Neurociencia y asombro

Mundo · José Andrés-Gallego
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27 enero 2014
No sé yo si seré capaz de explicar cabalmente lo que sigue. Verán; hace años que sigo los avances de la neurociencia en la medida en que lo permiten mis entendederas. Hace más años aún, un neurocientífico observó que las redes neuronales del cerebro se mueven milésimas de segundos antes de que se tome cualquier decisión. Y se preguntó si eso quiere decir que no somos libres. Aunque sea en milisegundos, las neuronas se mueven antes. Yo pensé para mí que aquello no podía ser tan ingenuo como me parecía.

No sé yo si seré capaz de explicar cabalmente lo que sigue. Verán; hace años que sigo los avances de la neurociencia en la medida en que lo permiten mis entendederas. Hace más años aún, un neurocientífico observó que las redes neuronales del cerebro se mueven milésimas de segundos antes de que se tome cualquier decisión. Y se preguntó si eso quiere decir que no somos libres. Aunque sea en milisegundos, las neuronas se mueven antes. Yo pensé para mí que aquello no podía ser tan ingenuo como me parecía. Me pregunté si lo que habían descubierto era la explicación de que tengamos hábitos de comportamiento. Si se repite una decisión, uno se “habitúa” a actuar así. Y a lo mejor resulta que esa “permanencia” en que consiste todo hábito se explica porque son decisiones “encarnadas”, o sea que, a base de repetirlas, modifican nuestra carne. En este caso, donde digo “carne”, lean “neuronas” o, si prefieren, “redes neuronales”. Eso es: los hábitos corresponden a “redes neuronales” estables.

Así que me dije: según la vieja psicología, nuestras acciones pasan por tres fases: (i) percepción de algo que nos llama la atención; (ii) inconsciente activación de los hábitos que hacen al caso para responder al estímulo y (iii) decisión. Por tanto, la clave está en que el experimento hay que hacerlo sobre lo primero, no sobre lo tercero: hay que averiguar si la percepción es anterior –aunque sea en milisegundos– a ese movimiento carnal de las neuronas. Pues bien, hoy leo el último número de la International Psychological Research (número 6 de 2013) y me encuentro con un par de experimentos sobre la percepción precisamente. Felizmente, los neurocientíficos se han dado cuenta. Y, si no se la han dado, al menos hacen estudios que nos pueden permitir entender mejor ese asunto.

La verdad es que todo eso me interesa porque es maravilloso descubrir la extremada velocidad –milisegundos– con que el cerebro de cualquier persona actúa, una velocidad increíble. Tanta que, en efecto, la consciencia de que decido (porque ya lo creo que tomo decisiones y que, frecuentemente, decido lo que me da la gana) está al final. Antes –en milisegundos!!!– suceden muchísimas más cosas. Ponerme a defender la libertad humana me parece una insigne tontería, la verdad. No pasaría de ser un acto de libertad precisamente. Sólo que inútil. Lo maravilloso es que ocurra así.

Ahora me llega Notiweb, que es un noticiario científico al que pueden suscribirse gratuitamente en http://www.madrimasd.org. No es una página superespecializada, como la que he citado, sino de “alta divulgación”. Les puede interesar y no poco. Sólo les aconsejo que se queden con el experimento y dejen en entredicho las interpretaciones. Lo malo de los divulgadores es que no saben de todo –como le pasa a uno– pero tienen que hablar de todo. Cuando algo le interesa de veras a uno, es aconsejable acudir al lugar de donde la noticia ha salido y juzgar por sí mismo. Hoy dan una que abunda en lo anterior. Lo malo es que no se ha publicado aún la investigación en la correspondiente revista científica, para informarse cabalmente. Pero es esto: científicos de la Universidad de Washington en Saint Louis, o sea en Missouri, ya saben, han descubierto que las neuronas también empiezan a ciriquear cuando algo nos llama la atención. Claro. Han comprobado que uno puede conducir el coche con tanta atención que no oiga el móvil que suena a su lado y, en cambio, vea que irrumpe un ciervo en la carretera. Y aseguran que eso lo seleccionan las neuronas (digo lo de prestar atención a lo uno o lo otro). Claro: el hábito que tiene uno de conducir atentamente. Me lo inculcó mi padre: no pienses sólo en lo que ves, sino en lo que puede surgir inesperadamente. Y así conduce uno, para qué vamos a negarlo. Medio siglo después, estoy “habituado” a ello. Los de Missouri dicen lo mismo de otra forma que podría traducirse así: en milisegundos, al ver el ciervo, las regiones de mi cerebro que son más importantes para prestar atención a los estímulos visuales (en este caso, ver un ciervo que no me cede el paso) esas regiones, digo, ajustan entre sí sus ciclos de excitabilidad y resulta que todas alcanzan los picos de sus ciclos al mismo tiempo. Claro, ya tengo encima el ciervo. Ahora depende de mis hábitos de frenado. El freno, desgraciadamente, carece de neuronas y, por tanto, de hábitos.

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