No se trata de pecar o no pecar, señora Aído

España · Raquel Martín
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21 abril 2009
Es asombrosa la capacidad de responder que tiene la ministra de Igualdad a todas aquellas opiniones contrarias a la posición del Gobierno ante la ampliación del aborto que quiere aprobar antes del verano. Tan frecuentemente y de manera tan agresiva que se ha ganado ya el título de la ministra que más habla de todas las que se sientan en el Consejo de Ministros.

Sus últimas palabras han sido las siguientes: "A la Iglesia le corresponde decir qué es pecado y no qué es delito". Tales declaraciones de la joven ministra tienen miga. En primer lugar porque son antidemocráticas.

¿Desde cuándo un Ejecutivo se atreve a indicar lo que le corresponde o deja de corresponder decir a la Iglesia? ¿Quién le ha otorgado a Aído esa potestad? ¿No permite la ministra la libertad de expresión de la Iglesia de opinar y manifestarse de lo que le dé la gana? ¿No le deja la benjamina del Gobierno de Zapatero a la Iglesia tomar posición ante cualquier asunto que esté sobre la mesa en la sociedad? ¿Le va a negar tal derecho fundamental? Y he aquí la verdadera obsesión de la "era Zapatero": apartar a la Iglesia del debate público. No dejar que la Iglesia juzgue problemas que nos atañen a todos. A la Iglesia parece habérsele prohibido entrar en determinados debates o polémicas.  

Pero sigamos con las palabras de la ministra: "A la Iglesia le corresponde decir qué es pecado y no qué es delito". Efectivamente, para la Iglesia católica el asesinato es un pecado. Se trata ni más ni menos que del Quinto Mandamiento: "No matarás". Y el aborto, tal y como han recordado los casi mil firmantes del manifiesto de Madrid desde una posición alejada de planteamiento morales, el aborto es la muerte de una vida, el cigoto. Y la ministra Bibiana Aído, al querer arrinconar a la Iglesia a definir exclusivamente lo que es pecado, en el fondo está reconociendo que el aborto es un asesinato.

Hay verdades que seguirán siendo verdades aunque se las cambien de nombre y mentiras que no serán más que mentiras por muy legales que sean. Y el aborto, por muy legal que sea, no dejará de ser lo que es, un asesinato. Y la Iglesia tiene el deber, la obligación de gritarlo a los cuatro vientos.

Además, la Iglesia no sólo define o puede definir, como quiere la ministra, lo que es o no pecado. La Iglesia defiende en estos momentos en solitario, a contracorriente, verdades que ya nadie identifica como tales. Y aquí está la raíz, el núcleo, de la cuestión. Que la vida no nos la damos a nosotros mismos, que no es nuestra, que nosotros no somos los señores y dueños de la realidad…  De esta manera, este "grito" expresado por la Iglesia no es una condena, es un llamamiento a la apertura de la razón para llegar a reconocer la positividad de la existencia, por muy difícil que sea la circunstancia de cada uno.

No es un problema de pecar o no pecar, señora ministra. Es un problema de existir o no existir. De vivir o de matar. Y si se mata, hay delito, no un derecho como quieren ustedes ahora imponer.

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