Entrevista a Angelo Scola

´No se puede permanecer en el miedo´

Mundo · P.R.
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3 marzo 2020
“En 1576 Milán fue atacada por la peste. La llamaron la peste de san Carlos porque hubo un hombre, precisamente san Carlos, que la vivió de un modo diferente, sin miedo, llegando a dar la vida por los demás y de esta manera hizo que todos usaran su nombre para denominar dicha peste. Si estos días de miedo, legítimo, nos hicieran volver a una forma de vivir las relaciones así, como hizo san Carlos, no serían días desperdiciados. En aquellos días encuentro una indicación precisamente sobre cómo estar dentro de esta prueba”. 

“En 1576 Milán fue atacada por la peste. La llamaron la peste de san Carlos porque hubo un hombre, precisamente san Carlos, que la vivió de un modo diferente, sin miedo, llegando a dar la vida por los demás y de esta manera hizo que todos usaran su nombre para denominar dicha peste. Si estos días de miedo, legítimo, nos hicieran volver a una forma de vivir las relaciones así, como hizo san Carlos, no serían días desperdiciados. En aquellos días encuentro una indicación precisamente sobre cómo estar dentro de esta prueba”. Angelo Scola ha decidido vivir en Imberido di Oggiono después de dejar la guía de la archidiócesis de Milán a Mario Delpini. Ha querido regresar a los manzonianos lugares de su infancia, cerca del lago de Como, a apenas diez kilómetros de Malgrate, el pueblo donde nació hace 78 años, hijo de Carlo, camionero, y Regina, ama de casa.

Cuando era niño, ¿vivió situaciones parecidas a esta?

En ciertos aspectos, sí. Recuerdo los pequeños féretros blancos de los funerales de los niños, entre ellos algunos de mis primos, que morían por pulmonías y tuberculosis. Yo mismo padecí tuberculosis a los veinte años. Todavía había miedo y confusión. Aunque las familias tenían muchos niños y, por tanto, aun con un dolor único y terrible a la vez, las muertes se veían mitigadas por la presencia de los muchos que quedaban. Además, había una referencia neta y clara a la fe en la resurrección, por lo que todo se vivía al final con esperanza.

Alessandro Manzoni no criticó el miedo de la gente, pero denunció el instinto atávico de mirar a nuestros semejantes como una amenaza, como un potencial agresor, ¿por qué?

Ante todo hay que decir que el miedo es una reacción normal de defensa frente a un acontecimiento inesperado y amenazador. El yo se pierde. Es inevitable. No hay que escandalizarse. Lo importante es hacer que ese miedo evolucione de una manera racional, captar el significado del hecho extraordinario que está sucediendo.

¿Por qué ver al otro como un potencial enemigo?

En el miedo no se puede permanecer y por eso se buscan vías para quitárselo de encima. Buscar un enemigo es una de ellas. Son actitudes que no están bien. A mí, por ejemplo, me llama la atención que los medios hablen de los muertos por coronavirus casi con alivio por el hecho de que muchos de esas personas sean ancianas. Yo también lo soy, y oír ciertos discursos no me hace mucha gracia.

Giovanni Boccaccio, cuyo Decamerón estaba ambientado en un lugar en cuarentena durante la epidemia de la peste en Florencia, también habló de este envenenamiento social en las relaciones.

Es un poco lo que sucede hoy también respecto a las migraciones. Quien es diferente da miedo. Todo eso debería abrir una reflexión sobre qué tipo de relación se tiene con uno mismo y con los demás, en qué tipo de sociedad deseamos vivir. En todo caso es evidente que ciertas reacciones también son hijas de las comunidades con las que uno se relaciona. Si, por ejemplo, un creyente vive en una comunidad cristiana que solo habla de miedo, está claro que reaccionará de una cierta manera en determinadas situaciones.

La Iglesia ha tomado medidas, por ejemplo en Lombardía, suspendiendo las misas. ¿Está de acuerdo?

Totalmente. Me alegra el comunicado de los obispos lombardos que acompañan al pueblo de Dios en esta etapa. Se nos pide hacer como durante la cuaresma ambrosiana, en la que el viernes se renuncia a la eucaristía. Y así se comprende mejor, por su falta, el valor de recibir al Señor.

Se habla mucho del efecto económico que estos días causarán en el país. ¿Qué opina?

El aspecto económico es importante, pero habría que afrontar el tema de la regeneración de la comunidad civil. Creo que estos días deben hacer comprender la necesidad de que en una sociedad plural, o el yo vive como relación o no vive. De la difusión del coronavirus puede nacer otro sentido de unidad y una reflexión para una política que favorezca el compartir dentro de esta pluralidad. Esta narración recíproca aún no existe, aunque sería necesaria.

¿Es cristianismo la visión según la cual detrás del coronavirus habría un castigo divino?

Es una visión incorrecta. Dios quiere nuestro bien, nos ama y está cerca. La relación con Él es de persona a persona, es una relación de libertad. Claro que conoce y prevé los acontecimientos, pero no los determina. Cuando le preguntan si las 18 personas muertas por el derrumbe de la torre de Siloé tienen alguna culpa, Jesús desmonta la cuestión: “No, os digo que no eran más culpables que todos los habitantes de Jerusalén”. Para los cristianos, Dios se comunica a través de las circunstancias y las relaciones. De esta circunstancia, también puede nacer un bien para nosotros. Entre las muchas cosas que nos puede enseñar está la necesidad de aprender a estar ante el miedo de manera racional.

Entrevista publicada en La Repubblica

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