No habrá frexit

Mundo · Ángel Satué
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24 abril 2017
Se terminó la incertidumbre. En dos semanas, Francia tendrá nuevo presidente. Un joven de 39 años, delfín de Hollande en el Partido Socialista francés, que era ministro de Economía desde 2014. Se llama Macron.

Se terminó la incertidumbre. En dos semanas, Francia tendrá nuevo presidente. Un joven de 39 años, delfín de Hollande en el Partido Socialista francés, que era ministro de Economía desde 2014. Se llama Macron.

Su nuevo partido socio-liberal (centrista-moderno), En Marcha, es solo un movimiento. Un soplo. Ha obtenido en primera vuelta electoral cerca del 24% de los votos, muchos provenientes de antiguos votantes socialistas, algunos de cuyos dirigentes le han apoyado públicamente. En frente, la tormenta del Frente Nacional. Con cerca del 22% de apoyo directo. Un partido de derecha identitaria. Fillon, de la derecha conservadora, se quedó en un 19,5% y los comunistas de Melenchón, alrededor del 19%.

Francia ha optado por un candidato joven, más liberal que los demás candidatos, que viene del mundo de las altas finanzas después de obtener plaza como inspector de finanzas del estado. Es parte de la superclase, de la élite contra la que ha votado un 40% de franceses que, en junio, pueden tener esta representación en la Asamblea Nacional (legislativo).

Puede ser una solución momentánea que viene enfrascada en un tarrito de lujo, de la mano de lo antiguo, con una marca inconfundible: Escuela Nacional de Administración y Banca Rothschild. Parece más bien un producto de laboratorio, de última hora, apoyado por los medios y la superclase. Una mezcla perfecta entre lo nuevo y moderno, frente a lo tradicional y de siempre, siendo mucho de lo de siempre.

Macron dice representar la renovación que Francia necesita. De su mano, será sosegada y “tecnoexperta”, europeísta. Le Pen, unos minutos antes, tras conocer los primeros resultados, se congratulaba de que los franceses, los mismos que ya dijeron una vez no a la Constitución europea, podrían por fin elegir entre dos modelos claramente distintos. Entre la globalización y las fronteras abiertas, o una Francia con sus fronteras, y su identidad nacional intacta, si es que eso es posible en una Le Pen que huye de la herencia, y ni que decir tiene de la vivencia, de la Francia cristiana.

Como dice el filósofo Luc Ferry, Macron es un político capaz de plasmar el carisma de Kennedy y Obama –al menos antes de ser presidentes–.

En una Francia harta de la superclase política y financiera, y que de computarse el voto en blanco estos alcanzarían un 40% del resultado, el efecto macroniano no deja de ser sorprendente. Como su ascenso y su movimiento, de seis meses de vida. Ante él la autoproclamada candidata del pueblo, Le Pen, y del Frexit. También un porcentaje de abstención del 30%, que sería el primer partido en lid, demasiado alto sabiendo el ascenso del Frente Nacional y de los comunistas antisistema.

En su discurso, lleno de lugares comunes, sabía ya que contaba con el apoyo de conservadores y gaullistas, así como de los socialistas para la segunda vuelta.

¿Será el tapado del régimen gaullista de la V República (1958), que nació tras el desastre de Argelia? ¿Un Suárez a la francesa para una refundación francesa?

Aplaudió a los otros candidatos. Cortejó a sus votantes. Apeló a la unidad y al patriotismo del pueblo francés frente al nacionalismo. Se postuló como el mejor candidato en torno al cual articular una mayoría social que él necesita también parlamentaria, pues se sabe abocado a cohabitar con una Asamblea Nacional hostil. En esta, actualmente, el Frente Nacional solo tiene dos diputados, pero entre un 22 y un 30% de apoyos en las encuestas. Lo mismo sucede con el 20% que representa la extrema izquierda. Socialistas y conservadores, además, no se lo pondrán fácil, por lo que parece posible un gobierno bi o tripartito, con un primer ministro elegido por Macron, afín a la mayoría parlamentaria (¿Valls?, ¿gaullista?) que resulte en junio, y con un Macron de presidente (que hubiera sido deseable en España), para sacar las máximas reformas con el apoyo del legislativo.

“Quiero ser el candidato del optimismo, para este país y por Europa”, dijo. Tal vez su educación jesuita le hiciera decir que debía unir y reconciliar Francia para poder presidir el país galo. Tal vez sea la única táctica posible que puede desplegar ante una Le Pen convencida y bien consolidada en el territorio y en su discurso, sin nada que perder y con visión largoplacista.

Habló a favor de los franceses que quieren crear, trabajar e innovar, pero también para los descartados. Habló de proteger a los ciudadanos y de construir una Francia más fuerte en una Europa más social. También hizo un guiño a los descontentos. Para Macron el desafío “no es ir a votar en contra de alguien” sino “ir hasta el final contra un sistema que no ha sido capaz de responder a las necesidades de los ciudadanos en 30 años”.

Dejó claro que su presidencia servirá para que “cada uno pueda encontrar su sitio en Francia y en Europa” y que necesitará caras nuevas, de profesionales, no políticos.

Tal vez asistamos al próximo presidente de una Europa casi-federal a nueve estados, si demuestra buen hacer a su paso por el Elíseo. Parece que no veremos un Trump en Francia. Pero todo pasa por que Macron haga las reformas más que necesarias, y por un cambio en las formas políticas tanto en Francia como en Europa. No puede ser una cáscara vacía. Debe buscar una nueva vigencia a los valores republicanos, que son de todos, para bien o para menos bien.

España y Europa respiran, y las bolsas del mundo, pero los enemigos del gran proyecto europeo avanzan desde posiciones imposibles en el mundo de hoy. Rusia también ha perdido una batalla, pero seguirán aprovechando que existe una brecha donde hacer cuña.

Si Macron no tiene éxito, y es difícil que lo tenga, en el medio plazo, será necesario un clavo que saque el clavo del populismo y del nacionalismo. Una cuña de la misma madera. Será el fin de la Europa que salió de la caída del Telón de Acero.

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