Naturaleza muerta con mujer durmiendo
Fue mi amiga Florence Delay la que me lo mostró por primera vez, y entonces recibí un flechazo literalmente providencial. Seguramente, si no fuese porque ese cuadro existe y sostiene todo mi imaginario madrileño, que por ende es mi imaginario español, no volvería por mi ciudad natal nada más que por pura obligación. Sobre el imaginario español, visto desde el exilio, hablaré si Dios quiere en mi próximo libro, de modo que ahora no me voy a extender sobre el tema de porqué Madrid significa para mí lo que en inglés se indica perfectamente con la expresión The Void.
Cuando antes de ayer, a la vuelta de las Islas Baleares, recalé en la exposición Matisse 1917-1941, y me vi enfrente del cuadro Naturaleza muerta con mujer durmiendo, dejé de mirar a nada más, me olvidé del resto de los cuadros, y empecé a mirar en cambio hacia dentro de mí, donde se alojan las grandes verdades y las pocas certezas sobre las que yo camino por la vida, como el Cristo caminó sobre las aguas de Tiberíades, o sea, de milagro. Tenía que ser de la mano de otro amigo y maestro (qué relaciones más curiosas e intensas se generan con aquéllos que nos abren los ojos con las suaves yemas de sus dedos benefactores), de Tomàs Llorens, como descubriese este cuadro deslumbrante y emparentado íntimamente con la vánitas de Antonio de Pereda.
Me sería imposible en términos de tiempo decir ni siquiera una parte de lo que pensé, de lo que reviví, de lo que recordé al contemplar esa tela. El Descartes de las Meditaciones metafísicas y todo Calderón me salieron al paso, pero también los trabajos sobre la naturaleza muerta de Charles Sterling (Still-Life Painting from the Antiquity to the Twentieh Century) y de Guy Davenport (Objects on a table). Al fin y al cabo esto son sólo unas notas. Ni puedo ni quiero desarrollar los temas, entre otras cosas porque no podría hacer otra cosa a lo largo del día. Sólo doy pistas y hago recuento, para trabajos futuros, de cosas que se me ocurren. Naderías apenas esbozadas y sin ningún valor en sí. Intuiciones (sin apenas estudio) de las que nunca se debe vivir, Pla dixit, en el trabajo intelectual. Y preguntas, muchas preguntas que después, con el tiempo, se irán respondiendo solas porque no hay manera de forzarlas, de querer violar su espacio íntimo y secreto.
Mirando el Matisse (cuadro que se convierte para mí en un emblema de la ciudad de Washington, en cuya National Gallery se mantiene en suspenso), me preguntaba por el significado de la mano derecha de la mujer que duerme (en concreto pensaba en lo que me recuerda a la posición de la mano maternal y abandonada de tantas Madonnas en otras tantas pietas); por la colocación de la mujer (similar a la del caballero de Pereda) al borde justo y opuesto de la mesa; por el modo en el que, entre un cuadro y otro, se han simplificado y purificado los objetos, y la vestimenta (¿se trata sólo de la dialéctica femenino/masculino o, como yo creo más bien, se trata del regreso a la naturaleza iniciado en el prerromanticismo francés y sublimado por una parte de los vanguardistas de entreguerras?), pensaba en la comparación, que tanto podría iluminar mis inquietudes espirituales de este preciso momento, entre la ventana matissiana y el ángel áureo, en el tiempo del sueño, sobre todo pensaba en el tiempo al que pertenece el sueño al que a su vez la vida debería pertenecer.
Como veis, todo esto no es sino un largo rodeo, una súplica en realidad, para que no dejéis de ver este cuadro que está de paso en Madrid.