Milan Kundera, los 90 años de un genio
Cumple 90 años uno de los escritores más geniales del siglo pasado, protagonista de la Primavera de Praga y exiliado de su país (y de su cultura) no solo por la URSS sino por toda la “intellighenzia” comunista que le oprimió durante décadas. Desde “La insoportable levedad del ser”, escrito en 1982, han pasado muchos años pero en el caso de Milan Kundera, poeta, ensayista, dramaturgo y escritor nacido en Brno, sus obras maestras no se limitan solo a aquella genial composición. Ahí están “La broma”, “La vida está en otra parte”, “La inmortalidad”, o más recientemente “La fiesta de la insignificancia”.
Apoyó sin fisuras la Primavera de Praga, por una nueva cultura que liberada al ser humano del yugo que lo sometía. Por eso le obligaron primero a abandonar su puesto de trabajo como profesor y más tarde, en 1970, fue expulsado del partido. Sus obras fueron prohibidas en su país hasta mucho después de la caída de la Unión Soviética. Por el escándalo que suscitó su obra más conocida, “La insoportable levedad del ser”, tuvo que esperar hasta 2006 para verla publicada en su República Checa.
Tenía en contra a los comunistas, pero también a los intelectuales disidentes, tanto dentro como fuera de las fronteras checoslovacas. De hecho sigue viviendo en Francia con su mujer, Vera. De su apartamento en el barrio latino de París siguen saliendo libros, ensayos e ideas.
En una entrevista histórica publicada en el New York Times en 1985, la periodista Olga Carlisle preguntaba a Kundera sobre la polémica entre izquierdas y derechas, a lo que él respondía: “El peligro que nos amenaza es el imperio totalitario. Jomeini, Mao, Stalin ¿son de izquierdas o de derechas? El totalitarismo no es una cosa ni la otra, en su seno estas distinciones no tienen sentido. Nunca he sido creyente, pero después de haber visto a los católicos checos perseguidos durante el terror estalinista siento la más profunda solidaridad con ellos. Lo que nos separaba, la fe en Dios, iba después de lo que nos unía, la solidaridad de los ahorcados”. Para él, “la estúpida batalla entre izquierdas y derechas me parece obsoleta y bastante provinciana. Odio participar en la vida política, aunque luego la política me fascine como espectáculo, un espectáculo trágico, mortal en el imperio del Este, intelectualmente estéril aunque divertido aquí en Occidente”.
La genialidad de un ser liberado, aunque siempre sufriente por las libertades que le faltaban en los tiempos modernos, se vislumbra también en una respuesta fulminante a propósito de la represión-censura en el arte y la literatura. “La opresión política se sigue presentando con otro peligro que –sobre todo para un novelista– es aún peor que la censura y el control policial. Me refiero al moralismo. La opresión crea una frontera demasiado evidente entre lo bueno y lo malo, y al escritor le surge la tentación de ponerse a predicar. Para el género humano es algo atractivo, para la literatura resulta mortal. Hermann Broch, mi novelista austriaco preferido, decía que «la única moralidad del escritor es el conocimiento». Solo tiene razón de ser un trabajo literario que desvele un fragmento desconocido de la existencia humana. Escribir no es predicar una verdad. Es descubrirla”.