Navidad desde el corazón de Nigeria

Mundo · José Luis Restán
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24 diciembre 2013
La ciudad de Jos se enclava en el centro de Nigeria, sobre la alta meseta que lleva su mismo nombre. Casi un millón de habitantes conviven en esta ciudad que antaño fue un pujante centro de la minería del estaño, en un país de enormes riquezas naturales que no le protegen (a veces quizás al contrario) de los grandes flagelos de África: desigualdad, corrupción, enfrentamientos étnicos… 

La ciudad de Jos se enclava en el centro de Nigeria, sobre la alta meseta que lleva su mismo nombre. Casi un millón de habitantes conviven en esta ciudad que antaño fue un pujante centro de la minería del estaño, en un país de enormes riquezas naturales que no le protegen (a veces quizás al contrario) de los grandes flagelos de África: desigualdad, corrupción, enfrentamientos étnicos… En los últimos tiempos también la violencia fanática, que se reviste de pretextos religiosos.

Jos es un punto en la línea imaginaria que separa el norte mayoritariamente musulmán del sur ampliamente cristiano de Nigeria. Pero hasta hace bien poco, este esquema era todo menos matemático: en el norte había una importante presencia cristiana y también los musulmanes moraban en los estados del sur. Y la convivencia, con sus inevitables fricciones, siempre había sido buena. Pero el veneno del fundamentalismo islámico se ha inoculado por las vías que llegan desde el sur del Sahel y ha penetrado, especialmente en la mitad norte del país. El grupo terrorista Boko Haram, que en el fondo es una hidra de mil cabezas inspirada por Al Qaeda, golpea con una brutalidad y un sadismo incomparables en una sociedad que no conocía esta violencia.

Su objetivo declarado es la implantación radical de la ley islámica (la sharía) en todo el país. De hecho ya la han proclamado varios estados del norte de Nigeria, aunque en teoría sólo afecta a los musulmanes. Pero los terroristas ya han declarado que no descansarán hasta erradicar toda presencia cristiana. La ecuación que plantean es tan simple como demoníaca: el exilio o la muerte. Es cierto que la ola de terror desatada alcanza a musulmanes y cristianos; a escuelas, puestos de policía e iglesias, sin olvidar algunos objetivos musulmanes que se muestran refractarios a su violencia. Pero la saña se manifiesta especialmente contra los cristianos.

Durante los primeros meses de 2013 se sucedieron terribles atentados contra iglesias durante la celebración dominical. Es un contraste difícil de digerir, el de la celebración de la paz por antonomasia, que es la Eucaristía, con el estallido cruel de coches bomba destinados a provocar el mayor daño posible. En muchos casos los cristianos volvían al domingo siguiente a sus iglesias abatidas para volver a celebrar entre escombros la Misa, y demostrar así que Boko Haram puede derruir las piedras pero no derrotar su fe.

El seminario de San Agustín, en Jos, reúne a 327 jóvenes que se preparan para el sacerdocio. Es uno de los seminarios mayores de África y del mundo, y resulta impresionante, casi sobrecogedor, que esto suceda en la línea caliente donde descarga su furia el terrorismo islamista. Sufren de hecho numerosas amenazas y en una ocasión el edificio fue objeto de un intento de incendio, pero los jóvenes seminaristas se enfrentaron con los criminales y los pusieron en fuga. Desde entonces patrullan a lo largo del muro que protege su terreno. Ellos aprenden a perdonar pero también se adiestran para vivir en este terreno minado que es su amado país.

Un país que a pesar de todo lo dicho contempla el crecimiento de una Iglesia joven y animosa, que ya ofrece el oro y la plata de sus misioneros a muchos países (como el nuestro) en los que la fe padece el consabido cansancio. Allí ni las bombas, ni la amarga historia de mal que siembran los asesinos es capaz de segar la planta vigorosa de la fe. Por todo ello Ayuda a la Iglesia Necesitada centra su campaña de Navidad 2013 en este país apasionante, y desde COPE hemos querido contribuir a hacer memoria de lo que allí sucede y a tejer una red de comunión que sirva para levantar iglesias derruidas, comprar libros y motocicletas, y sostener la manutención de cinco mil seminaristas que se forman actualmente. Es una acción estratégica para el futuro de la Iglesia en África; es un servicio a la construcción de una Nigeria plural, pacífica y en libertad; es un gesto de inteligencia y de realismo. Pero sobre todo, es la respuesta a una conmoción que no se puede eludir: la que provoca el florecer humano de quienes viven la fe. Diciembre de 2013: en la bulliciosa ciudad de Jos prosigue la historia que comenzó con el Niño de Belén.

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