Mucha violencia y ninguna solución
Tras la expulsión forzosa de varias familias palestinas en el barrio de Sheikh Jarrah en Jerusalén y la irrupción de las fuerzas de seguridad israelíes en la mezquita de Al-Aqsa, se ha vuelto a poner en marcha una escalada de violencia entre israelíes y palestinos. ¿Por qué justo ahora? ¿Cuánto pesan los factores internos en cada bando?
Seguramente hay intereses convergentes. Dentro de la Autoridad Palestina, Hamás quiere convertirse en el paladín de la resistencia. La derecha israelí también se siente cómoda con esta escalada. No quiero decir que todo esto sea intencionado, pero la tensión refuerza el frente político israelí y cambia las cartas sobre la mesa. Pero la cuestión de Jerusalén arrastra de hace tiempo y ahora ha vuelto a estallar. Sigo pensando que en estas cosas también hay cierta dosis de casualidad.
Mientras tanto, después de varios días de bombardeos, las fuerzas israelíes podrían comenzar una ofensiva terrestre en Gaza. ¿Qué se puede esperar de ahí?
Yo no espero nada. No sería la primera vez que asistimos a una operación terrestre en Gaza y no creo que estas operaciones hayan dado resultados positivos. Habrá otros motivos, violencia, acusaciones mutuas… pero ningún cambio sustancial entre ambos frentes, por desgracia. La imposición por la fuerza no ofrecerá ninguna solución. En ambos bandos. Estas decisiones vienen dictadas por sus respectivas agendas políticas, que como siempre dan poco de sí. Habrá muchos más muertos, pero ningún cambio real.
Justo antes de que empezaran las expulsiones forzosas en Sheikh Jarrah se anunció el retraso de las elecciones palestinas. ¿Cuánto ha pesado esta decisión en la escalada de tensión?
Ha pesado. Ha creado mucha frustración que beneficia a Hamás, que ahora puede presentarse como portavoz de los palestinos. Por ironías del destino, el motivo del aplazamiento ha sido la imposibilidad de garantizar el voto en Jerusalén Este. Y justo allí es donde la situación se vuelve a incendiar.
Usted lleva muchos años en Tierra Santa y ha visto muchas crisis parecidas a esta. ¿Son episodios cíclicos siempre iguales o ve diferencias?
Yo usaría la idea de los cursos y recursos históricos de Vico. Como en una espiral, hay eventos que retornan continuamente, aunque naturalmente cada vez se añade algún elemento nuevo. Se trata de crisis periódicas. La última de este tipo fue en 2014. Luego, gracias a Dios, durante varios años no ha habido conflictos graves. Espero que esta sea la última vez, aunque me temo que no.
¿Hamás sigue movilizando igual que hace años?
No, aunque los últimos acontecimientos le han dado cierto empuje. Pero sin duda ya no tiene el mismo crédito que hace diez o quince años. En Gaza si pudieran cambiar lo harían de buena gana.
Después de tantos años, ¿no se abre paso la idea de que la violencia no solo no repara los daños sufridos, sino que los agrava?
No estoy muy seguro. Una parte, la más intelectual, es consciente de esto. Pero el ciudadano de a pie lo es menos. Hay mucha frustración y cansancio, y tiende a prevalecer la idea de que hay que responder a la fuerza con más fuerza. El diálogo se percibe como signo de debilidad.
El crecimiento de la derecha israelí seguramente no ayuda…
Es un fenómeno arraigado. Una derecha no solo política, sino religiosa, hace todo más complicado, porque cuando la política se mezcla con la religión es más difícil llegar a un compromiso, que debería ser el arte de la política.
Siempre tenemos que comentar las mismas cosas y la habrán hecho esta pregunta infinidad de veces. ¿Qué es necesario para desbloquear la situación y romper este ciclo de violencia?
La escalada se ve favorecida por una concurrencia de factores y para salir de ahí también hace falta una concurrencia de factores. Las cosas no cambian si no hay cierto grado de conveniencia. Deben darse condiciones que hagan conveniente el diálogo, también desde el punto de vista económico. Hay que implicar a la comunidad internacional, aunque nunca he entendido bien qué es exactamente la comunidad internacional… Digamos que los grandes actores internacionales deberían impulsar también los aspectos económicos, aparte de los políticos. También haría falta un liderazgo con perspectiva, ese es uno de los grandes problemas. Las cosas nunca cambian por sí solas. Cambian si hay un líder carismático capaz de crear unidad y dar una orientación.
Cuando se firmaron los “Acuerdos de Abrahán”, se insistió en la marginalidad que había asumido la cuestión palestino-israelí. En cierto sentido, los últimos acontecimientos ponen en discusión esta idea, pero por otro lado es cierto que el problema ya no tiene el mismo peso que en décadas anteriores. Realmente, desde el punto de vista político, ¿se puede hacer como si no pasara nada?
No se puede hacer como si no pasara nada, pero es un hecho que esta cuestión es marginal. Con el efecto creado por los medios, un hecho que hoy resulta dramático, dentro de una semana puede que ya no lo sea. Hay que tener amplitud de miras para ver cómo evolucionan las cosas. Que el mundo árabe no esté especialmente interesado en la causa palestina no es ninguna novedad. Pero de un modo u otro, habrá que hacer cuentas con eso. Hoy prevalece la rivalidad entre Irán y Arabia Saudita, o la cuestión energética, mientras que Occidente se centra en la cuestión migratoria o en problemas internos. Con la caída de las grandes ideologías, la importancia con que se percibe la cuestión palestino-israelí se ha desgastado progresivamente. Pero queda una herida abierta, y como tal periódicamente vuelve a hacerse notar.
¿Cómo viven los cristianos actualmente?
Los cristianos no son un pueblo aparte. Los cristianos árabes son árabes y viven los problemas de todos. En este momento, quien sufre especialmente es la pequeña comunidad de Gaza. Estoy continuamente en contacto con ellos. Todos están bien pero la tensión es muy alta. Por ejemplo, cerca de la escuela del Rosario están los túneles, que han sido bombardeados, y la escuela se ha visto afectada directamente. La pregunta es cómo afrontar esta situación de la manera más constructiva posible. Las denuncias se han hecho y son necesarias, pero también hay que tener perspectiva. Lo que está claro es que esta situación durará mucho tiempo y no seremos nosotros quienes la resuelvan. Pero hay que estar ahí dentro. ¿Cómo? ¿Cómo vivir todo esto? Son las grandes preguntas, a las que no siempre es fácil responder.
El papa Francisco ha relanzado con fuerza el ideal de la fraternidad. Más allá de los grandes acontecimientos, ¿cómo se encarna en la vida diaria, sobre todo en contextos especialmente conflictivos?
Es un gran desafío. Hay que evitar un riesgo muy real de pasar de evento a evento, aunque pueda parecer gratificante en lo inmediato. Construir la fraternidad en la vida diaria no es fácil. No es el momento de hacer grandes gestos. Más bien, hay que construir vínculos sobre el terreno, partiendo de pequeñas cosas. Están las vías tradicionales, como nuestros colegios, por ejemplo. Son caminos fatigosos, complejos, llenos de contradicciones, pero también hay ejemplos concretos de cómo se puede vivir juntos, educándose juntos. También hay que buscar la manera de crear ocasiones de encuentro con los líderes locales. No solo unirse en las condenas, sino hacer cosas juntos. Hay muchos ejemplos positivos en Siria, Iraq, pero también aquí, que no hacen ruido, no crean opinión. En este momento es lo máximo a lo que podemos llegar, pero hay que seguir haciéndolo para mantener vivo el ideal y hacerlo crecer.