Mi pregunta y un hecho irreductible

Sociedad · Vicente Martín
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15 junio 2021
Lo que estamos viendo estos días, lo que últimamente está en la mente de todos como un azote brutal, el desenlace de las niñas de Tenerife asesinadas por su padre.

Toda la gente en la empresa estaba consternada (“desde ayer me he quedado con mal cuerpo”, “no he podido dormir”), con una pregunta abierta. Todos los locutores de radio, algunos contando la noticia con un nudo en la garganta, todos los periódicos… y la pregunta, ¿por qué?

Ante esto también yo me quedo consternado, me quedo sin palabras. Me doy cuenta de que las respuestas hechas ni me convencen a mí, ni podría decírselas a la madre de las niñas. Y surge con fuerza una cuestión que me planteo en primer lugar a mí mismo: ¿hay esperanza?

Ante este tipo de sucesos tan brutalmente duros, ante esta pregunta, yo no tengo una respuesta.

Entonces podría pensar que a uno le falta fe, le falta recorrido racional, le falta discurso, le falta entendimiento. Y me doy cuenta de que este pensamiento de mi incapacidad es el comienzo de la perversión del camino humano. Porque no se trata de un conocimiento aprendido, ni un discurso, porque te quedarías mudo frente a esa madre. ¿Qué le podrías decir? ¿Podrías acercarte y decirle “hay esperanza”? ¿O acercarte sin decirle nada, afirmando internamente “hay esperanza”? Es, honestamente, complicado. ¿Hay algo fuera de nosotros, fuera de nuestros pensamientos y maquinaciones, para hacer frente a este tipo de cosas? Porque yo me veo desnudo.

Yo no sé cuál es la respuesta, pero lo que sí quisiera ver en hechos, ante mí, en acto, en persona, en soplos (momentos) de personas, en pequeños detalles, en los que sí existe esta esperanza.

Necesito un hecho irreductible. Es decir, algo que no pueda reducir a lo que yo pueda pensar, esquematizar, explicar (porque la realidad es siempre más grande que mis ideas) para poder afirmar que sí hay esperanza.

No sé por qué pasan estas cosas, no las podré entender, pero no puedo dejar de negar dos cosas. Primero la pregunta que surge en mí. Y segundo, la necesidad de volver a ver un hecho irreductible que me devuelva la esperanza.

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