No sin mi cuerpo
Hace algo más de dos años Netflix emitió el capítulo San Junipero de una serie que ya es mítica, Black Mirror. Es una serie dedicada a lo que nos deparará el futuro tecnológico. En el capítulo aparece el “mind uploading”, la posibilidad de transferir nuestra mente a un disco duro, a un soporto electrónico. En el capítulo, dos personajes femeninos se encuentran en un complejo turístico, y después de varios acontecimientos se acaban despidiendo
Pero el espectador se entera de que en realidad esta relación se ha producido en un mundo virtual porque las dos mujeres habían transferido su mente a un ordenador. Esto que hace dos años parecía un puro ejercicio de ficción es algo de lo que se discute en las redes sociales. En YouTube, por ejemplo, es fácil encontrar ya debates sobre las ventajas y los inconvenientes de transferir nuestra mente a una máquina.
En realidad el debate sobre la transferencia de nuestra mente a un ordenador sigue siendo pura ficción pero dice mucho de cómo nos entendemos a nosotros mismos, como entendemos nuestro cuerpo y nuestra propia persona. La posible transferencia de la mente es una expresión más de eso que llaman transhumanismo, una combinación de hombres y máquinas: la posibilidad de ser una especie de seres mestizos que mezclan lo humano con la máquina. Acariciar la posibilidad de transferirnos a una máquina refleja hasta qué punto pensamos que el cuerpo y el alma, el cuerpo y la mente, son dos cosas diferentes y el cuerpo es solo materia, una especie de objeto animado. Vuelven así con la revolución digital viejas ideas negativas sobre qué es el cuerpo. Después de siglos en los que hemos aprendido que no somos almas encerradas en cuerpos, el transhumanismo y la tecnología vuelve a doctrinas viejas. La psicología, la neurociencia, nos ha enseñado que la conciencia de lo que somos es inseparable del cuerpo, que somos las dos cosas, y ahora las series y la nueva ciencia ficción nos convierten en simples abstracciones cibernéticas. No sin mi cuerpo, habría que reclamar.