Nacionalismo, Freud y principio de realidad

España · Ángel Satué
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25 junio 2021
Ser español. Una identidad nacional que es premisa fundamental en mi persona. Verdadera. Compruebo que me corresponde. Como respirar y comer, como amar y soñar.

Es una correspondencia porque acepto que se correlaciona este sentimiento-realidad de ser español, con la manera de ver y entender la vida aprendida y aprehendida durante mi existencia.

Ciertamente es algo cultural, social, familiar… hasta que en la edad adulta y madura se realiza ese juicio de correspondencia donde sentimiento y razón echan a caminar de la mano. El juicio maduro y experto de la razón se añade a «hacer experiencia» de la realidad. Ésta, la realidad más próxima y más lógicamente deseada y querida, percibida subjetivamente, es así superada gracias a la intervención de la razón.

Entonces, el puro sentimiento fundamentado en la cultura, la lengua, la familia, en la tribu en última instancia; esto es, la cercanía de los sentidos, la lógica y natural cotidianeidad y amor a lo más cercano, conocido y próximo, es trascendido por la razón y pasa a ser querido no por sí mismo, sino porque aparece un juicio razonable basado en pensar sobre esa experiencia, y que finaliza en un juicio positivo y, sobre todo, verdadero. Se percibe como un bien en sí mismo.

Se deduce que la idea de lo nacional, de lo español en mi caso, se sustenta firmemente, primero, en unos sentimientos de unidad basados en datos muy cercanos y en realidades cotidianas, y más tarde, en una voluntad de unidad y de entrar en relación y ser en relación con otros, basada en un juicio razonable.

Si llegase a desaparecer esta voluntad de enjuiciar y de comprobar si aportan un bien determinado a nuestras personas unas determinadas experiencias –si desaparecen esas preguntas existenciales sobre esa intuición de unidad basada en cultura, paisajes y tradiciones–, decía, si faltase la voluntad, si llegase a faltar algún día el deseo racional y lógico de interpretar la presencia de sentimientos identificativos de lo español y, en este sentido, lleguen a extinguirse esos juicios de razón, quedando sólo una mera constatación de un hecho físico, tribal, telúrico, llegado este momento, mi yo más profundo se alteraría y quedaría muy expuesto a los vaivenes de nuevas pertenencias cambiantes o intermitentes, a nuevas experiencias y aventuras. Abandonado al instinto, alejado de toda humanidad. Incapacitado de entrar en relación con otras identidades nacionales de otras personas.

Así, llego a esta pregunta: ¿los nacionalistas lo son por un acto de la razón, o precisamente, por haberla abandonado?

Se puede concebir la pervivencia histórica de la nación española como una relación, basada en el compromiso de las personas que la constituyen. En cierta medida, nación y persona se retroalimentan. Es claro que la primera necesita de la existencia de la segunda, y de la relación de ésta con más personas y, sobre todo, requiere del compromiso. Y la persona, en su pertenencia a una nación, profundiza en la necesidad de identidad que nos caracteriza a los sapiens, por más que el futuro sea la vida eterna en otro plano, desde luego, no físico, o la nada polvorienta.

El compromiso es lo único que soporta a la persona en el juicio de razón sobre una de las preguntas esenciales. La relativa a la identidad y a la pertenencia. Con relación a lo nacional, y referido al siglo XX, existir era pertenecer a algo, ser con otros. En otras épocas, el vínculo era la religión, unas creencias, una apariencia. En el siglo XXI, tal vez sea ser con otros en las redes sociales y grupos del ciberespacio.

Si existir –como personas– en el sentido nacional es también pertenecer a una nación, cabe preguntarse otra cuestión: ¿es finito el sentido de la pertenencia nacional o es acumulable a otras pertenencias? ¿Dónde o cuándo se agota el compromiso? ¿Cómo interactuar con otras identidades?

Así las cosas, apuntalar ese compromiso personal y esa voluntad con relación a lo nacional es condición básica para acoger, más fácilmente, el juicio que hay que hacer, para trascender el puro sentimiento irracional nacional. Este sentimiento nacional es una intuición que nos sirve para conocer una parte de nuestra identidad, pero no para guiarnos en el crecimiento dentro de ella, y hacia otras. Ahí entra el juicio necesario.

La cuestión que ronda es esta: el nacionalismo habla de incompatibilidad de pertenencias, y en un pertenecerse auto-referencial, cuando el ser humano es justamente lo contrario, una suma de identidades y de pertenencias (¿qué es si no la familia de mi mujer que una nueva pertenencia, un nuevo pertenecer a, y pertenecer-les?) en relación con otras identidades y pertenencias. 

Paradójicamente, la nacionalidad en el siglo XXI, en una sociedad global, será tanto más atractiva (vis –fuerza–) cuanto más alejada de nosotros se encuentre la idea antigua de lo nacional asociado al mero sentimiento, o sentimentalismo (victimista y agresivo a partes iguales).

La nueva idea de lo nacional nos supera y trasciende y abandona las verdes colinas, los ríos marrones, las llanuras de trigo, los mares y costas… pues a través del compromiso nos acercamos a una realidad que, siendo finita o al menos transformable (todos los imperios, naciones, estados, pueblos… han tenido fronteras mutables), puede acercarnos a una pléyade y yuxtaposición de identidades compatibles. A otras muchas interesantes realidades. Todo dependerá de ese nuestro compromiso y del juicio de razonabilidad.

Pero, como todo juicio de razón, pudiera ser que a alguno no le corresponda lo español.

Puede darse en las personas. Los que tienen la doble nacionalidad, por ejemplo, han de optar. Realizan ese juicio de razón. Aquel que deja su país y se naturaliza en otro también lo hace. Incluso se da en aquel que busca la secesión de un territorio (normalmente buscando mayor bienestar y poder sin-dependencias), siendo legítimo en tanto haya hecho un juicio de razón respecto a si le hace bien como persona, y no perjudica al resto de la comunidad con la que venía siendo y estaba en relación, y siempre que hubiera razones previas de imposición y de fuerza anuladoras de la persona, y lo hiciera en el marco de su camino de crecimiento personal, también discerniría legítimamente.

El juicio es personal. Como el compromiso. Y sabemos que todo lo que queda a nivel del sentimiento es subjetivo, y también sentirse de un sitio o de otro. El juicio de razón sobre si lo anterior nos hace mejores y merece un compromiso, en cierta manera también es subjetivo, puesto que uno podrá sostener que tal o cual cosa le hace mejor, o que tal o cual nacionalidad se corresponde más con uno.

Reconozco que, llegados a este punto, solo cabe ser pragmáticos. Hay que reconocer que hay personas que no toleran la pluralidad de vocaciones o de pertenencias, ni la yuxtaposición de diversas identidades, evidentemente, complementarias (¿qué es si no la doble nacionalidad?), ni entrar en relación. Además, el juicio de razonabilidad no debe perder de vista el principio de realidad que es el escollo donde naufraga lo que Freud llama el principio de placer, que solo quiere la satisfacción directa e inmediata de nuestros instintos y de nuestras necesidades; en cambio, el principio de realidad es clave como instrumento para entender nuestra presencia en el mundo. Hay elementos de fuera que nos condicionan y nos vienen dados.

Entonces, qué puede hacer un español normal ante el reto de que otros compatriotas, o deshagan un juicio de razonabilidad, volviendo al sentimiento, o hagan un juicio de razón, por el que llegan a una identidad incompatible con otra.

Ir más allá. Plus Ultra. Levantar el velo del deseo, y situar la realidad cotidiana de los asuntos comunes, fuente de ese primigenio deseo original, pero fundamento de la razón, por ser la realidad exterior que habitamos y construimos.

El español no puede afirmar su españolidad sin ser universales, esto es, sin aceptar diferencias regionales mientras se acepta entrar en contacto íntimo con todos los pueblos del planeta. Es decir, es posible en la españolidad la yuxtaposición de identidades más o menos intensas y complementarias.

Mi condición de español, por origen y por derecho, y por sangre, esto es lo que hemos llamado, simplificando, sentimiento, sin embargo, alcanza su madurez y sentido profundo cuando se le pone en relación con un juicio razonable, pausado, y puesto en relación con nosotros mismos, y con la realidad. La realidad es tan plural y es tan diversa que lo natural es la nota de complementariedad en la noción misma de lo español.

Cuando damos ese primer paso de compromiso, comenzamos a cambiar, y el mundo cambia con nosotros. Somos más humanos, pues la naturaleza del sapiens es la fusión. Y para esa fusión, es preciso antes atender a la convivencia entre identidades.

De todas formas, y respecto de España, es de lamentar que históricamente algunas personas no hayan tenido la oportunidad de ir hacia ese compromiso, resultado natural que hubiese sido de esperar, de haber podido el español del pasado de todas las épocas realizar un juicio de razón con todos los elementos de juicio, en libertad y aislado de los sentimientos. No siempre les fue posible.

No quisiera acabar esta vez sin recordar unas palabras de JFK sobre unos hombres con coraje que se amaban a sí mismos, pues “mantener su propio respeto para consigo mismo era más importante que su popularidad con los demás; porque su deseo de adquirir o mantener una reputación de integridad y coraje fue más fuerte que su deseo de mantener su cargo; porque su conciencia, su norma ética personal, su integridad o moralidad eran más fuertes que las presiones de la condenación pública; porque su fe en su propia postura era la mejor; y porque, en última instancia, el convencimiento de que su conducta sería reivindicada sobrepujó su temor a las represalias públicas”. 

Los secesionistas indultados seguramente se vean reconocidos por estas palabras, bajo su principio del deseo, pero el principio de realidad nos dice otra cosa.

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