos expresar a nuestros seres queridos nuestras necesidades y dificultades y poder acompañarnos unos a otros. A veces, esa ayuda ha de ser prestada por parte de un profesional de la salud mental. Es importante pensar que si estamos mal y no buscamos la salida adecuada hacemos sufrir más a quienes nos rodean. Así que, si no conseguimos superar nuestro malestar con las ayudas “normales”, es preciso acudir a profesionales de la salud mental (psicólogos o psiquiatras), que pueden aportarnos herramientas o métodos para manejarnos mejor con las dificultades. Por último, añadiría que puede ser de útil, en estos momentos, el tener presente lo importante que es buscar un sentido a nuestra vida, conectando con lo que es lo más esencial, cultivando valores que nos humanizan y, para quienes somos creyentes, cultivando más profundamente nuestra vida espiritual. El sufrimiento a veces puede abrir una puerta a una mayor sensibilidad espiritual.
Julián Marías decía que “la dificultad ha sido el elemento natural del hombre […] Esto lo sabía muy bien el hombre de otras épocas. Las penalidades de todo tipo, las fatigas, los sufrimientos, nada de eso era objeción contra la real grandeza que veían por todas partes, y que significaba una increíble dilatación de su horizonte vital”. ¿Qué le suscitan las palabras del filósofo español?
Estas palabras me remiten a retomar la cuestión de la vulnerabilidad y a la idea de que la vida humana tiene que atravesar, inevitablemente, diferentes sufrimientos y dificultades. El cómo nos enfrentemos a estas situaciones pondrá de manifiesto si estamos encontrando un sentido a la vida, a pesar de todo, y que nuestra grandeza humana no está en función de cuánto sufrimos o de cuánto disfrutamos. El valor de la vida humana y el “desafiante poder del espíritu”, como diría el psiquiatra judío Viktor Frankl, están más allá del éxito o del fracaso. Además, el posicionamiento interno que asumimos frente a las penalidades, el aprendizaje que sacamos de ellas, la capacidad de mirar más allá de nuestros egos en medio del peor de los tormentos, nos pueden brindar la posibilidad de entrenar diversas virtudes que nos fortalecen, como la paciencia o la esperanza, o la capacidad de amar a nuestros semejantes, estando más unidos a ellos. En definitiva, que esa inevitabilidad del sufrimiento puede posibilitar una apertura de nuestro espíritu a una mirada más honda ante la realidad entera, para percibir la grandeza de todo, nos satisfaga o nos contraríe lo que vivimos en un determinado momento. Creo que la esperanza de que el amor sea más amplio que nuestros miedos puede posibilitar que el sufrimiento nos humanice y nos una más unos a otros.