No cualquier PP sirve a la sociedad española

España · Eugenio Nasarre
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16 julio 2018
España necesita en estos momentos un fuerte partido de centroderecha. El PP puede serlo con tal de que cumpla tres requisitos: primero, una profunda renovación interna para que vuelva a ser un cuerpo vivo y no un caparazón vacío; segundo, un proyecto ilusionante que vuelva a conectar con la que fue su base social –las amplias clases medias–, de los que más de tres millones y medio lo han abandonado desde 2015; tercero, recuperar sus señas de identidad, fraguadas en torno a unos principios sólidos que hay que proyectar en la sociedad española de hoy. Es una tarea titánica, pero no imposible.

España necesita en estos momentos un fuerte partido de centroderecha. El PP puede serlo con tal de que cumpla tres requisitos: primero, una profunda renovación interna para que vuelva a ser un cuerpo vivo y no un caparazón vacío; segundo, un proyecto ilusionante que vuelva a conectar con la que fue su base social –las amplias clases medias–, de los que más de tres millones y medio lo han abandonado desde 2015; tercero, recuperar sus señas de identidad, fraguadas en torno a unos principios sólidos que hay que proyectar en la sociedad española de hoy. Es una tarea titánica, pero no imposible.

El próximo 21 de julio los tres mil compromisarios del Congreso extraordinario del PP tendrán que decidir quién puede llevar a cabo mejor esta triple tarea. Tengo la convicción de que Soraya Sáenz de Santamaría no está en condiciones para acometerlas y conduciría al PP por una senda de mayor declive. Creo que, bajo determinados requisitos, Pablo Casado es el único de los dos candidatos capaz de afrontar esta ardua acción política con posibilidades de éxito.

Explicaré las razones de esta posición, que sólo puede apoyarse en una comprensión de lo que ha pasado en España en estos tres años, en el marco de lo que está sucediendo en Europa. Quien no tenga conciencia de la situación excepcional que vivimos con tres desafíos formidables (la salvación de la unidad nacional, la continuidad de la “España constitucional” derivada de la obra de la Transición y el fortalecimiento de la Europa Unida frente a sus envalentonados enemigos) no podrá entender el sentido de la acción política que es imprescindible emprender. El éxito de la moción de censura, propio de las páginas más negras de nuestra historia contemporánea, muestra los riesgos que se ciernen sobre nosotros.

Primero, la renovación del PP. El menguado censo de los electores de las primarias ha desvelado la calamitosa situación del PP. Los ochocientos mil militantes eran una pura ficción. En los últimos años muchos se dieron de baja, otros dejaron de pagar sus cuotas, las sedes apenas tenían vida, porque los militantes ya no acudían a sus reuniones. El PP se iba desangrando, pero el aparato del partido practicaba la política del avestruz, aunque algunos defendimos que había que reconocer la verdad como base para una renovación auténtica. En las últimas elecciones el PP ya no era capaz de reclutar interventores y apoderados para los colegios electorales. Aunque los organizadores de las primarias establecieron un mecanismo para animar a votar a la militancia (saldar los impagos de las cuotas, abonando 20 euros), muy pocos se acogieron a él, lo que mostró el desánimo y desmoralización de la otrora poderosa militancia del partido que supo representar la rica composición del centroderecha español. El PP, como partido, como organización, está enfermo y su sanación exige una ardua tarea, aunque quizás ya no podamos pensar en el modelo de los tradicionales “partidos de masas”.

Segundo, la conexión (y recuperación) de su amplia base electoral. La pérdida de tres millones y medio de electores y su condición de partido casi irrelevante en partes esenciales de España (País Vasco, Cataluña, Navarra) prueba la insatisfacción de una buena parte de su electorado por la trayectoria política del PP en los últimos años: cuatro años con mayoría absoluta y dos en minoría, pero sin la capacidad de lograr un suficiente respaldo parlamentario para hacer frente a los graves desafíos existentes. Las bases del PP han visto con ojos muy críticos la gestión política del problema catalán y la inacción en frentes (como el educativo, el cultural, el de aspectos de la vida social) por los que habían depositado su confianza en él. Malestar y distanciamiento son acaso las palabras que mejor resumen este estado de ánimo. Y surge la pregunta inevitable: ¿es acertado pensar que quien, una vez que Mariano Rajoy se ha ido de la escena política, ha sido máxima responsable en la conducción de esas políticas es la persona más idónea para volver a conectar con ese electorado, para recuperar su confianza, insuflarle ánimos y acercar a los alejados?

Tercero, la recuperación de las señas de identidad del PP. El partido popular logró ser la expresión política de un amplio sector de la sociedad española, mediante una inteligente y laboriosa operación de integrar a las distintas tradiciones que han configurado en la Europa contemporánea el espacio del centroderecha. Ello exigía un proyecto claro, asentado en unos principios reconocibles y asumidos con vigor. Lo tuvo el PP, pero estos principios y señas de identidad se han ido desdibujando y difuminando por el sometimiento a una visión tecnocrática de la política y por una falta de esfuerzo para proyectarlos al futuro, atendiendo a los cambios experimentados en la sociedad española. Y de ahí ha nacido esa incapacidad para hacer propuestas y tomar iniciativas, con lo que la acción política del PP se ha convertido en meramente reactiva.

Estos tres problemas a los que se enfrenta el PP de hoy requieren para afrontarlos con éxito un gran revulsivo, una profunda renovación, que no puede ser de fachada. Necesitan que la sociedad española vea con claridad que ha nacido una nueva etapa. El dilema es continuismo o renovación.

Pero los compromisarios del Congreso ya no son las bases del partido, aunque hayan sido elegidos por ellas. La gran mayoría son cargos orgánicos o representativos. Si no son conscientes de la gravedad de la situación, podrán sentir vértigo o miedo escénico ante lo que significa una renovación de verdad, la apertura de una nueva etapa. Y votarán la seguridad del continuismo. Si lo hacen, habrán echado a perder una gran oportunidad.

Hay un síntoma inquietante en esta campaña, que ha hecho patente el poder de las corrientes del PP que están en contra de la renovación. Ha sido impedir el debate entre los dos candidatos con la estúpida excusa de que beneficiaría a los adversarios del partido. En estas circunstancias el debate me ha parecido imprescindible no sólo para contrastar los programas y la visión de cada candidato sino para la toma de conciencia de la gravedad de la situación. Y de ella depende, en último término, de cómo se decanten muchos compromisarios a la hora de emitir su voto. Por ello el pronóstico es tan incierto como dramático.

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