Montecassino 5

Mundo · Mario Mauro, vicepresidente del Parlamento Europeo
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29 mayo 2009
Benedicto habla de Benedicto. Cuatro años después del famoso discurso de Subiaco, cuando el entonces Cardenal Ratzinger había presentado su lectio magistralis, el Santo Padre ha vuelto a hablar de San Benito de Nursia, un ejemplar y santo patrono de Europa. En el monasterio de Montecassino, el Papa se ha encontrado con los símbolos del otro "Benedicto", el padre del monacato e impulsor de la evangelización en nuestro continente, que hoy puede representar el baluarte en el que se ancla nuestra tradición milenaria.

"Ora et labora", decían -y siguen diciendo- los benedictinos. Sobre este supuesto el Papa ha tejido un mensaje que ha tocado los temas más actuales. No ha sido un salto hacia el pasado, sino una clara reflexión de lo que está sucediendo hoy. Ha expresado su solidaridad hacia los que están pagando el impuesto de la  crisis: los que tienen un contrato precario, los desempleados y los jóvenes sin trabajo. Ha instado a crear "nuevos puestos de trabajo para proteger a las familias". Europa puede encontrar estrategias para resolver la emergencia del paro sólo si es capaz de reconocer sus propias raíces. Para crear nuevas oportunidades de empleo y superar la crisis es necesario, sobre todo, luchar contra el egoísmo y tratar de proteger, en primer lugar, a los jóvenes y a las familias.

San Benito, con una "regla" hecha de trabajo, cultura y  oración, ayudó a Europa a salir de una profunda crisis. El Papa ha puesto ante nuestros ojos un buen ejemplo para desempolvar una estrategia simple pero efectiva: mirar hacia nuestras raíces, poniendo juntos en común todo aquello de lo que somos capaces y que así nadie se quede atrás. 

La dignidad humana, de hecho, es lo primero. Las instituciones están dispuestas a luchar por la dignidad, que en nuestro continente ha sido pisoteada millones de veces por las atrocidades de las ideologías. Haciéndose garantes y no dueñas de esa dignidad. Por esta razón, en memoria de las vidas que la guerra ha roto, el Santo Padre ha visitado los cementerios y ha recordado a los caídos de todas las naciones y todos los conflictos.

¿Ese recuerdo tiene algo que ver con Europa, con sus instituciones y sus ciudadanos? ¿La lealtad y el reconocimiento de las raíces cristianas no ayudarían en la construcción de una sociedad unida y fraterna, basada en la búsqueda de la justicia y la paz? Nos hemos acostumbrado a vivir en un ambiente desprovisto de conflicto civil y la  palabra paz ha adquirido ya un significado que damos por descontado. 

Pero hay un riesgo. Si Europa no es capaz de una memoria histórica que le permita mantener su tradición cultural y religiosa, no podrá tener un futuro. La miopía nunca lleva lejos. Europa ha sido realmente y profundamente grande cuando ha creado grandes formas de auténtica civilización y  progreso de los pueblos para todo el mundo, sólo cuando ha transmitido los valores constitutivos que le llegaron de la fe cristiana, después de haberlos convertido en un patrimonio de la cultura e identidad de los pueblos.

Lamentablemente, la historia reciente nos recuerda que no todas las instituciones fueron capaces de reconocer su pasado. Y es algo extraño que Europa rechace la referencia a sus raíces, mientras que los Estados Unidos, por ejemplo, nunca han tenido problema en referirse a Dios. 

Europa nació cristiana, y sólo en la medida en que siga siéndolo mantendrá sus ideales y su contribución original a la construcción de la civilización contemporánea. Para comprenderlo en profundidad es necesario volver al siglo IV, cuando, durante la grave crisis del Imperio Romano, la Iglesia empezó a desarrollarse como un nuevo sujeto histórico, cultural y político.

El monasterio de Montecassino cuatro veces destruido, y reconstruido en cuatro ocasiones, es el símbolo de Europa que, a pesar de haber sido reiteradamente socavada en sus  cimientos, sigue en pie. Ha soportado guerras, sufrió la destrucción, pero hoy es muy fuerte y ha sido capaz de asegurar a nosotros mismos y nuestros hijos más de 60 años de paz. Ésta es la razón por la que la queremos defender, en la memoria de San Benito.

La visita de Benedicto XVI en vísperas de un importante evento, que involucra a los ciudadanos de los 27 estados miembros, nos insta a continuar por el camino trazado por los Padres de nuestro continente y para luchar para que, especialmente los jóvenes, tengan garantizado un futuro de paz y el desarrollo.

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