Monarquía y oclocracia en la baraja del siglo 21

España · Francisco Pou
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2 junio 2014
Ser rey en España nunca ha sido fácil. Como los seleccionadores de fútbol. Cada español tiene una versión propia de la jugada. Pero hay que reconocer que la jugada del Rey ha sido de 39 años con los españoles jugando en paz. Ganando. Jugando cosas muy serias. Retos muy graves.

Ser rey en España nunca ha sido fácil. Como los seleccionadores de fútbol. Cada español tiene una versión propia de la jugada. Pero hay que reconocer que la jugada del Rey ha sido de 39 años con los españoles jugando en paz. Ganando. Jugando cosas muy serias. Retos muy graves.

Uno puede ser republicano. Pero cualquier análisis intelectual honrado coincidirá en que los españoles hemos sido capaces de convivir en paz, después de una guerra cruel y después de una dictadura que se fue apagando (“la lucecita del Pardo” de las crónicas oficiales) y dio paso a una paz protagonizada por todo, todo, el arco político que se tensaba en España.

Uno puede ser republicano, pero no ciego. Y cuando en un Estado de Derecho como el que tenemos, en el que vivimos en paz, aparecen en toda España convocatorias para, hoy mismo, proclamar la república desde balcones y plazas, nos damos cuenta de que la oclocracia, esto es, el gobierno de la multitud, sigue llenando las bocas de salvapatrias ignorando la ley acuñada por todo un pueblo. Afortunadamente, la España de las proclamas con trabucos desde balcones ya pasó, por más que algún romántico inconsciente no se haya aún enterado.

El Rey ha hecho bien. El Rey no lo ha hecho bien todo. Pero el momento de España es decisivo. No olvidemos dos factores que, en mi opinión, han acelerado una decisión que, obviamente, se madura en meses.

En primer lugar, la “abdicación” de Rubalcaba. La crisis del PSOE deja una izquierda fraccionada como nunca antes. El Rey era el Rey para Rubalcaba, pero no para facciones socialistas independentistas (realidad hoy en Cataluña y País Vasco), y un enorme abanico de posibilidades (desde el Partido Animalista hasta Podemos) en la que el Rey estaba fuera de su baraja.

En segundo lugar, las elecciones europeas, mostrando un panorama político que empieza a alejarse del bipartidismo de 39 años. Tuvimos, sí, a Santiago Carrillo en la izquierda. Pero un Carrillo monárquico, un Santiago que “cerraba” España en un arco en el que sólo quedaban fuera los fusileros del Grapo, Eta, y pequeñas erupciones folclórico-políticas, extraparlamentarias que nunca dejarán de existir.

Es otra generación y otro inicio el que se espera hoy en España. El Rey aludió en su abdicación a la crisis. Es una cita de buen juicio, porque “la crisis” no es una circunstancia financiera, monetaria o un “mal momento”. Es una herida que no ha dejado de sangrar. Una tragedia en muchos hogares. Un reclamo para repensar. Por más que veamos “brotes verdes”, casi un 27% de la población española está en paro. Ningún tumulto hoy, 2 de junio, conseguirá la oclocracia danzando por las calles. Pero 6 millones de parados tienen su derecho a votar en la paz monárquica, la Ley, que hemos heredado, para repensar una España que hoy, con los políticos de hoy, sangra injusticia a voces pidiendo cambios más serios que una proclama de balcones. Jugamos todos. Cuando no lo hemos hecho, ya lo hemos comprobado, se rompe la baraja.

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