Matrimonio de homosexuales en Argentina
No se conforman con que se aprueben normas que reconozcan a sus uniones civiles los mismos derechos. Tampoco les alcanza la creciente tolerancia social y el respeto hacia su forma de vida. Quieren, contra viento y marea, ser "matrimonios". Como si acaso en el subconsciente percibieran, como con cierta nostalgia hacia un bien anhelado pero perdido, el enorme valor de la vida matrimonial… vida matrimonial que, obvio, hizo posible que tuvieran vida.
"Lo reivindican para modificarlo en su esencia", quizá me retruque algún lector. Estoy de acuerdo porque si consiguen su propósito la palabra matrimonio pasará a designar dos cosas que claramente no son lo mismo. Es como si de golpe decidiéramos que al círculo lo llamemos rectángulo. Y, por ende, cuando digamos rectángulo ya no sabremos si hablamos de un rectángulo propiamente dicho o de un círculo.
Pero volvamos al núcleo de la provocación. Porque, como sea, equivocados o con intenciones cuestionables, los homosexuales luchan por ser matrimonios. ¿Y los verdaderos matrimonios?, ¿están orgullosos de serlo?, ¿lo reivindican como una importante institución que les ayuda a ser felices?, ¿lo proponen a sus hijos como un camino válido para realizarse en la vida?, ¿o acaso se casaron por una formalidad, por una convención social, sólo por obediencia a las costumbres establecidas y sin jugar consciente y libremente su vida en ello?
Deberíamos preguntarnos por qué hay tantos jóvenes que, pudiendo casarse, esquivan el compromiso que supone hacerlo y prefieren unirse de hecho. Mientras los homosexuales luchan denodadamente porque sus relaciones sean reconocidas como matrimonios, los que no tienen impedimento legal alguno optan por convivir sin casarse. ¿No será que no encuentran testigos?, ¿no será que no encuentran en los matrimonios que conocen rostros que contagien el camino elegido?, ¿o los encuentran pero son cada vez menos?
Aunque suene paradójico, vienen tiempos especiales -y quizás muy fructíferos- para quienes de verdad quieran defender realidades como la unión del hombre y la mujer en matrimonio o la vida desde el primer instante de la concepción, no por ideología ni por doctrina ni por mera obediencia a convencionalismos, sino por convicción, como opción libre para realizarse como personas.
Tiempos especiales, sí, porque ya no serán comportamientos instituidos, legales, establecidos, impuestos por las costumbres, homologados por el poder. Volverán a ser genuinas elecciones de vida hechas incluso a contracorriente. Como le ocurrió al cristianismo dos mil años atrás, como ese pequeño grupo que se atrevía a vivir de otro modo y, lo más interesante del caso, perseveraba en ello hasta el martirio, porque decían haber encontrado un tesoro incalculable que los hacía felices. Tiempos especiales en los cuales, ya sin leyes que cobijen ni amparen, volverá a ser exaltada la libertad.
Para terminar, para reforzar la provocación de estas líneas, una cita del socialista francés Charles Péguy, acerca de la "aventura" de formar una familia: "Solo hay un aventurero en el mundo, como puede verse con diáfana claridad en el mundo moderno: el padre de familia. Los aventureros más desesperados son nada en comparación con él. Todo en el mundo moderno está organizado contra ese loco, ese imprudente, ese visionario osado, ese varón audaz que hasta se atreve en su increíble osadía a tener mujer y familia. Todo está en contra de ese hombre que se arriesga a fundar una familia. Todo está en contra suya. Salvajemente organizado en contra suya… Él y sólo él está de verdad involucrado en las cosas del mundo. La única aventura que existe es la suya. Los demás están involucrados con sus cabezas, es decir, con nada. El que es padre lo está con todos sus miembros. Los demás sufren por sí mismos. Sólo él sufre a través de otros".
Olvidé un detalle. Péguy escribió esto antes de la Primera Guerra Mundial. Toda una profecía acerca de los desafíos de fundar una familia. Desafíos propios de una aventura tanto más válida cuanto más riesgosa.