`No hemos estado lo suficientemente atinados frente a los indignados`

España · Juan Carlos Hernández
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10 julio 2017
Entrevistamos a Óscar Puente, portavoz de la Ejecutiva Federal del PSOE y alcalde de Valladolid. El dirigente socialista participará como ponente este viernes en el curso “Los valores de la Transición, hoy”, organizado por la Universidad Europea Miguel de Cervantes.

Entrevistamos a Óscar Puente, portavoz de la Ejecutiva Federal del PSOE y alcalde de Valladolid. El dirigente socialista participará como ponente este viernes en el curso “Los valores de la Transición, hoy”, organizado por la Universidad Europea Miguel de Cervantes.

Usted va a ser unos de los ponentes del curso de verano “Los valores de la transición, hoy” organizado por el profesor Quintana Paz. ¿Qué podemos aprender de este periodo de nuestra historia?

Lo primero que debemos aprender, o mejor no olvidar, es que hubo muchas personas, anónimas la mayor parte de ellas, de diferentes sensibilidades políticas, que lucharon denodadamente por traer la libertad y la democracia a nuestro país. Y no pocas de ellas lo pagaron caro.

Y segundo, que la Transición entre la dictadura y la democracia constituyó uno de los procesos políticos más interesantes de los que se han producido en la historia reciente, por cuanto supuso un cambio transcendental, no solo de carácter político sino también social, que no había tenido parangón hasta entonces en todo el mundo. Y lo relevante de ese proceso es que el diálogo y el acuerdo primaron sobre las diferencias entre quienes tenían distinta concepción ideológica.

Se ha resaltado, con razón, la talla política y el buen talante que demostraron aquellos políticos que fueron responsables de sacar adelante la Constitución española, el símbolo más destacado de ese proceso conocido como la Transición, y que solo fue posible porque primó el consenso entre quienes pensaban diferente. Aquellos políticos, que demostraron una gran altura de miras, sabían de la dificultad de la empresa y actuaron con generosidad. Esta es otra de las cuestiones que debemos aprender.

Y tampoco podemos olvidar que, a pesar de la bondad de ese proceso que nos condujo a la democracia, el camino no fue ni mucho menos fácil. En este sentido, cabe recordar que entre 1975 y 1983 se produjeron en nuestro país casi seiscientas muertes por violencia política, especialmente por parte del terrorismo de ETA, pero no solo, puesto que los pistoleros de extrema derecha y los excesos de algunos de los miembros de las llamadas por entonces Fuerzas de Orden Público contribuyeron a engrosar esa lista, bien es cierto que en menor medida. Tampoco cabe obviar el golpe de estado de 1981, y los intentos previos, que contribuyeron a que en España hubiera en esa época un temor evidente a lo que podría suponer el ruido de sables.

En definitiva, se trató de un proceso con muchas luces, pero también con ciertas sombras. A pesar de lo cual considero que el resultado del mismo ha sido netamente positivo.

En el texto de presentación del curso se plantea si podemos inspirarnos hoy en el espíritu de concordia que guio a los protagonistas de la Transición. ¿Hemos perdido la conciencia de que el adversario político es un bien, no un enemigo?

Hoy también resulta necesario el entendimiento entre quienes piensan distinto, no solo entre los políticos, sino también en el conjunto de la sociedad, en la que se observa un cierto grado de crispación que hace difícil el debate sereno.

Y hace falta entendimiento porque en el plano político hay frentes abiertos que requieren de un amplio consenso. Tenemos sobre la mesa, por ejemplo, la cuestión territorial, con el desafío del independentismo catalán como asunto importante. Las principales fuerzas políticas de este país, que ya no son solo el PSOE y el PP, tienen que ponerse de acuerdo para dar una respuesta a ese problema que satisfaga a los catalanes y al resto de los españoles. No podemos hacer el Don Tancredo esperando a que las cosas se solucionen por sí solas. Los ciudadanos eligen a sus representantes para que resuelvan sus problemas, no para que los escondan debajo de la alfombra.

También está pendiente una reforma constitucional. La Constitución, que es la base sobre la que se asienta la convivencia entre los españoles, tras casi cuarenta años en vigor, debe ser objeto de una revisión, y el calado de esa reforma debe consensuarse entre los grupos políticos porque resulta imprescindible el acuerdo entre los partidos para ello.

Si se considera al adversario político como un enemigo no será posible un acuerdo para abordar esas y otras cuestiones de importancia. Hemos de aprender de la altura política de quienes abordaron la redacción de la Constitución de 1978, porque ellos nos marcan el camino que se debe recorrer.

Sin embargo, muchos ponen hoy en tela de juicio la época de transición, pero, sin querer idealizarla, ¿hemos fallado en la transmisión a las nuevas generaciones del valor que tenía la reconciliación y el enorme mérito que supuso esa época?

Incluso quienes reconocemos el gran valor que la Transición representa somos conscientes de que ese proceso no pudo ser perfecto por muchos motivos. A ninguno de los protagonistas del mismo le satisfizo plenamente el resultado, pero la inmensa mayoría de los ciudadanos lo apoyaron decididamente porque la Transición supuso libertad y democracia para todos. Se había conseguido aquello por lo que tantos lucharon.

Desde hace unos años, diversos sectores de la sociedad, vinculados principalmente a lo que se ha conocido como movimiento “indignado” y a algunas organizaciones políticas, vienen proclamando su rechazo a lo que denominan el “régimen del 78”, y que supone una enmienda a la totalidad a lo que representa la Transición y su herencia, que es el sistema político en el que vivimos. Cuestiones como la crisis económica, la corrupción o la crisis de representatividad de los partidos tradicionales, entre otras, son las causas de esa desafección. Esas profundas imperfecciones han servido para que se cuestione nuestro sistema democrático y creo que no hemos estado lo suficientemente atinados para contrarrestar esas críticas, seguramente porque hemos infravalorado a las mismas y al importante número de personas que las sostenían.

En mi opinión, si queremos que la gente, especialmente los jóvenes, vuelva a ilusionarse con nuestro sistema democrático tenemos varias importantes tareas por delante, entre ellas regenerar la vida política de nuestro país, crear las condiciones para que las personas puedan desarrollar dignamente sus proyectos vitales y explicar a los más jóvenes los valores de la Transición.

En una entrevista a este periódico, Fernández Álvarez de Miranda afirmaba poco antes de fallecer: “Lo que soñábamos entonces y que creíamos haber consolidado, que era un sistema democrático parlamentario suficientemente estructurado, de repente pues parece que va fallando, que no se consigue en estos momentos normalizar el juego democrático”. Decía Von Goethe que “lo que heredaste de tus padres, conquístalo para poseerlo”. ¿Cómo podemos reconquistar nuestra democracia?

Fundamentalmente, y lo acabo de mencionar, regenerando nuestro sistema democrático. Para ello, por ejemplo, hay que tomar medidas contundentes contra la corrupción, que difícilmente podrá tomar un partido político que tiene a decenas de sus cargos públicos condenados o imputados por corruptos. Pero hay otras cosas que se deben hacer, algunas de ellas ineludibles, como son, entre otras, garantizar la independencia del Poder Judicial y respetar la autonomía del Ministerio Fiscal. O, también, habilitar espacios para la participación de la ciudadanía en la política, tanto dentro como fuera de los partidos políticos. Hay que dar voz a la gente y escucharla. Lo de votar cada cuatro años resulta ya manifiestamente insuficiente.

Muchos afirman que estamos en un momento de crisis. ¿Es suficiente esgrimir solamente razones económicas para explicarla? ¿Qué parte de la indignación deberíamos tener en consideración sin caer en la destrucción del espacio público?

Sin apelar a la crisis económica y a sus consecuencias es imposible explicar acertadamente el clima de indignación que se ha vivido, y se vive, en este país. Esa indignación, cuya manifestación más evidente fue el 15-M y la aparición de lo que se ha dado en llamar los “partidos del cambio”, surge de la situación personal a la que millones de personas se han visto abocadas con la crisis. Paro, pérdida de derechos laborales, recortes en el sistema del bienestar… mientras la corrupción campaba por toda España o se destinaban miles de millones a rescatar a la banca sin que ese dinero regresara luego a las arcas públicas. Ahora bien, ¿cuál es la alternativa? ¿Desmontamos todo el sistema y, como pretenden algunos, abrimos un proceso constituyente que nadie sabe a dónde nos llevaría? ¿O mantenemos lo mucho y bueno de este sistema democrático, que nos ha permitido convivir razonablemente bien durante los últimos cuarenta años, y hacemos las reformas necesarias para perfeccionarlo? Yo, por supuesto, me apunto a esa última opción, que creo, además, que es la que prefieren la mayoría de nuestros conciudadanos.

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