Munilla se faja con la historia

Frente a quienes pensaban que Munilla supondría un desencarnarse de la Iglesia respecto de la historia, el obispo ha demostrado que la fe permite una mirada más inteligente y profunda de la realidad, sin eludir nada. Estando muy vivo el debate sobre el significado y valor del alto el fuego anunciado por la banda terrorista ETA, el obispo donostiarra no ha dudado en aportar la inteligencia de la fe a este aspecto caliente de la realidad de su tierra. Y lo ha hecho con coraje y sabiduría, bebiendo siempre del Evangelio y de la Tradición, sin necesidad de recurrir a mediaciones ideológicas siempre parciales e interesadas. De la "ilusión mediadora" que caracterizó buena parte de la acción eclesial en el País Vasco en el decenio precedente, Munilla ha pasado al juicio histórico que nace de la fe.
Ha comenzado hablando de los mártires como signo de la grandeza de Dios y de la dignidad de los hombres, porque con su testimonio demuestran que "existen ideales demasiado grandes como para regatearles el precio". Su gesto es a un tiempo testimonio del bien precioso de la vida y de su valor in finito, y resistencia frente a la pretensión del poder que se vuelve contra el hombre. Son palabras que hablan de la verdadera tarea de la Iglesia en el escenario dramático del País Vasco.
Después aborda sin complejos el escenario abierto por el anuncio de alto el fuego de ETA y reconoce los sentimientos ambivalentes que provoca: expectativa de que la violencia no vuelva pero decepción por la oportunidad perdida de anunciar la desaparición definitiva del terrorismo. Mirada atenta pero nada de falsas ilusiones. Después habla de la tarea que compete a los distintos sectores sociales en la causa de la paz, y aborda sin complejos la tarea de la Iglesia, que resume "en la llamada a la conversión, que incluye el arrepentimiento y la petición de perdón". No habrá paz definitiva, a juicio de Monseñor Munilla, sin verdadero arrepentimiento por la violencia y los daños causados, porque la paz no puede basarse sobre meras consideraciones tácticas. "El arrepentimiento, lejos de ser un sobreañadido en el tejado, forma parte de los cimientos de la paz".
Y entra en el espinoso tema del perdón que parece esperarse de las víctimas, como elemento instrumental para engrasar el proceso. Es de sobra conocido el acompañamiento que Munilla realizó a las víctimas de ETA desde su época de sacerdote en Zumárraga. Por eso tiene una autoridad particular, y advierte que "no podemos pedir generosidad a las víctimas sin mostrarles previamente arrepentimiento sincero y coherente, acompañado de una petición humilde de perdón". Y lanza un mensaje a los gestores del proceso para que las víctimas "no sean percibidas jamás como una presencia embarazosa… por el contrario su necesaria participación está llamada a ser garantía de la verdadera paz".
Pero también como padre y pastor, testigo de la misericordia del Dios hecho hombre que murió en la cruz, Munilla recuerda a quienes han sufrido el terrible zarpazo de la violencia que el perdón no es una imposición, que Jesús nos lo ofreció primero como don, antes de invitarnos a dispensarlo a quienes nos han hecho daño. Y de nuevo habla de la contribución principal de la Iglesia en este momento: "la proclamación de la misericordia de Dios Padre, manifestada en el perdón de Jesucristo que nos llama a nuestra conversión personal".
Sin enrocarse. Hablando con todos, buscando a todos, incluso a los más díscolos y agresivos; clarificando lo que es confuso y dañino para su pueblo, sin rebajar la exigencia pero con mansedumbre y paciencia, Munilla está tejiendo una nueva etapa en San Sebastián.