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¡No más guerra!

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13 julio 2014
Imbaba es uno de los barrios más pobres del Cairo. Es un asentamiento en gran medida informal en el que el islamismo radical ha ido ganando terreno. Hace unos meses un grupo de cristianos esperaban a la puerta de una de sus iglesias, la parroquia de Santa María y del Arcángel San Miguel, para celebrar una boda. Dos islamistas se acercaron sobre los lomos de una moto, el que iba en el asiento trasero sacó una pistola y abrió fuego.

Imbaba es uno de los barrios más pobres del Cairo. Es un asentamiento en gran medida informal en el que el islamismo radical ha ido ganando terreno. Hace unos meses un grupo de cristianos esperaban a la puerta de una de sus iglesias, la parroquia de Santa María y del Arcángel San Miguel, para celebrar una boda. Dos islamistas se acercaron sobre los lomos de una moto, el que iba en el asiento trasero sacó una pistola y abrió fuego.

El resultado fueron cuatro personas muertas. Dos de ellas niñas, de ocho y doce años. El párroco, un joven ingeniero, se presentó a los pocos minutos en el escenario del crimen y se encontró los cadáveres en el suelo. Muchos de los familiares preparaban ya una represalia. Sabían dónde viven los islamistas. El abuna, así es como se designa a los curas en árabe, les convenció de que abandonaran sus propósitos. ´Este no es nuestro camino´, les dijo.

“Este no es nuestro camino´, el camino de la violencia, el camino de la venganza. Es una frase que, por desgracia, cada vez se oye menos en Oriente Próximo, porque cada vez hay menos cristianos. Nada le hubiera venido mejor a los Hermanos Musulmanes para atacar al Gobierno de Al Sisi que una milicia cristiana hubiera empuñado las armas. Pero los bautizados no solo no han respondido con la misma moneda sino que han sido los únicos que han alzado la voz para reclamar que no se condene a muerte a los terroristas.

´¡No más guerra!´, clamaba este domingo el Papa Francisco, para pedir el cese de los ataques mutuos entre la franja de Gaza e Israel. Las dos partes saben bien que nadie ganará esta guerra en la que ya hay más de cien muertos, la mayoría civiles.

Hamás se ha metido en este nuevo conflicto para intentar superar el aislamiento y la debilidad que sufre desde un tiempo a esta parte. El escenario en la zona ha cambiado radicalmente. La llegada de Al Sisi al poder en Egipto supone que ya no tiene aliados al otro lado del Mar Rojo. Tampoco puede contar con Siria ni con Irán. Los chiítas se han acercado a Estados Unidos. Solo tiene el respaldo de alguno de los emiratos pero no es suficiente. Por eso hace unos meses llegó a un acuerdo con la OLP. Y por eso ahora ha vuelto a utilizar a los civiles de la franja y lanza misiles contra Israel, porque sabe que la respuesta será contundente y que habrá numerosas bajas entre las mujeres y los niños que llenarán las televisiones de todo el mundo. Es la utilización intolerable de la vida humana con fines políticos por parte de una ideología que instrumentaliza el sentido religioso del verdadero islam.

Netanyahu sabe desde hace tiempo que no va a ganar las batallas que emprenda contra Hamas. Son choques que no se pueden ganar. Como no se han podido ganar las guerras de Afganistán ni las de Iraq. La reacción violenta del más fuerte no hace sino alimentar el éxito de la mentira de los islamistas que tienen como rehenes, y en algunos casos como cómplices, a los ciudadanos de a pie. De hecho, el actual primer ministro israelí, a pesar de su retórica inflamada, había tenido hasta hace unos días muy presente el desastre en el que acabó la invasión del sur del Líbano de hace algunos años. Por eso ha sido torpe al dejarse llevar por las provocaciones de la derecha más extrema, la de Liberman. Se ha equivocado al ceder al argumento de que el único Estado democrático, realmente democrático de la zona tiene la obligación de defender a sus ciudadanos de los ataques externos. ¡Claro que tiene que hacerlo! Pero de un modo inteligente. Y el bloqueo de la franja y el uso directo de la fuerza no lo es. Se trata de debilitar a Hamas, no de que crezca más.

Para Israel no es solo un problema de política exterior o de estrategia militar. La afirmación del valor infinito de cada persona, propio de la cultura judía y fundamento del Estado democrático de Israel, al final se hace insostenible en el terreno práctico si la relación con el otro, incluso con el enemigo, no supera la ley de talión. No hay paz sin justicia, no hay justicia sin algún modo de perdón.

Cuando el abuna de Imbaba les dijo a sus fieles que la violencia no era el camino no solo estaba dando un consejo particular a los que habían sufrido la pérdida de sus seres queridos, estaba haciendo un juicio histórico. Como fue un juicio histórico el martirio de Tibhirine, en el Atlas. Ahora también los musulmanes peregrinan, junto a los cristianos, a ese lugar donde siete monjes entregaron la vida.

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