´No habrá paz en el mundo sin paz en Tierra Santa´

Mundo · Giacomo Gambassi
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4 octubre 2019
Llega el aroma del pan fresco por la calle, a dos pasos de la puerta de Jaffa, en la ciudad vieja de Jerusalén. La vía lleva el nombre del palacio que la cierra. Es la calle del patriarcado latino, donde se encuentra la “casa madre” de los católicos ligados a Roma, no solo en Israel y Palestina sino también en Jordania y Chipre. Además de la puerta de entrada, hay placas que recuerdan a los Papas que volvieron “al lugar del que salió Pedro”: Tierra Santa.

Llega el aroma del pan fresco por la calle, a dos pasos de la puerta de Jaffa, en la ciudad vieja de Jerusalén. La vía lleva el nombre del palacio que la cierra. Es la calle del patriarcado latino, donde se encuentra la “casa madre” de los católicos ligados a Roma, no solo en Israel y Palestina sino también en Jordania y Chipre. Además de la puerta de entrada, hay placas que recuerdan a los Papas que volvieron “al lugar del que salió Pedro”: Tierra Santa.

“No puede haber paz en el mundo si el Mediterráneo no está en paz”, explica el arzobispo Pierbattista Pizzaballa, administrador apostólico del patriarcado latino de Jerusalén, que participará en un Encuentro de reflexión y espiritualidad titulado “Mediterráneo, frontera de paz” que se celebrará en Italia del 19 al 23 de febrero de 2020 y que cerrará el papa Francisco, donde se darán cita pastores de los tres continentes (Europa, Asia y África). El encargado de guiar los trabajos de la delegación de obispos latinos en las regiones árabes será Pizzaballa, que preside este organismo formado por los pastores del patriarcado de Jerusalén, de las diócesis de Bagdad (Iraq), Yibuti y Mogadiscio (Somalia), y los vicariatos apostólicos de Beirut (Líbano), Alejandría de Egipto, Alepo (Siria), Arabia septentrional y meridional, Omán y Yemen.

Desde las ventanas del palacio que en Occidente llamaríamos episcopal se distinguen los rostros de los viandantes. Bastan pocos detalles para entender a cuál de las tres religiones monoteístas pertenecen: una cruz al cuello, la kipá sobre la cabeza, el libro del Corán bajo el brazo. Unos junto a otros en la Ciudad Santa para los tres credos. “Por desgracia esta no es una tierra de paz. El futuro de Jerusalén es el gran tema, el gran problema cuando se habla de paz”, afirma este arzobispo de 54 años, bergamasco de origen y fraile menor franciscano, que fue custodio de Tierra Santa durante más de once años.

¿Qué papel tiene el Mediterráneo en el escenario mundial?

Es innegable que a lo largo de las orillas de nuestro mar están en juego equilibrios políticos, económicos y sociales que tienen un eco mundial. Allí se cruzan relaciones entre el norte y sur del planeta, pero también entre Occidente y Oriente. Y no solo eso. Desde el punto de vista religioso, esta zona es decisiva para el destino de la humanidad. De hecho, no se puede prescindir de lo sagrado si se quiere construir la paz.

¿Cómo valora el próximo Encuentro que quiere animar a la Iglesia a movilizarse por la reconciliación entre los pueblos?

Es una propuesta más que buena. Entre otras cosas, se remonta a una intuición del alcalde “santo” de Florencia, Giorgio La Pira, que imaginaba el Mediterráneo como un gran lago de Tiberíades donde las iglesias, aunque con dinámicas diferentes, persisten en un contexto cultural parecido. En estos años, toda la región ha vuelto al centro de atención, como muestran las guerras en Siria, el fenómeno migratorio, las cuestiones energéticas, el diálogo interreligioso. Son temas que afectan a todas las iglesias: iglesias que reciben e iglesias que donan.

La Pira reclamó muchas veces el origen mediterráneo de las tres religiones abrahámicas: judaísmo, cristianismo e islam. ¿Cómo se cultiva una cultura de encuentro?

El diálogo interreligioso pasa por el Mediterráneo, y especialmente por Oriente Medio. Creo que es una suerte de disposición divina. Yo veo el diálogo como una cantera al aire libre. Ha cambiado mucho en la relación entre las comunidades religiosas y los líderes, pero dentro de cada fe hay a veces enfoques y estilos diferentes. Por eso me gusta afirmar que el camino continúa, pero siempre está al principio.

¿Qué marca en Tierra Santa el barómetro del diálogo entre cristianos y judíos?

Por el lado religioso, los pasos adelante son evidentes, pero sigue habiendo dificultades en el ámbito político. Las negociaciones entre la Santa Sede e Israel aún no han terminado. Además, sabemos que entre el estado de Israel y el pueblo judío existe un vínculo especial. Sobre esto, queda mucho por hacer.

¿Y con el islam?

Diría que hay muchos islam con actitudes muy diversas. En general, el islam está atravesando en su seno un periodo intenso y doloroso. Existe un alma dialogante con la que es posible hacer un camino muy rico y, en ciertos aspectos, avanzado, como testimonia el documento sobre la fraternidad humana firmado por el Papa y el gran imán de Al-Azhar en Abu Dabi el pasado febrero. Sin embargo, también tenemos la presencia de un ala radical. No podemos desistir.

En el documento de la Conferencia Episcopal Italiana para preparar el Encuentro que tendrá lugar en Bari, se hace referencia al encuentro entre san Francisco y el sultán de Egipto hace ocho siglos. ¿Es una invitación para superar la desconfianza?

Resulta sintomático que 800 años después siga siendo esa la imagen más sólida a la que podemos remitirnos para hablar de diálogo entre la Iglesia católica y el islam. Después de Abu Dabi, hay que afrontar seriamente este problema. No podemos no relacionarnos con dos mil millones de personas.

El status quo de Jerusalén se mantiene, pero esa no es la solución.

Es un estado de tregua, no de paz. Hay que comprometerse para tener una relaciones consolidadas dentro de las cuales cada uno pueda seguir siendo él mismo pero sin ver al otro como una amenaza para su historia y su presencia.

El Mediterráneo está marcado por demasiadas tensiones.

Sobre todo Oriente Medio, pero no podemos olvidar lo que sucede en Libia, Egipto o Turquía. En Tierra Santa vivimos un conflicto continuo que no siempre es militar pero sí político. No hay paz entre israelíes y palestinos. Con razón o sin ella, todo eso se considera como el origen de muchos otros enfrentamientos. Como en el resto del Mediterráneo, aquí también tendremos que convivir mucho tiempo con estos desacuerdos.

¿La comunidad internacional se ha olvidado de esta región?

Pienso que la comunidad internacional se ha distraído un poco respecto de lo que sucede en torno al Mediterráneo y, cuando mira a esta región, lo hace en clave de defensa, como en el caso de la inmigración o en la tutela de intereses económicos. Falta una visión de conjunto.

Decía Pablo VI que “el desarrollo es el nuevo nombre de la paz”, ¿cómo se declina hoy esa frase?

Llevo treinta años viviendo en Oriente Medio. Hay países muy ricos en recursos pero marcados por la pobreza. La desigualdad también da fuerza al radicalismo islámico. La falta de desarrollo económico y cultural tiene subyugadas a poblaciones enteras. Mientras no tengamos un progreso que garantice la misma dignidad para hombre y mujer, será casi imposible alcanzar una reconciliación serena.

¿Cómo favorecer la libertad religiosa en contextos tan complejos?

Es uno de los temas que afectan al futuro de Oriente Medio. No puede haber desarrollo económico sin desarrollo social. En esta sociedad, el elemento religioso está constituido no solo por la identidad personal sino también colectiva.

Migración. Oriente Medio es tierra de llegadas y de partidas.

Las migraciones no son solo un fenómeno actual. Aquí tocamos con nuestras manos tanto la emigración como la inmigración. Por ejemplo, Jordania, país que forma parte de mi diócesis, ha acogido a tres millones de refugiados procedentes de Siria e Iraq sobre una población de siete millones de habitantes.

Los cristianos abandonan Tierra Santa. Hoy son 130.000 en Israel, 8.000 en Jerusalén, 45.000 en Palestina. Y los católicos son menos de la mitad.

Las cifras son tan pequeños que si hubiera una huida generalizada ya habríamos desaparecido. La presencia cristiana en Oriente Medio no está en vías de extinción. Tenemos expatriados debido sobre todo a factores económicos, pero no hay que dramatizar. Los cristianos están y seguirán estando en la tierra de Cristo.

Avvenire

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