¿Memoria o historia?

Mundo · Luis Antonio Ferrero
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29 abril 2014
Hace pocos días se estrenó en el BAFICI-2014 (Festival de Cine Independiente de Buenos Aires), El Diálogo, documental dirigido por Pablo Racioppi y Carolina Azzi. El mismo muestra a Graciela Fernández Meijide y Héctor Leis conversando sobre nuestro pasado reciente.

Hace pocos días se estrenó en el reciente BAFICI-2014 (Village Recoleta, CABA-Argentina), El Diálogo, documental dirigido por Pablo Racioppi y Carolina Azzi. El mismo muestra a Graciela Fernández Meijide y Héctor Leis conversando sobre nuestro pasado reciente.

Ella fue profesora de francés, activa militante en la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos a partir del secuestro y posterior muerte de su hijo Pablo de 17 años, recorriendo luego varios ámbitos de la política nacional. Él, hoy exiliado en Florianópolis, fue militante comunista, peronista y, finalmente, miembro de la organización armada Montoneros. En este período brasileño estudió filosofía y ciencias políticas.

El Diálogo transcurre en Florianópolis en mayo de 2013, sobre el dramático tema de los Setenta. Cuestión desde hace un tiempo largamente debatida en nuestro suelo, tanto por literatura académica como por los medios periodísticos. Ambos protagonistas miran ese pasado que vivieron, que recorrieron a través de diversas experiencias, sin sacralizarlo ni banalizarlo, con una mirada fuertemente autocrítica, en una búsqueda constante por la verdad. También revisitando la tragedia argentina de los 70 con algunas diferencias entre ellos. Expresiones como “en Argentina somos todos Videla” (Leis) o “yo lo que no puedo tener es el sentimiento de revancha, de eso escapo, no quiero que esté preso un tipo que está enfermo” (F. Meijide), van en ese sentido.

Lo que primero salta a la vista mirando este diálogo, tan sencillo en su simple humanidad, entre estos dos protagonistas de aquellos años, es la necesidad que tenemos los argentinos de volver a encontrarnos, de volver a charlar entre nosotros. De volver a mirarnos sin tantos caricaturescos prejuicios. De alejar de nosotros “esa particularidad extraña que tenemos de amar nuestras miserias más que nuestros bienes, de sentirnos tan atraídos por nuestros males, de permanecer casi hechizados por ellos” (M. Zambrano), característica por cierto no exclusivamente nuestra.

Dice Leis: “Lo que se vivió en los años 70 no fue una tragedia provocada por individuos sino por una cultura de violencia y muerte compartida entre las principales elites y las masas… Mi hipótesis es que la nación fue acunada en una guerra civil que se internalizó en el inconsciente colectivo, que los argentinos se acostumbraron a vivir en estado de guerra permanente, manifiesto o latente, que la paz los aburre”.

Lo segundo: la necesidad de una mirada crítica a nuestra historia reciente. Que no puede ser separada de ningún modo de todo nuestro pasado, de todo lo que vinimos siendo desde un pasado más anchuroso que el de Doscientos años. Sin la complacencia de quienes se aquietan con la última versión de “una historia oficial refundadora”, ni náufragos de aquella miserable expresión de que “la culpa siempre la tuvieron otros”.

Así dice Todorov: “La Historia no se hace con un objetivo político (si es así, es una mala Historia), sino con la verdad y la justicia como únicos imperativos… La Historia nos ayuda a salir de la ilusión maniquea en la que a menudo nos encierra la memoria: la división de la humanidad en dos compartimentos estancos, buenos y malos, víctimas y verdugos, inocentes y culpables”.

Como consecuencia de todo ello, también, la necesidad que tenemos de conocer nuestra verdadera historia. No la simple memoria (sacralizada o banalizada), sino la historia. ¿No fueron nuestros doscientos últimos años un ininterrumpido sucederse de luchas fratricidas (aunque no lo denominemos con tal nombre)? “La buena memoria histórica es aquella que ayuda a una comunidad a ser amiga de ella misma, sin faltar a la verdad”, afirma Leis en otro momento. ¿Por qué persiste el abismo de odio que aún hoy nos separa? ¿No permanece todavía el resentimiento en los poros de la sociedad argentina si bien de forma ambigua y confusa? “No existe ironía más cruel que la justificación política de la muerte del ‘otro’ en nombre de la democracia”.

Finalmente, asevera Leis, la reconciliación es la única solución existente, junto al necesario, arduo, perdón. Que nacen sólo de la verdad (“sin verdad no hay qué perdonar”). El Diálogo es un buen recomienzo. ¿Lo retomaremos?

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