Desde el escaño

Mi opción fue Camus y no Sartre

España · Eugenio Nasarre
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30 julio 2013
El centenario del nacimiento de Albert Camus (7 de noviembre de 1913), que vamos a conmemorar este año, me ha hecho revivir  tiempos juveniles. En la Facultad de Filosofía de los años sesenta los estudiantes nos enfrentábamos a un debate ineludible: Sartre o Camus. El debate adquiría tonos apasionados, ya que no cabían medias tintas. Había que tomar partido y la elección marcaba ya una posición en el horizonte intelectual y moral que se presentaba a nuestros ojos.

El centenario del nacimiento de Albert Camus (7 de noviembre de 1913), que vamos a conmemorar este año, me ha hecho revivir  tiempos juveniles. En la Facultad de Filosofía de los años sesenta los estudiantes nos enfrentábamos a un debate ineludible: Sartre o Camus. El debate adquiría tonos apasionados, ya que no cabían medias tintas. Había que tomar partido y la elección marcaba ya una posición en el horizonte intelectual y moral que se presentaba a nuestros ojos.

Camus había fallecido, con 47 años, en un absurdo y desdichado accidente de automóvil en 1960. Sartre reinaba todavía como gran mandarín de la intelligentsia francesa, que entonces era como reinar en el continente. La revista Les Temps Modernes, que dirigía, se había convertido en el oráculo de la izquierda. Pero era más que eso. Se arrogaba el poder de definir lo que era correcto y lo que no lo era. Su brújula era el marxismo. Vivíamos en el apogeo de lo que Raymond Aron denunció como “el opio de los intelectuales”, al que sucumbieron tantos en aquella Europa de la postguerra escindida en dos bloques.

Sartre y Camus habían comenzado sus batallas intelectuales en el mismo barco, acogidos ambos por la “casa Gallimard”, la editorial dominante de la cultura francesa de entonces. Camus había militado durante un breve período de su juventud en el partido comunista. Pronto se sintió incómodo y lo abandonó antes de que le purgaran como “troskista”, que era el sambenito de quienes no eran obedientes a las consignas del partido y se permitían expresar algunas críticas.  Le fue suficiente la información que llegaba sobre lo que estaba pasando en la URSS de los años treinta. Camus siempre abominó los crímenes de Estado.

A Camus le separaban de Sartre el nihilismo y el marxismo de éste. Eran demasiadas  diferencias como para poder remar en el mismo barco. Camus estaba en las antípodas del nihilismo. Al ser preguntado una vez sobre ello, confesó: “Siento demasiado gusto por la vida y por el sentido del mundo para creer que todo sea nada”. La obra de Camus fue una permanente búsqueda, a veces angustiosa, del sentido del hombre, del “hombre puro”. Pero el choque con Sartre no fue tanto de orden metafísico como de índole moral. Y eso se puso de manifiesto en las dos obras fundamentales de Camus: La peste (1947) y El hombre rebelde (1951).

Los que nos hicimos “camusianos” leímos ambas obras con fruición. La peste había sido ya acogida con reticencias por el mundo sartriano, al advertir que su indagación sobre el problema del mal contenía ciertas “aperturas” y puntos de vista inaceptables para el materialismo dialéctico. En cambio, al mundo cristiano le atrajo ese descarnado y honesto acercamiento al problema del mal, aunque la perspectiva de Camus fuese la ausencia de Dios. Cuenta Julien Green que, interpelado por un creyente en un coloquio celebrado en un convento de los dominicos en París, Camus contestó: “Yo soy su Agustín anterior a la conversión. Me debato con el problema del mal, y no salgo de él”. San Agustín no era un desconocido para Camus. Su tesis de licenciatura  versaba sobre Plotino y san Agustín. Pero La peste  no era sólo una novela sobre el problema del mal. Contenía una demoledora crítica de la sociedad totalitaria. El terror que se desata en  la ciudad sacudida por la peste era la imagen del que engendra el poder totalitario. Y ello también lo advirtió el mundo comunista.

La ruptura con Sartre se culminó tras la publicación del ensayo El hombre rebelde, en el en el que hacía un recorrido de los diferentes modelos de rebeldía en el hombre contemporáneo. Con gran lucidez desmontaba, desde el punto de vista moral, el dogma  de la justificación de los medios en función de la “bondad” de los fines revolucionarios. Camus aborrecía la violencia y la mentira, que defendían los que propugnaban la “moral revolucionaria”. Jacobinos y bolcheviques, intocables en la historiografía de aquellos años, cayeron del pedestal en el que estaban instalados. Camus creía fuertemente en la distinción entre el bien y el mal y le resultaba imposible admitir que del mal se pudiera derivar cualquier bien.

Naturalmente Camus recibió una dura condena de Les Temps Modernes, que se centró en la descalificación de su persona.  Se produjo, así, el famoso enfrentamiento entre Sartre y Camus, que alimentaba nuestras discusiones. Y que se prolongó en la “cuestión argelina”, que amargó al Premio Nobel francés los últimos años de su vida. Fue precisamente en Estocolmo, al recibir el galardón, cuando pronunció una de sus frases más célebres y peor entendidas: “Siempre he condenado el terror. Debo condenar también un terrorismo que se ejerce ciegamente, por ejemplo en las calles de Argel, y que un día puede golpear a mi madre o a mi familia. Creo en la justicia, pero defenderé a mi madre antes que a la justicia”. Los titulares se quedaron con las últimas palabras y provocaron un hipócrita escándalo. Sin embargo, la frase es certera y resume perfectamente el pensamiento de Camus: no se puede alcanzar la justicia con métodos inmorales. Sería una falsa justicia. Por encima está el ser humano, cuya dignidad siempre hay que respetar.

Cuando fui a París por primera vez, me asomé a la casa de la rue Madame, cerca de la Plaza de San Sulpicio, donde Camus vivió con su familia. Y procuro hacerlo en cada ocasión que puedo. Es mi pequeño homenaje al gran escritor francés, que me ayudó a  descubrir valores morales fundamentales. En el año de su centenario merece la pena leer y releer sus obras, que tienen plena vigencia. No creo que haya mejor lectura para este verano. Tendremos tiempo para conmemorarlo como se merece.

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