No se trata de pecar o no pecar, señora Aído

Sus últimas palabras han sido las siguientes: "A la Iglesia le corresponde decir qué es pecado y no qué es delito". Tales declaraciones de la joven ministra tienen miga. En primer lugar porque son antidemocráticas.
¿Desde cuándo un Ejecutivo se atreve a indicar lo que le corresponde o deja de corresponder decir a la Iglesia? ¿Quién le ha otorgado a Aído esa potestad? ¿No permite la ministra la libertad de expresión de la Iglesia de opinar y manifestarse de lo que le dé la gana? ¿No le deja la benjamina del Gobierno de Zapatero a la Iglesia tomar posición ante cualquier asunto que esté sobre la mesa en la sociedad? ¿Le va a negar tal derecho fundamental? Y he aquí la verdadera obsesión de la "era Zapatero": apartar a la Iglesia del debate público. No dejar que la Iglesia juzgue problemas que nos atañen a todos. A la Iglesia parece habérsele prohibido entrar en determinados debates o polémicas.
Pero sigamos con las palabras de la ministra: "A la Iglesia le corresponde decir qué es pecado y no qué es delito". Efectivamente, para la Iglesia católica el asesinato es un pecado. Se trata ni más ni menos que del Quinto Mandamiento: "No matarás". Y el aborto, tal y como han recordado los casi mil firmantes del manifiesto de Madrid desde una posición alejada de planteamiento morales, el aborto es la muerte de una vida, el cigoto. Y la ministra Bibiana Aído, al querer arrinconar a la Iglesia a definir exclusivamente lo que es pecado, en el fondo está reconociendo que el aborto es un asesinato.
Hay verdades que seguirán siendo verdades aunque se las cambien de nombre y mentiras que no serán más que mentiras por muy legales que sean. Y el aborto, por muy legal que sea, no dejará de ser lo que es, un asesinato. Y la Iglesia tiene el deber, la obligación de gritarlo a los cuatro vientos.
Además, la Iglesia no sólo define o puede definir, como quiere la ministra, lo que es o no pecado. La Iglesia defiende en estos momentos en solitario, a contracorriente, verdades que ya nadie identifica como tales. Y aquí está la raíz, el núcleo, de la cuestión. Que la vida no nos la damos a nosotros mismos, que no es nuestra, que nosotros no somos los señores y dueños de la realidad… De esta manera, este "grito" expresado por la Iglesia no es una condena, es un llamamiento a la apertura de la razón para llegar a reconocer la positividad de la existencia, por muy difícil que sea la circunstancia de cada uno.
No es un problema de pecar o no pecar, señora ministra. Es un problema de existir o no existir. De vivir o de matar. Y si se mata, hay delito, no un derecho como quieren ustedes ahora imponer.