Neoconservadurismo católico y el papa Francisco

Cultura · Antonio R. Rubio Plo
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10 mayo 2022
Massimo Borghesi, catedrático de Filosofía Moral en la universidad de Perugia, será recordado como uno de los más autorizados especialistas en el pontificado de Francisco.

Su biografía intelectual de Jorge Mario Bergoglio, publicada en 2017, es una referencia indispensable para conocer las raíces del pensamiento del papa argentino. A modo de complemento de esta obra, pero con la forma de un ensayo crítico en el que presenta dos posturas opuestas, acaba de editarse El desafío Francisco. Del neoconservadurismo al “hospital de campaña” (Ed. Encuentro) El tono sosegado y analítico de la biografía intelectual deja paso ahora a un enfrentamiento con el legado ideológico que influyó en el mundo católico tras la caída del comunismo: el modelo “americano” que apostaba por el capitalismo liberal tras el supuesto fin de la historia.

En el mundo católico, y no solamente en él, se dio el mismo fenómeno que me contó un antiguo alumno que estudiaba en una facultad de Económicas: los profesores que hasta entonces solo hablaban de dominación, superestructuras o planificación estatal fueron sustituidos por otros, aunque en no pocos casos la sustitución fue de mentalidades, que se habían convertido a las virtudes del mundo regido por la “mano invisible” de Adam Smith. Algo parecido sucedió entre algunos católicos, en buena medida norteamericanos, aunque también europeos, que se autoconvencieron de que el comunismo había caído por una acción, más o menos coordinada, de la Casa Blanca de Reagan y del Vaticano de Juan Pablo II. Esta percepción mítica haría que algunos pretendieran identificar la presidencia de Trump como una continuidad de la de Reagan, como una especie de renacimiento de la nación y de la defensa de valores morales. Se llegó hasta el extremo de calificar a Trump de “católico” en comparación con algunos políticos bautizados católicos que militaban en el partido demócrata. Pero esta vez en el Vaticano no había un papa anticomunista sino otro supuestamente influido por la teología de la liberación de los años 70. Esta percepción es una caricatura que podría desmontarse con argumentos más que probados, aunque en la práctica no sea fácil convencer a quienes asumen posturas radicales porque no quieren ver socavados los fundamentos de su existencia, en el más amplio sentido del término, por cualquier duda razonable.

El centro de las críticas del libro de Borghesi son los catocapitalistas, los teoconservadores o los cristianistas. Todos estos términos de nuevo cuño hacen referencia a un cristianismo prisionero de la ideología. Un cristianismo identitario, autorreferencial, eticista y politizado. Es el de aquellos que identifican el cristianismo exclusivamente con Occidente y que no suelen recordar que el cristianismo vino de Oriente. Según el autor, se olvidan de la universalidad del cristianismo y piensan que la civilización cristiana ha de tener por principal referencia la Edad Media. Son los partidarios de una civilización de combate, de las guerras culturales, y tampoco reparan, según Borghesi, que Cristo no quiere aplastar a sus enemigos sino liberarlos de la falsa imagen que se han creado de Él. No entienden que el César no sea el encargado de salvar al mundo y que el poder espiritual no debe de confundirse con el poder temporal. Sobre este particular, recuerda también el autor que Joseph Ratzinger escribió que debe de existir un ethos político, pero no una teología política.

Hay que constatar una realidad, que sale a relucir en algunos pasajes del libro: tras la caída del comunismo, ni Oriente ni Occidente se hicieron más cristianos. Antes bien, se avanzó más aún en el proceso de secularización. La defensa de los valores cristianos era recurrente en la guerra fría. Al materialismo soviético se le oponía un ideal ético-religioso, pero tras el final de la URSS se impuso con toda su crudeza el capitalismo financiero y un pragmatismo cínico, anclado en tesis hobbesianas y darwinistas. Al difundirse la idea que la historia había llegado a su fin, se extendió una mentalidad individualista y de un libre mercado sin trabas. Esa visión del mundo contagiaría incluso a la izquierda política, sobre todo a una socialdemocracia que se sintió atraída por el individualismo y por la preocupación por el bienestar psicofísico.

El combate de Borghesi es, sobre todo, contra el cristianismo burgués, el americanismo católico, que prefiere la libertad, identificada sobre todo con el liberalismo económico, a la solidaridad que defendía san Juan Pablo II. Algunos pensadores como Michael Novak difundieron la idea de que la encíclica Centesimus Annus (1991)era una defensa de la economía de mercado, que supuestamente se alejaba de la doctrina social de la Iglesia contenida en otras encíclicas papales, en particular las de Juan XXIII y Pablo VI. Borghesi sale al paso de la tesis de que el mercado no se autorregula con su lógica interna, y que la “mano invisible” no es, ni mucho menos, una manifestación de la Providencia divina. Recuerda además el autor del libro que, en 2003, con motivo de la invasión norteamericana de Irak, los mismos intelectuales que habían alabado al pontífice polaco tras la caída del comunismo, intentaron presentar aquella guerra como una “guerra justa”, siendo el caso más conocido el de George Weigel. Por lo demás, Borghesi cuestiona la alianza de sectores católicos italianos con los que fueron calificados de “ateos devotos” como Marcelo Pera o Ernesto Galli della Loggia, continuadores intelectuales del liberal Benedetto Croce, que decía que “no podemos no ser cristianos”. Católicos y liberales parecían unirse en una alianza para defender a Occidente. Como era de esperar, no se sintieron complacidos con la llegada a la sede de Pedro de un papa sudamericano y “antioccidental”. De ahí las reacciones adversas, descritas con detalle por Borghesi, de los aliados del tradicionalismo religioso y del filocapitalismo contra las encíclicas Laudato si y Fratelli tutti, tanto por su escepticismo hacia los temas ecológicos como por un acentuado maniqueísmo que considera los planteamientos de Francisco como la expresión de un irenismo filosófico y optimista. Por lo demás, no deja de ser irónico que califiquen de relativista al pontífice argentino.

Massimo Borghesi piensa, en sintonía con Romano Guardini y Benedicto XVI, que la era de la Cristiandad ha finalizado. Es el cambio de época, al que se ha referido tantas veces Francisco, y por eso es la hora de un papa de la misericordia, cultivador de una teología de la ternura y que aspira a tener los mismos sentimientos de Cristo Jesús: los de la compasión reflejados en el evangelio de Lucas, en las parábolas del buen samaritano y del hijo pródigo, o en la resurrección del hijo de la viuda de Naím. Si la Iglesia de los teoconservadores se asemeja a una fortaleza asediada, la de Francisco pretende ser “un hospital de campaña que atienda a los heridos en el campo de batalla de la historia, en expresiva imagen del autor de esta obra.

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