Ni revolución ni sumisión

François Bayrou vuelve a intentarlo. El actual primer ministro francés quiere que el país se ponga ante el espejo para comprender en qué situación está. No se puede seguir viviendo en un mundo que ha desaparecido. Bayrou ha presentado un ambicioso plan para reducir el gasto del Estado en casi 44.000 millones de euros. Otros lo intentaron y fracasaron. Muchos franceses, conservadores de derechas y conservadores de izquierda, viven anclados en un tiempo que se quedó atrás. El tiempo en el que poder de la globalización no existía. El fenómeno de la nostalgia es comprensible pero destructivo.
No solo es un mal que sufra Francia. Otras naciones, muchas personas, creen que fueron tocadas por un don del cielo que las convirtió en la vanguardia de la historia. Piensan que el don es irrevocable. Quizás en un tiempo ese orgullo, transformado luego en soberbia, tuvo razón de ser. Pero ahora, atrapados por el miedo a perder lo que fueron, intentan superar la ansiedad con sueños contrarrevolucionarios o aceptando la sumisión. Piensan que es necesario incendiar las calles o aceptar cualquier cosa, renunciar a la libertad, para preservar lo que más quisieron. Piensan que defienden lo que amaron cuando en realidad ese pasado glorioso del que hablan ha dejado de existir: no tiene nada que ver con el presente. Donde antes hubo pasión y alegría ahora solo queda eso que Charles Taylor llama el “fetichismo del códice, la idolatría de la norma”.
Alemania, España, Portugal y Grecia hicieron, forzados por las circunstancias cambios drásticos en su economía. Francia no. Su deuda está disparada. A pesar del alto gasto público, la pobreza aumenta. La desconfianza ante las instituciones se ha disparado: solo el 5 por ciento de los franceses piensa que el sistema judicial es muy bueno. Y los revolucionarios-contrarrevolucionarios de derechas y de izquierdas amenazan con una nueva revuelta.
El rechazo violento ante cualquier cambio y ante la situación que vive el país estalla de forma periódica. Los “chalecos amarillos” en 2018 se manifestaron en las grandes ciudades, los trabajadores mayores salieron a las calles en contra de la jubilación a los 64 años durante la primavera de 2023, después fueron los jóvenes. Son movimientos reaccionarios (aunque se hable de la “Francia insumisa”) con una grandeza impotente ante unas circunstancias que rechazan y les resultan incomprensibles. No se puede conservar lo que se tuvo si solo es un recuerdo.
Más silenciosa, más callada, es la solución de la sumisión. No hay que llegar a los extremos del personaje principal de la novela homónima de Houellebecq. Pero sí perder una buena ración de libertad para acomodarse a los nuevos poderes. Se comienza haciendo algunas cesiones – , al principio parecen poca cosa y luego se agrandan hasta ser inmensas- con la ilusión de que así nada cambiará. Lo malo de la sumisión no es solo el hecho de someterse sino construir argumentos que la justifiquen. En este caso no hay grandeza impotente sino un entreguismo ingenuo y destructivo. Es una fórmula que se ha repetido muchas veces a lo largo de la historia. Pone al descubierto una decadencia ignorada por sus protagonistas. El mundo sigue girando. La grandeza de los pueblos y las personas se queda atrás, pero esas personas y esos pueblos siguen hablando del favor recibido para encarnar el espíritu de la historia. Y en nombre de ese espíritu no llaman a las cosas por su nombre, subliman los problemas. Al final solo les quedan los cálculos para no disgregarse.
El presente es un juez implacable. Y esa es una gran suerte. No se puede vivir invocando la obediencia o la desobediencia al poder. No se puede vivir calculando los beneficios o las desgracias que provoca el poder.
Es necesario algo nuevo. Algo que permita superar la ansiedad, algo que esté naciendo ahora. Solo lo nuevo hace justicia al pasado y al futuro. Las élites contrarrevolucionarias o sumisas identifican lo nuevo con sus proyectos. Y los proyectos solo sirven para instrumentalizar a las personas. Las élites tienen una mentalidad vieja. Es necesario la juventud que da reconocer dónde crece la nuevo para construir la vida personal y la vida social.