Entrevista a Angelo Scola, arzobispo de Milán

Matrimonio y fe: una relación que hay que repensar

Mundo · Luciano Moia
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24 septiembre 2015
En cierto modo, la Iglesia de Milán ya ha dado una respuesta “sinodal” al crear la Oficina diocesana para la acogida de los esposos en crisis, que entró en funcionamiento hace unos días, y que responde al llamamiento del Papa a propósito de la necesidad de abrirse, con espíritu de renovada fraternidad, a las urgencias de las parejas “en riesgo de explosión”. “Es una tarea dura, pero Francisco ha invitado a los obispos a hacerse cargo de las familias heridas. Y nosotros estamos en ello”, señala el cardenal Angelo Scola, arzobispo de Milán.

En cierto modo, la Iglesia de Milán ya ha dado una respuesta “sinodal” al crear la Oficina diocesana para la acogida de los esposos en crisis, que entró en funcionamiento hace unos días, y que responde al llamamiento del Papa a propósito de la necesidad de abrirse, con espíritu de renovada fraternidad, a las urgencias de las parejas “en riesgo de explosión”. “Es una tarea dura, pero Francisco ha invitado a los obispos a hacerse cargo de las familias heridas. Y nosotros estamos en ello”, señala el cardenal Angelo Scola, arzobispo de Milán.

Eminencia, ¿qué podemos esperar concretamente del próximo Sínodo?

Me parece oportuno señalar la naturaleza de la asamblea sinodal. No es un lugar de decisión, sino un ámbito de puesta en común, de comunión entre obispos de las iglesias del mundo entero a las que el Papa pide consejo sobre temas especialmente urgentes para la vida de la Iglesia. En este sentido no hay que esperar del sínodo “decisiones” –estas, si las hay, las tomará el Papa–, pero sí un renovado ímpetu misionero. Lamentablemente, la super-exposición mediática de este año ha hecho muy difícil entrar en el fondo de la cuestión. El Santo Padre ha convocado la asamblea del Sínodo para reflexionar sobre la vocación y la misión de la familia en la Iglesia y en el mundo contemporáneo. La Iglesia siente la necesidad de profundizar, con renovado vigor, en la belleza universal del designio de Dios sobre matrimonio y familia.

En estos días ha empezado a funcionar una nueva oficina diocesana para acoger a las personas cuyo matrimonio está en crisis. ¿Es un compromiso más “jurídico” en sentido amplio o más pastoral?

Esta nueva oficina trabajará en estrecha colaboración con la pastoral familiar, los consultores familiares y el tribunal diocesano, y por tanto podrá encontrar la ayuda necesaria para desarrollar su tarea, que es pastoral en sentido integral. Aunque el trabajo será duro, la creación de esta oficina quiere dar una respuesta concreta a la invitación que el Santo Padre ha dirigido a los obispos a hacerse cargo directamente de las familias heridas.

Recientemente, usted ha propuesto retomar con determinación la teología del matrimonio.

Esta propuesta pretende subrayar la necesidad de retomar con decisión la teología y la reflexión canónica sobre el matrimonio a partir de su naturaleza sacramental. En este contexto, la pregunta sobre la fe adquiere toda su importancia. Si por una parte está fuera de toda duda que nadie puede arrogarse el derecho a medir la fe de los demás, por otra la fe siempre tiene una dimensión de comunión eclesial. Esta, según ciertas condiciones respetuosas con la conciencia, puede permitir verificar si los contrayentes pretenden hacer lo que hace la Iglesia.

Hablemos de las parejas que conviven. ¿Es correcto, como sugiere el Instrumentum laboris, mostrar “aprecio y amistad” hacia ellos, reconociendo “elementos de coherencia con el designio de la creación de Dios”?

Como siempre en estos casos, la gran tentación es generalizar. La sabiduría de la Iglesia, en cambio, siempre ha acompañado a la persona en su camino particular. Hay casos en que una convivencia está abierta al sacramento y en otras aún no es así. De cualquier modo, los recientes debates han puesto en evidencia lo que yo considero la urgencia principal de la que el sínodo deberá ocuparse necesariamente: la reflexión sobre el matrimonio, sedimentada a lo largo de los siglos, pide ser repensada. Muchas veces está hecha de yuxtaposiciones que minan la unidad y la sencillez.

¿Cómo puede desarrollarse esta reflexión?

Hay que profundizar en el nexo fe-matrimonio, el significado de la naturaleza sacramental del matrimonio, y por qué no puede reducirse a una suerte de “contrato natural”. Si así fuera, sería el resultado de la pura voluntad de los contrayentes.

A propósito de esto, ¿no habría que valorar también el miedo creciente a casarse por parte de los jóvenes? ¿No le parece que será necesario ir a la raíz de este malestar para delimitarlo?

Esta es una de las tareas fundamentales de la acción educativa. Los cristianos están llamados a testimoniar y a dar razón del amor “para siempre”, condición constitutiva de la naturaleza misma del amor. Un deseo que habita en el corazón de todos los hombres, de todo tiempo y lugar. El amor no es solo pasión, afecta a la persona entera, en su unidad de cuerpo-alma, de hombre-mujer, de individuo-comunidad, por citar las famosas polaridades a las que se refería Von Balthasar. El miedo será derrotado por el descubrimiento del buen amor. El que Jesús nos ha mostrado.

Estos meses se ha hablado mucho de misericordia, casi en contraposición a la verdad. ¿Son exigencias realmente distintas o es una simplificación mediática?

Cuando el Instrumentum laboris afirma que “la misericordia no quita nada a la verdad”, no hace más que volver a proponer lo que dijo Jesús: “Yo soy el camino, la verdad y la vida”. Es una grave contradicción pensar que misericordia y verdad se oponen. Ciertos pasajes de la Lumen fidei, la primera encíclica del Papa Francisco, son de gran ayuda para comprender que la verdad se propone siempre a la libertad del hombre. Por eso la verdad viviente y personal que es Cristo mismo, mediante la misericordia, vuelve a poner continuamente al hombre en camino. Esto es el buen amor. Si el buen amor de aquel que nos llamó primero no nos donase la posibilidad de volver a empezar –pero digámoslo con palabras evangélicas–, si no nos moviera a la conversión, ¿qué misericordia sería?

Respecto a proyectos formativos “impuestos por la autoridad pública” en contraste con la visión humana y cristiana, el Instrumentum laboris confirma el derecho a la objeción de conciencia de los educadores. El pensamiento se va inmediatamente a proyectos inspirados en la llamada ideología de género. ¿Le parecen adecuadas estas indicaciones?

Es necesario insistir en que la educación es sobre todo tarea de las familias, eje de la sociedad civil. El Estado debe respetar este dato. Aun antes de entrar en el contenido de las propuestas educativas de las instituciones públicas, es importante subrayar que estas no pueden arrogarse competencias que van más allá de estar al servicio de la sociedad civil. En una sociedad democrática, la objeción de conciencia, cuya práctica debe ser cuidadosamente evaluada caso por caso, antes que un derecho es una garantía de libertad. Siempre es arriesgado pretender que los hombres sacrifiquen su conciencia. Esta sin duda es de la persona, pero tiene un valor social intrínseco.

Sobre los cursos de preparación al matrimonio, se aconseja una sinergia entre pastoral juvenil, familiar, catequesis, con la colaboración de movimientos y asociaciones. ¿Es adecuado el ámbito pastoral?

No es en primer lugar una cuestión de estructuras y programas, aunque es necesario. Lo importante, en mi opinión, es privilegiar la atención hacia los interlocutores reales de la acción pastoral. Hay que interceptarlos en los lugares y tiempos de su vida cotidiana, sin pretender llevarles “a otra parte” para darles la posibilidad de vivir o volver a empezar un camino de fe. El matrimonio y la familia son vías privilegiadas para descubrir la belleza y conveniencia de la fe en la vida diaria.

Camino penitencial para los divorciados vueltos a casar. Las opiniones son diversas y, en parte, divergentes. En su opinión, ¿cuál podría ser el camino oportuno?

La fórmula del Instrumentum laboris está articulada porque refleja la riqueza de contribuciones de los padres sinodales durante la asamblea extraordinaria del año pasado. Por lo que se refiere al llamado “camino penitencial”, ¿qué se entiende con esta expresión? ¿Un camino de conversión que implique una superación de la norma? ¿Una especie de “pena” para regular la propia situación? Como he dicho, es necesario seguir profundizando.

La tradición ortodoxa de la llamada “oikonomia” –condescendencia pastoral respecto a los matrimonios fracasados–, ¿podrá representar una oportunidad sobre la que reflexionar?

La teología y la praxis sacramental de las iglesias ortodoxas son muy distintas de la católica. Según la mayoría de los expertos en la materia, es al menos incorrecto hacer comparaciones. Además, la llamada “oikonomia” ni siquiera se contempla por los ortodoxos como un principio general, y mucho menos como una norma que pueda establecerse y aplicarse indistintamente a todos. En la tradición latina se habla de “epicheia”, que no es una excepción a la norma, sino la oportunidad de ir, en cada caso particular, hasta el fondo al principio de justicia que la norma propone.

A propósito de las familias en las que hay personas con tendencia homosexual, se solicita la formación de “proyectos pastorales diocesanos”. Una tarea nada fácil y que, al menos por lo que respecta a nuestras comunidades, constituye un camino por hacer. ¿Cuáles podrían ser las modalidades para seguir estas indicaciones?

He insistido muchas veces en el carácter insuperablemente personal de la diferencia sexual utilizando una expresión un poco técnica pero rigurosa: la sexualidad implica un “proceso de sexuación”. Con esta afirmación se quiere hacer referencia al camino que cada hombre y cada mujer –heterosexual u homosexual– debe hacer necesariamente a lo largo de toda su vida para descubrir la verdad objetiva de la diferencia sexual.

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