Merci, maestro Spinosi! Magnifique!

Cultura · Lucas de Haro
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14 mayo 2012
Este fin de semana, el Auditorio Nacional de Música ha "regalado" tres sesiones de un gran concierto: Sinfonía nº 35 de Mozart, Concierto para Contrabajo de Vanhal y Sinfonía nº4 de Beethoven. Aunque algunos ya lo conocerían, muchos de los profanos musicales que acudieron a la cita se han encontrado con un director que imanta. Tanto, que obliga a preguntarse quién es y por qué dirige de esa forma. A continuación, algunos de los descubrimientos de uno de esos profanos; quizá los expertos prefieran abstenerse de seguir leyendo.

Pensando en unplan familiar para el domingo por la mañana, se echa un vistazo a la ofertamusical del fin de semana en Madrid y se sacan cuatro entradas para elconcierto de la Orquesta Nacional de Música en el Auditorio. Un programa más omenos conocido, salvo Vanhal.

Solo quedaban plazasen la primera fila, así que las casi dos horas de música se pasarán a los piesde los violines y enfocando el perfil izquierdo del maestro francésJean-Christophe Spinosi. Te engancha desde el primer momento, es evidente quela orquesta no va sola, traza arcos y dibuja compases con la batuta, no duda endejarla en su boca unos segundos para mecer sus brazos y que los músicosimaginen una nana mozartiana.  En más de una ocasión, no consigue evitar quese le escapen un par de saltos encima del estrado. El personaje ya se hapresentado al público que ha llenado el Auditorio. Segundo acto: Toni García,contrabajo, es el solista del concierto de Vanhal. Una delicia. El folletopreparado por la OCNE ayuda a entender que "Es toda una sorpresa el momento enel que en lugar del ronroneo de un gato ronco se nos aparece la timbrada voz deun violonchelo al que la experiencia de la vida ha cambiado el carácter".Spinosi frena en sus aspavientos, el protagonista no es ni siquiera García, esel contrabajo. Se acerca el tercer movimiento y los maestros se miran, traen ala memoria a Von Karajan y Battle, tararean juntos y marcan así el ritmo delfinal de la obra. Tercer acto y desenlace: la cuarta sinfonía de Beethoven nospermite disfrutar de un Spinosi al que creemos conocer de toda la vida trashaber compartido con él la primera parte del concierto. Antes del Allegro, parece leerse en sus labios laconsigna para los músicos: "Jazz! Jazz!"; el jefe de la banda – de profesióntambién violinista – no duda en lanzar arcadas de cuerda con su batuta y moverla cadera al ritmo de Beethoven para transmitir al público, sin pudor y sinescándalo, su forma de vibrar con la música. En el desenlace, una propina haydniana imposible de escuchar porqueel auditorio adelantaba el gran aplauso final que llevaba más de hora y mediacustodiando.                   

Spinosi,llamado por algunos "El director que llora cuando dirige", es corso de origen ybretón de adopción; está casado y tiene 5 hijos. En un primer vistazo por lared, quizá sea una entrevista concedida a Téléramaen 2008 el material que mejor permita hacerse una idea de la pasta humana deldirector:

Preguntado porsu relación con Vivaldi, responde: "Las óperas de Vivaldi dan confianza a losintérpretes, los empuja a entregarse de manera absoluta, casi impúdica. Estamúsica pide ser vivida. ¡No tengáis miedo, como decía Juan Pablo II! Está hechaa nuestra semejanza". Acerca de las críticas que recibe por parte de algunos barroquistas, cuenta un episodio queejemplifica cómo usa su libertad musical: "La mañana misma de la grabación, aquemarropa y a título de experimento, pedí a Jaroussky que estirara el tempo almáximo, que suspendiera la noción del tiempo. A los violinistas, que tocaracada uno con una única cerda con el fin de que, todos juntos, fueran un soloarco". No es de extrañar que algunos lo perciban como un showman sobre elestrado, Spinosi se explica: "Mi `improvisación' es la misma que la de un mago.Cuanto más trabaja, más grande es el misterio. (…) Cuando dirijo una obra, lavivo en una exaltación física, me identifico con todos los personajes. Reciboflechas en el corazón, cuchilladas en la espalda, tortazos en la cara."

En fin, unacrónica de agradecimiento escrita a cuatro manos para una mañana de domingo quehace preguntarte por el Infinito y recordar que lo conoces y que acampa a tulado.

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