Micmacs

La película rebosa detallismo por los cuatro costados. Hay tantos que algunos pueden incluso pasar desapercibidos. Son detalles visuales, cómicos y siempre surrealistas. Pero la gran virtud del surrealismo de Jeunet, a diferencia del de Buñuel, es su ternura. Son guiños que humanizan su película y dignifican los personajes. Y en eso entronca mucho con Chaplin, en los gags, y con Tati, en planteamientos escénicos. Pero Jeunet no es la suma de Chaplin y Tati, es otra cosa, bastante inclasificable. Sus personajes son desheredados, pero forman una comunidad feliz que en este caso sí que recuerda muy claramente a la de Vive como quieras de Capra. Son entrañables, se apoyan unos a otros, se cuidan, y por encima de todo, acogen generosamente las extravagancias de cada cual. Así tenemos a Chasquido -que hace lo propio-, a la chica de Goma -que es contorsionista y duerme en la nevera-, a Calculadora -que es una joven capaz de averiguar pesos y medidas con sólo mirar-, a Pete -que inventa cosas-, a Remington -que quiere escribir novelas a base de idiotismos- o Talego -que se ha pasado la vida en la cárcel-. Todos viven bajo el cuidado de Mama Pan, que les alimenta y "educa".
La fuerza de la película radica en esta forma de entender el humor, que hace simpáticos para el público hasta a los villanos, y que está atravesada de una positividad sincera, sin huella de cinismo, y de una ironía no destructiva. Un humor que en Jeunet precisa de tres pilares: los actores (soberbios Dany Boom, Yolande Moreau o Dominique Pinon, por ejemplo); la fotografía, siempre onírica y nada realista; y la dirección artística, incoherente y surrealista. Porque la historia en sí no tiene mucho interés, y sus propuestas críticas antiarmamentistas tampoco son gran cosa. Algo hay que dejar claro: para disfrutar de esta película hay que tener un sentido del humor que sintonice con Buñuel o los hermanos Marx, por ejemplo. Si no el film sólo producirá asombro y perplejidad.