´No se puede pensar que el cambio se sostiene solo con la ley´
Al sentirse invadido surge la reacción de alzar muros, reforzar fronteras, rechazar. Sucede con los inmigrantes, con los musulmanes, con el que es distinto en general. Pero hay un error de fondo en esta reacción que aniquila cualquier proyecto de convivencia. “La convicción de que el espacio público es un lugar físico que hay que dividir proporcionalmente. Cada uno debe tener su parte, marcando la frontera con su propia identidad. Pero el espacio público no existe más que como lugar ideal de encuentro. Y del mismo modo, mi identidad no existiría si no hubiera otra distinta”. Son palabras de Wael Farouq, vicepresidente del Meeting del Cairo, profesor en el Instituto de Lengua Árabe de la Universidad Americana del Cairo y en la Universidad Católica de Milán.
“Hay que empezar a ver el espacio de todos como espacio para todos. Es decir, un lugar de encuentros”, sostiene Farouq. “Se dice que Europa está cerrada y asustada, pero yo creo que nunca ha habido tanto bien como ahora. El problema es que hay pocos testigos del bien. Tiene más fama el mal. De cara al futuro, debemos trabajar por el bien que existe. Bien pensado, cada uno de nosotros es amigo al menos de una persona muy distinta, por cultura o religión”. Farouq afirma que encontrarse y conocerse es el inicio de toda experiencia positiva. “Hay dos existencias paralelas, una fuera de la realidad y otra real. La primera nace de la confrontación de estereotipos, la segunda del encuentro entre personas. El peligro es que la primera domine sobre la segunda. Es lo que pasa con los refugiados que llegan a Europa. Se apela a la humanidad, pero la humanidad no es un valor si no se encarna en una persona. Solo el encuentro entre identidades, entre personas, genera un valor, independientemente de todo lo demás, incluso del islam”.
El problema del islam es que “se está haciendo más importante que las personas, y cuando se convierte en un valor abstracto, entonces se transforma en algo malo. Cuando un sistema de valores y la religión cobran más importancia que las personas, entonces las personas están dispuestas a morir por esa religión. Y nosotros corremos un riesgo enorme. También porque hemos pasado del conocimiento a la información, que es conocimiento sin experiencia humana. Así el individuo se convierte en una persona sin relación con los demás. El gran desafío que tenemos por delante es el de mantener una dimensión humana en esta evolución tecnológica. Si lo conseguimos, entonces ni la inmigración ni los fundamentalismos podrán asustarnos”.
Farouq también ha sido testigo de la revolución egipcia. Han pasado cinco años desde las protestas en la plaza de Tahrir y el país sigue gobernado por un régimen donde son frecuentes las violaciones de derechos humanos. Pero sobre la situación política de su país, el profesor Farouq ofrece un punto de vista original. “Podemos mirar los hechos de 2011 poniendo nuestros ojos solo en el poder y por tanto creer que nada ha cambiado, o bien podemos mirar la experiencia que ha nacido de ahí, y ver que todo se ha modificado, que los jóvenes viven otra vida y ayudan a los pobres que encuentran en las calles y en los barrios más conflictivos, que las religiones ahora se respetan y se defienden mutuamente, que las diferencias se aceptan como una riqueza. Ha bastado un año para marcar la diferencia cultural. Hay una mujer al frente de un partido. Hay un representante del poder que va a misa en Navidad. No se puede decir que todo está igual que antes”. La lección es que el amor es más fuerte que el poder y las reglas. “No podemos pensar que el cambio se sostenga solo con la ley. No se puede mirar solo al poder, a las reglas, y no ver que el cambio sucede en las personas. Ese camino solo lleva a la violencia. La belleza desarmada del amor es lo que nos puede impedir someter el bien a las ideologías. Y nadie puede aprenderlo, solo se puede vivir, en una aventura personal que está desvinculada de las convenciones”.