Nada humano me es ajeno

Cultura · PaginasDigital
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18 noviembre 2013
Quiero que nada humano me sea ajeno. Absolutamente nada. Libertad, libertades, educación, li-bertad de educación, matrimonio, familia, amor, sexualidad, maternidad, paternidad, infancia, demografía, defensa de la vida, ciencia, conciencia, ciencia con conciencia, religión, razón, Fe, verdad, Política, mentira, manipulación del lenguaje, ‘política’, políticos, Derecho, derechos, paz, guerras, violencia, terrorismo, víctimas del terrorismo…

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Que nada humano me sea ajeno. Desgraciadamente, en mi caso esto es más una declaración de intenciones y un deseo incumplido que una realidad existencial.

«Hombre soy, nada humano me es ajeno.» El Concilio Vaticano II, cuyos cincuenta años acaba-mos de celebrar, se hace eco de esta máxima universal, pero superándola y llevándola a plenitud. En el número 1 de la Gaudium et Spes leemos: «Los gozos y las esperanzas, las tristezas y las an-gustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo. Nada hay verdaderamente humano que no encuentre eco en su corazón.» Como creyentes, «discípulos de Cristo», nada ver-daderamente humano debería sernos ajeno. También el Beato Juan Pablo II expresó algo similar al decir, en dos de sus Encíclicas, Redemptor Hominis y Centesimus Annus, que «[el] hombre es el primer camino que la Iglesia debe recorrer en el cumplimiento de su misión.» El hombre real, la persona concreta, como centro de interés, preocupación y ocupación. Somos hombres, y junto a nuestros hermanos debemos recorrer nuestro camino.

El aforismo que he elegido como nombre para este blog es todo un clásico. Como en otros muchos casos, su verdadera autoría está en cuestión. Algunos autores la atribuyen al comediógrafo ate-niense Menandro (siglo IV, a.C.). Otros autores, más numerosos y probablemente con más fiabili-dad, adjudican esta frase a Publio Terencio, autor latino del siglo II, a.C. Aparece en su obra El enemigo de sí mismo.

Lo que está fuera de toda duda es que ha tenido, en el transcurso de los siglos, una amplia recep-ción e influencia, especialmente en el mundo latino y en sus primeros siglos. Seguramente será porque expresa un sentimiento universal, como ya hemos indicado, y natural en el ser humano: la preocupación por nuestros semejantes, pues no en vano el corazón humano está hecho para amar y para entregarse al servicio de los demás. San Agustín, ya a principios del siglo V, recogía este sentimiento en una de sus Epístolas. Escribía, en la número 78: «Hombre soy, entre hombres vivo», manifestando a continuación una serie de situaciones en las que se hacía solidario de los defectos, pecados y deficiencias de todo hombre. También lo hacía cuando recomendaba «recorred vuestro camino junto con todas las gentes» o al preguntarse «¿qué es mi corazón sino un corazón humano?»

En el siglo XIX, Karl Marx consideraba que ésta era su máxima favorita, según acreditan testimo-nios de conversaciones con sus hijas. Podemos rastrear ecos de esto mismo en su propuesta de solidaridad universal. Equivocado como estaba en tantísimas cosas, creo que en ésta acertaba.

En 1913, hace ahora exactamente un siglo, Miguel de UNAMUNO iniciaba su obra Del senti-miento trágico de la vida de este modo: «Homo sum: nihil humani a me alienum puto, dijo el có-mico latino. Y yo diría más bien, nullum hominem a me alienum puto; soy hombre, a ningún otro hombre estimo extraño. Porque el adjetivo humanus me es tan sospechoso como su sustantivo abstracto humanitas, la humanidad. Ni lo humano ni la humanidad, ni el adjetivo simple, ni el sus-tantivado, sino el sustantivo concreto: el hombre. El hombre de carne y hueso, el que nace, sufre y muere -sobre todo muere-, el que come y bebe y juega y duerme y piensa y quiere, el hombre que se ve y a quien se oye, el hermano, el verdadero hermano.» Otra vez el hombre concreto. La per-sona concreta, en su realidad concreta y cotidiana, es quien debe ser el centro de nuestro obrar y de nuestra reflexión. ¡Con cuánta frecuencia las grandes palabras y conceptos se usan como coartada para acabar no haciendo nada!

Nada humano puede, ni debería, sernos ajeno. La Iglesia, siguiendo el ejemplo de Jesús, se toma muy en serio esta tarea. Frente a la actitud de Caín -¿acaso soy yo el guardián de mi hermano?-, incapaz de amar al otro cuando se opone a sus planes y proyectos, llegando a matar, es decir, ne-gando radicalmente la humanidad del otro, encontramos la del creyente –amarás a tu prójimo como a ti mismo-, es decir, te comprometerás con él, te preocuparás de él, le servirás, le ayudarás en sus necesidades. Frente al que piensa que el hombre es un lobo para el hombre, en expresión clásica; frente al que cree que ‘el otro’ es el infierno (Sartre dejó escrito que «la mirada del otro es el infierno»); frente a los que desean que los demás estén siempre a su servicio, la Iglesia nos invita a sentirnos hermanos de todos los hombres: la fraternidad como fundamento de la vida social; no un contrato o pacto social, sino el amor, la actitud de servicio y el compromiso.

Me atrevo a aventurar que la ‘traducción’ más exacta y radical del «hombre soy, nada humano me es ajeno» sería «no matarás». ¿Cabe mayor negación de la humanidad que arrancar la vida? Incluso en sentido figurado, ¿no es ‘matar’ al otro despreciarlo, ignorarlo, negarle su humanidad y sus derechos? Si consideras al otro, a todo ser humano y en cualquier circunstancia –«toda la vida y la vida de todos»-, como prójimo tuyo, no podrás, no querrás, desentenderte de él y trabajarás para defender su vida y su dignidad.

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Este blog no será obra de un experto, un académico o un profesional. Seguramente, el lector ya se habrá dado cuenta, a pesar de las pocas líneas que llevamos, de que soy un simple aficionado como ya he dicho. Un aficionado que se ha visto empujado –voluntaria y agradablemente- a ponerse manos a la obra por dos razones principales. Por una parte, la necesidad de ordenar y aclarar las propias ideas, tratando de elaborar un discurso personal ante la realidad circundante y los aconte-cimientos de la actualidad; discurso teórico necesario, en mi opinión, para quien se dedica a tratar de poner en práctica de un modo razonado y razonable aquello en lo que cree. Por otro lado, la profunda indignación provocada por ciertas actitudes y acciones concretas radicalmente negativas, en el ámbito político o social, en cuestiones que considero esenciales: la defensa de la dignidad y valor de toda vida humana; el papel fundamental de la familia en nuestra sociedad; el derecho a la libertad de educación y de conciencia.

En estos últimos años se han producido en España, en demasiadas ocasiones, ataques injustifica-dos, provocaciones gratuitas y medidas muy perjudiciales en los ámbitos antes señalados. Esto ha provocado una respuesta social y un despertar de la conciencia colectiva que pocos podían prever. Una sociedad timorata, aburguesada, acostumbrada a mirar hacia otro lado –sobre todo hacia el televisor- ante muchas injusticias, a disimular para no tener que tomar partido, a no salir de su modorra ni ante los más graves asuntos, decidió decir ¡basta ya! Este blog, si Dios quiere, se ins-cribirá, con todas sus limitaciones, en esa corriente.

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Probablemente hemos podido llegar a la situación antes descrita por lo que denuncia el genial Quino, observador atento de la condición humana en su cotidianidad, en la viñeta adjunta a esta entrada. Estamos atareados y preocupados por muchas cosas, todas necesarias y urgentes, pero dejamos pasar las importantes sin darles la relevancia que merecen. Los gobernantes, porque con-sideran que a los ciudadanos sólo les preocupa la economía y poco más, y en el fondo tienen razón. Los ciudadanos corrientes, porque están acostumbrados al “pan y circo” o por que dudan de su capacidad para cambiar las cosas.

Desde este blog, modestamente, intentaremos que las cosas urgentes puedan resolverse, pero siempre después de las importantes. Nada que pueda importar a un hombre puede sernos ajeno.

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