Myanmar, ¿una nación inacabada?

Entrevistas · Francisco Medina
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31 marzo 2021
Dialogamos con Javier Gil, profesor de la Universidad de Comillas y autor del libro Geopolítica de Asia y el Indo-Pacífico.

Myanmar, 1 de febrero de 2021: el Ejército decide dar un golpe de estado deponiendo a los miembros del partido Liga Nacional para la Democracia (entre ellos, Aung San Suu Kyi), en el gobierno tras su victoria en las elecciones generales de noviembre de 2020, con repercusiones a nivel internacional. Dialogamos con Javier Gil, profesor de la Universidad de Comillas y autor del libro Geopolítica de Asia y el Indo-Pacífico, sobre el estado de la cuestión.

Has hablado en tu libro de Myanmar como una nación inacabada. ¿De qué país estamos hablando cuando nos referimos a Myanmar (la antigua Birmania)?

Yo hablo de nación inacabada, básicamente, porque desde 1948 (año en que se independiza el país), había grandes esperanzas -no solo en Myanmar sino en otros países asiáticos que se acababan de independizar (India, Pakistán, Indonesia)- de que, una vez acabado el colonialismo, las nuevas naciones que iban a emerger -con tantos recursos naturales que tenían y, sobre todo, con tanta energía que tenían detrás-, tras muchos años de lucha por la independencia, iban a ser, en cierta manera, idílicas. Pienso que la mayoría de líderes independentistas que lucharon por la independencia en esos países pecaron de romanticismo.

En el caso de Myanmar es muy claro. El país se independiza en 1948; nace ya sufriendo, básicamente porque el gran líder del país, Aung San -también su hija, aunque desde otra perspectiva-, una persona que había luchado y tenía un bagaje importante detrás, era un referente que simbolizaba a buena parte de las distintas etnias que componen el país. El crisol de grupos étnicos, lingüísticos, religiosos, nacionales, con diferentes identidades, que, de alguna manera,  cabían y tenían sentido en aquella Myanmar más federal (liderada por el padre de Aung San Suu Kyi), se vino abajo con su asesinato y no se ha logrado tras décadas volver a crear una Myanmar donde las diferencias étnicas -muy acentuadas- hayan podido cristalizar en un espacio político común; eso nos dice, básicamente, que Myanmar es el país donde más conflictividad interna ha habido desde los años 50 hasta la actualidad, lo que le ha llevado a una lucha muy feroz entre la etnia bamar -mayoritaria, ubicada en el centro del país-, contra diversos grupos minoritarios.

Por eso creo que Myanmar, tristemente, todavía es una nación inacabada. Quizá si hubiera continuado un poco más el periodo democrático iniciado en el 2015, hubiese sido posible ir firmando procesos de paz, aglutinar esas minorías étnicas y crear esa Myanmar para todos. Pero eso ahora ha saltado por los aires y es uno de los grandes problemas que va a arrastrar a corto plazo.

Además de por su situación geográfica, ¿en qué medida puede decirse que Myanmar es puente entre India y China?

Es verdad que Myanmar es cabeza de Asia y del Lejano Oriente, pero la realidad es que China es muy grande y en su frontera con el Sureste asiático Myanmar juega un papel muy curioso de puente. ¿Para qué país es más importante o más vital? Obviamente, para China. Hay dos datos muy interesantes. Acabada la guerra civil en China, del ejército derrotado de Chiang Kai-Shek, una parte importante huye a Taiwán, otra parte importante abandona y se busca la vida en el Sureste asiático. En este sentido, uno de los países donde más se fueron antiguos nacionalistas es Myanmar, y allí es donde ellos básicamente desarrollan un comercio de opio muy potente.

No sólo por esto. Históricamente, surge una relación fronteriza y comercial muy potente. Actualmente el país con el que más relación económica tiene es con China, lo que plantea la cuestión de cuál es el papel de China en lo que ha pasado en Myanmar. China estaba contenta con el actual proceso político en Myanmar, tenían unas excelentes relaciones con Aung San Suu Kyi, no porque les gustara la democracia ni el proceso de libertad mediática que se estaba dando en Myanmar, sino porque habían conseguido de alguna manera estabilizar el país, poner más orden y estabilidad, así como mayor seguridad en el movimiento de personas y de tráficos -lícitos e ilícitos-, lo que era algo clave para los grandes proyectos que tiene China en Myanmar, que es visto, obviamente, como una parte importante de su proyecto “one belt, one road”. De hecho, fijándonos en la situación de Myanmar, desde la zona occidental hasta la frontera con China hay importantes vías de comunicación que son vitales.

Por tanto, China no está contenta con lo que ha pasado, yo diría que ha estado en shock; es posible que le pillara por sorpresa, aunque me imagino que no, pero sí había oído rumores de una intervención militar. De escucharlo a que finalmente suceda, supone un salto cualitativo muy fuerte. China lo que quiere es estabilidad para sus grandes inversiones, tanto en materia de gas y petróleo como en recursos minerales -sobretodo, jade-. Ahora tiene que adaptarse a la situación, algo que sabe hacer muy bien, y lidiar con la nueva Junta Militar, pero no le gusta lo que ha pasado.

¿Qué peso juegan los intereses energéticos de China en Myanmar?

China es un gran consumidor de productos energéticos -gas y petróleo- y lo que lleva intentando desde hace, al menos, diez años y ahora con el proyecto de la Franja y de la Ruta mucho más fuerte, está intentando diversificar tanto las fuentes de abastecimiento energético -es decir, de los países que le suministran-, como las rutas por donde le vienen. Una manera de importar gas y petróleo a través de Myanmar -gasoductos y otras infraestructuras- le suponía reducir el coste de transporte y de tiempo y evitar dar el rodeo a través del Estrecho de Malaca, el Mar del Sur de la China, de la Costa Oriental china. Si desde el Golfo de Bengala conseguía movilizar el transporte ya era una gran ventaja.

Eso yo creo que no va a cambiar, pero el golpe de estado, el intervencionismo, las manifestaciones cada vez más masivas y reprimidas no juega para nada a favor de esa estabilidad que buscaba China para garantizar uno de sus muchos suministradores y pasos de suministro energético.

¿Y los de India y Bangladesh?

En ambos casos, su peso es mucho menor. En el caso de Bangladesh, las relaciones son muy malas porque se enrarecieron mucho con el conflicto de los rohingya porque cuando el ejército de Myanmar empieza a expulsar y matar a la comunidad rohingya de la zona de Rakhine, solo tuvieron que empujar un poco para que las largas filas de refugiados salieran hacia Bangladesh, un país superpoblado, masificado, que no ha recibido de buen gusto a tanta minoría rohingya.

En el caso de la India, ha perdido el peso que tenía. Más allá de condenas retóricas, no han hecho gran cosa, pues tampoco han tenido unas relaciones tan óptimas ni estables como han podido tener. Con la insurgencia que existe en el noreste de la India Myanmar ha hecho la vista gorda muchos años para que fuerzas especiales del Ejército indio entraran en territorio de Myanmar y realizaran operaciones de insurgencia. Pero allí la India no tiene mucho que hacer, no tiene tanto peso como China y sus relaciones no son tan importantes como para que puedan presionar en busca de cambios a nivel internacional.

En relación al Sudeste Asiático, ¿qué supone el llamado Triángulo Dorado para Myanmar?

El llamado Triángulo Dorado -la zona norte, Myanmar, Vietnam y Laos-, es una zona montañosa, porosa, triangular de varios países fronterizos donde, históricamente, ha sido zona de producción de drogas muy fuerte. En años pasados era obvio; ahora Myanmar se ha establecido como uno de los principales productores de drogas sintéticas -especialmente, metanfetamina-. De hecho, está bastante claro el recorrido de las drogas en el Sureste asiático. Myanmar es la zona productora de la mercancía que va a parar a Tailandia. Históricamente eso ha sido un desastre porque, siendo el segundo productor de heroína del mundo, después de Afganistán – que ocupa el primer lugar con más del 90%-, ahora Myanmar se ha hecho más famoso por la producción y distribución de drogas sintéticas (metanfetaminas) por todo el Sureste asiático; sobre todo, a Tailandia, que es la gran consumidora, y eso no ha dejado de aumentar. De hecho, el Sureste asiático peninsular es una frontera muy montañosa, porosa, corrupta, y no hay ningún tipo de control; sobre todo, en la frontera de Myanmar. Es un hecho que se ha venido repitiendo históricamente en el tráfico no solo de drogas sino de animales exóticos, por ejemplo; el tráfico humano y también de minerales, como de jade. Pero no es nada nuevo.

El golpe de Estado dado por el Ejército en febrero y la represión en las calles ha merecido la condena internacional. ¿Cuáles crees que han sido los factores que han contribuido a que el ejército tenga tanto peso en la vida política y social?

Hay un dicho en Pakistán que dice que “todo país tiene un ejército pero el ejército pakistaní tiene un estado”. Solo hay dos países donde se puede decir que la institución del ejército es tan potente como para controlar el estado. Uno es Pakistán, con las salvedades que pueda haber (porque es verdad que hay un gobierno civil pero la institución más sólida, potente y estable, y que de alguna manera ha soportado el devenir de los cambios políticos, es el ejército), y lo mismo pasa en Myanmar.

¿Cómo se explica que el ejército de Myanmar haya gobernado 50 años? Básicamente porque ha sido la institución de largo más potente del país, con más influencia política, y lo han conseguido porque han sabido controlar amplios espectros de sectores económicos del país. No es ninguna sorpresa ni nada llamativo. Creo que es una de las razones por las que el golpe de estado se pudo precipitar y es que el ejército controla amplios sectores mineros y energéticos e incluso una parte del sector hotelero. Una de las razones, aunque me cuesta afrontarla como tal, sería que el ejército no tuvo miedo a perder ciertos privilegios económicos que durante décadas había ostentado. ¿Por qué ahora? Porque, en 2015, la Liga Nacional por la Democracia gana unas elecciones, pero tiene que gobernar bajo una Constitución aprobada por la Junta Militar y eso les da el poder del 25% en el Senado y tres ministerios clave (Defensa, Fronteras Internas y Seguridad). Junto a ello, tenían un presupuesto autónomo y una autonomía política.

¿Cómo, a pesar de tener tanto poder, se arriesgan a dar un golpe de estado ahora, en 2021? Mi teoría es que, ante la victoria de Aung San Suu Kyi tan aplastante, que, a pesar de hecha Constitución hecha por ellos -que les daba un privilegio de poder-, temieron verse en una posición secundaria. Por ese miedo a perder su autonomía política, garantizada por la Constitución que ellos mismos habían redactado y que el gobierno había respetado, les llevó a dar un golpe de estado argumentando que había habido un fraude electoral.

Fue, pues, ese miedo a verse sobrepasados por la ola de Aung San Suu Kyi y la Liga Nacional por la Democracia. Aun así, lo triste es que, ante el golpe de estado, las protestas cada vez son más masivas, el Movimiento por la Desobediencia crece -afecta a la justicia, a los funcionarios-, pero algo no ha cambiado -y no me sorprende-: que la Junta sabe aguantar perfectamente la presión, no solo la interna -según últimas cifras, el número de muertos ronda entre 165 y 265-. La Junta Militar de Myanmar ha estado gobernando durante 50 años; no le tiembla el pulso si entiende necesaria una represión interna. Y si hay países que han soportado represión interna, uno es Corea del Norte y otro es Myanmar. Ellos no tienen ningún problema de sanciones externas, mientras el estamento militar pueda seguir manteniendo el poder político y el control económico sobre ciertos recursos principales. No les va a temblar la mano ni para atomizar a la oposición ni para reprimir con dureza, como estamos viendo.

No es una dictadura nueva; es una dictadura que lleva años, sabe perfectamente cómo enfrentarse a las protestas y el cambio que se produce en 2010 con ese inicio de la democracia, en mi opinión, es porque la junta militar entiende que su posición histórica como eje gubernamental estaba ya muy debilitada y porque el ciclón Nargis en 2007 produce decenas de miles de muertos que el gobierno era incapaz de gestionar. Por eso el estamento militar cede un poco el testigo, pero manteniendo esa Constitución que ellos manejan y que obliga a que se respete su status político. La masiva victoria de 2020 les hizo pensar que ese estatus podía estar en peligro y por eso deciden detenerlo con fuerza.

¿Cuál ha sido el balance, a tu juicio, del mandato de Aung San Suu Kyi? ¿En qué medida las acusaciones de corrupción han sido fundadas (o no)?

En general, hay luces y sombras. Empezando por las sombras, la limpieza étnica de rohingyas. Durante su mandato el ejército, de manera autónoma pero con Aung San Suu Kyi mirando para otro lado aunque luego ha habido declaraciones repudiando a la comunidad rohingya, pero digamos que el ejército tuvo vía libre para expulsar a 700.000 rohingyas del país. Según la ONU es una limpieza étnica porque se está expulsando gente a otro país y eliminando su modo de vida. Es más complicado hablar de genocidio, porque no ha habido una matanza generalizada, aunque uno de los elementos del genocidio refiere al genocidio cultural y de eso sí podríamos hablar. Pero la gran sombra de Aung San Suu Kyi ha sido la devastación contra la comunidad rohingya.

Otra sombra es la corrupción en un país que está en vías de desarrollo democrático, donde no hay grandes contrapesos de control y de chequeo -tanto del poder ejecutivo como legislativo-, los niveles de corrupción suelen ser elevados; aunque en países como Corea del Sur es un país desarrollado y tiene una larga lista de ministros corruptos y alguno hasta se ha suicidado por vergüenza. Pero su gran sombra ha sido la expulsión de los rohingyas, que ha provocado que le retiraran muchos reconocimientos a nivel mundial y que ahora Aung San Suu Kyi sea una persona repudiada por la comunidad internacional, y a mi modo de ver, y esto es muy triste, es uno de los grandes problemas que ahora encara Myanmar. Si Aung San Suu Kyi siguiera siendo ese referente por la libertad, por la democracia, por los derechos humanos, que mantenía hasta el genocidio de los rohingyas, su llamada a la restauración de la democracia tendría más eco en muchos países, pero si Aung San Suu Kyi llama por la libertad, la democracia, defendiendo los derechos humanos, lo primero que le dicen continuamente es que no hizo nada por los rohingyas. Ahora mismo, tristemente, Myanmar no tiene un gran padre que le apoye, y ese es uno de los dramas que sufre la población.

En cuanto a luces, ha habido muchas. Ha habido un desarrollo muy importante de los medios de comunicación a nivel de libertad, ha habido un desarrollo económico con tasas de crecimiento muy potentes; sobre todo, una cierta mejora en la conflictividad interna del país y una apertura al exterior. Myanmar fue durante muchos años uno de los países más cerrados del mundo, porque estuvo bajo el control absoluto de la Junta Militar. Ahora, la apertura de los medios es un tema interesante frente a la pretensión de control del ejército; la Junta ha cortado por lo sano y habrá que ver si la Junta cumple lo que ha dicho, si convocará las elecciones que anuncia en un año para restablecer la democracia -lo cual es bastante difícil de creer- o se va a mantener en el tiempo sin elecciones o si se produce una caída del golpe y un retorno del poder al ámbito civil, aunque también es discutible.

En Myanmar se ha hablado de limpieza étnica con la cuestión de la minoría rohingya, ¿cuál es el origen y qué dimensiones ha tenido tanto internas como externas?

En el s VII hay un movimiento de comunidades bengalís que se van asentando naturalmente en lo que hoy es Myanmar. Posteriormente, con la ocupación británica, traen comunidades de Bangladesh para trabajar las plantaciones británicas. Grupos birmanos más nacionalistas han visto, históricamente, a la comunidad rohingya como ajena a la comunidad política de Myanmar y a la identidad del país.

Ahora bien, que eso diera pie a que el ejército campe a sus anchas, los ataque, los queme vivos y los expulse sistemáticamente con una reducción drástica de su población de 1.100.000 a 400.000 -las cifras son muy variables- es otra cuestión. ¿Por qué se produce este cambio? Me sorprendió mucho que en el Sureste asiático, tanto en Myanmar como en Tailandia, tuvo un impacto muy fuerte, simbólico, la destrucción de los budas de Bamiyán (Afganistán), y algunos grupos nacionalistas vieron que, de algún modo, el budismo estaba en guerra contra el islam. Eso históricamente dio pie a que se calentara el ambiente.

En 2017 se produce el estallido porque hay un enfrentamiento entre un grupo de rohingyas y de vecinos budistas, con varios muertos, y aquello desencadena una caza rohingya. Se produce una campaña militar muy fuerte de miedo, luego de expulsión y de destrucción de los poblados donde vivían los rohingyas. Obviamente hubo una campaña de rechazo internacional pero si no hay una intervención militar, los genocidios y las limpiezas étnicas no se acaban, como nos dice la historia. Los genocidios que se han producido en la historia han tenido dos fines: uno es que se han completado; y otro, que se han parado con una intervención militar extranjera, que en este caso no se produjo y ocasionó que el ejército pudiera deshacerse de buena parte de la minoría rohingya del país.

¿Y cuál es el rol de Aung San Suu Kyi? Mirar para otro lado y cuando, a nivel internacional se le ha interpelado sobre este asunto, ella siempre ha echado balones fuera y una de las teorías que existen es que su base política en Myanmar es una base budista y que dentro de Myanmar la minoría rohingya tenía muy mala prensa; y, por tanto, si los hubiera defendido habría podido obtener menos apoyo electoral -y esto habría que valorarlo en su contexto-, pues entendió que si los apoyaba podía perder peso político y su papel en Myanmar podría debilitarse. Eso podría haber retardado el progreso democrático del país. Otra teoría que se comenta es que ella tuvo miedo de que si denunciaba lo que estaba pasando el ejército diera un golpe de estado y acabara con el proceso democrático, y por eso había guardado silencio.

Hay, por tanto, varias teorías para explicar el silencio de Aung San Suu Kyi: la primera porque su electorado no estaba tan en desacuerdo con lo que estaba pasando; también, por miedo a enfrentarse con el ejército, que tenía un papel tan potente que, de hecho, ha conseguido dar un golpe de estado y mantenerlo.

¿Cuáles crees que son las perspectivas para Myanmar? ¿Cabe esperar una estabilidad política y un desarrollo del país en un futuro?

Creo que es muy difícil hablar de ello. De los once países del Sureste asiático, el menos estable sin duda es Myanmar por los periodos golpistas y el intervencionismo militar, más aún que Tailandia -que están entre los de mayor inestabilidad-, que no tiene la violencia interna tan potente que tiene Myanmar, a pesar de la insurgencia yihadista del sur. Pero de los once países es el que peor pasado tiene, también a nivel económico.

A nivel político es triste que un país que estaba comenzando a tener esa apertura democrática haya girado para atrás como un cangrejo. Creo que se abren tres posibles escenarios: primero, que la Junta Militar cumpla su palabra de convocar elecciones en un año -la gran pregunta es si se celebrarían bajo una nueva Constitución que, obviamente, situara con más poder al partido político que se presentara-. Otro, que el golpe produzca una mayor involución, que no se convoquen elecciones y siga con una dictadura permanente (aunque tengo mis dudas por cómo la población civil está aguantando la represión, que es admirable).

La tercera opción es que el golpe fracase, que la población civil que está protestando y muriendo tuviera un poco más de apoyo internacional y de la ASEAN, para poder darse una involución para bien.

Ahora mismo, creo que las perspectivas para Myanmar son negativas. De hecho, en todo el sureste asiático ha habido un retroceso de las libertades políticos y sobre todo de lo que entendemos por democracia. De acuerdo con Freedom House, sólo un país del Sureste asiático puede considerarse plenamente democrático: Timor Oriental. Todos los demás tienen alguna debilidad y luego tenemos países como Myanmar que, siendo democráticos y con debilidades, ahora han ido para atrás, a pesar de que tiene un gran río que le podría dar la mejor agricultura del Sureste asiático, tiene gas, petróleo, minerales, dos grandes países al lado a los que podría vender todo lo que quisiera, pero no ha logrado establecer un proyecto común y sigue ahogándose en 70 años de violencia. Es muy triste lo que está pasando, pero, en cierta manera, es un deja vu.

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