Entrevista al cardenal Angelo Scola, arzobispo de Milán

´Más que los derechos, importa la libertad´

Mundo · Martino Cervo
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13 mayo 2016
“Existe un pueblo vivo, un núcleo”. Algo duro de roer, parece decir Angelo Scola. Está hablando de la Brianza, enclave italiano que el cardenal ha recorrido en una serie capilar de visitas pastorales por toda la zona. El arzobispo de Milán observa con asombro la confirmación de una “participación activa, no formal” de la gente en estos encuentros, signo tangible no de un clericalismo sino de una “pregunta por el sentido” que late y se afianza en hombres y mujeres.

“Existe un pueblo vivo, un núcleo”. Algo duro de roer, parece decir Angelo Scola. Está hablando de la Brianza, enclave italiano que el cardenal ha recorrido en una serie capilar de visitas pastorales por toda la zona. El arzobispo de Milán observa con asombro la confirmación de una “participación activa, no formal” de la gente en estos encuentros, signo tangible no de un clericalismo sino de una “pregunta por el sentido” que late y se afianza en hombres y mujeres.

Eminencia, ha dicho usted que para el cristiano “la misión no es estrategia”, ¿qué significa?

Que la misión es testimonio. Lo vemos leyendo el Evangelio. Para cumplir la misión que le confía el Padre, Jesús no elabora estrategias sino que propone con su autoridad una vida, un tipo de relación plenamente humana, cuya fuente está en su relación con el Padre, que los suyos serán luego llamados a comunicar por todo el mundo. Él implica a todos, empezando por los apóstoles, en una creciente, concretísima familiaridad con su persona. No hay nada estratégico, ni para los individuos ni para las comunidades cristianas, ni siquiera cuando surgen las primeras exigencias “institucionales”, como describe el célebre pasaje de los Hechos que nos habla de la primera comunidad de Jerusalén. Reunirse para vivir la cena eucarística y para escuchar la enseñanza de los apóstoles, así como la tensión a vivir la comunión, son todos elementos concretos muy arraigados en lo cotidiano para comunicar, de manera libre y espontánea, un tipo de vida. Porque cada uno de nosotros comunica lo que es. Pero el testimonio no se puede reducir al buen ejemplo: es una forma de conocer adecuadamente la realidad, es decir, de comunicar la verdad. Esta es la verdadera razón de ser del cristianismo, es la modalidad con que el cristianismo intenta hablar a todos los hombres. El cristianismo, si es fiel a su naturaleza, nunca tiene miras hegemónicas. Estas, en cambio, se desarrollan fácilmente en el terreno de la ideología o de la utopía. En ciertos momentos, la Iglesia también ha sido víctima de ello, pero en su esencia el cristianismo incide en la historia cuando permanece en esta posición testimonial. El resultado de la obra que el Padre confía a sus hijos, a partir de la Cruz de Jesús, nunca está en sus manos.

Esta definición de misión, ¿no lleva a una especie de retirada, a una concepción privada de la fe?

En absoluto, porque el cristianismo –como afirmó en una ocasión el cardenal Ratzinger– por el mero hecho de decirle al hombre quién es y cómo vivir ya genera cultura. Juan Pablo II observó que “una fe que no se hace cultura no es madura, y sobre todo no se comunica”. El testimonio expresa la modalidad con que esta fe se hace cultura. No para conquistar un poder sino para comunicar un atractivo encontrado como sentido de la vida y que no se puede mantener por sí mismo. Todos hablan de principios, de valores, pero estos se quedan en el papel. Yo prefiero decir que la fe tiene implicaciones antropológicas, sociales, ecológicas, que en una sociedad plural entran en relación con otras visiones del mundo. Los cristianos están llamados a llevar su testimonio público utilizando también las formas jurídicas, económicas, culturales y sociales de que dispone, con el coraje de confrontarse mediante una narración continua con los demás sujetos que habitan en esta sociedad, en vista de un reconocimiento mutuo. Si yo estoy convencido de que una sociedad es sana cuando se fundamenta sobre una familia como unión estable y abierta a la vida entre un hombre y una mujer, tengo el deber de proponer esta visión, más aún en una sociedad plural. Si no la propongo, le quito algo a esta sociedad. No me gusta el lenguaje de la militancia, lo considero totalmente superado en nuestra sociedad. Desde este punto de vista, me parece que la posición del Papa Francisco resulta muy eficaz.

¿Qué ha visto en la Brianza durante estas semanas de visitas pastorales?

Un núcleo de pueblo aún muy sólido, que vive un sensus fidei elemental, originario y poderoso, del que aprendo mucho. Pero, como decía el beato Pablo VI, esta fe al salir de la iglesia y entrar en la vida cotidiana no siempre consigue asumir la “mentalidad y los sentimientos” de Cristo. Recuperando una famosa imagen suya, debemos colmar el foso que separa la fe y la vida, para pasar de la fe por convención a la fe por convicción, para poder decir con sencillez a cualquiera: “Ven a ver”, como dijo Jesús a Juan y Andrés. Este es el filo de la espada en el que nos movemos.

Ocho de los ayuntamientos de la Brianza irán a votar en menos de un mes, ¿qué espera y qué pide a los cristianos?

Como hemos querido decir en nombre de todo el Consejo Episcopal Milanés en el documento publicado con motivo de las próximas elecciones, este tiempo lleva consigo una urgente invitación a los cristianos a ponerse en juego seriamente desde dentro de la política, también y sobre todo de cara a las elecciones administrativas. Nunca ha sido tan actual la famosa frase del Papa Montini que consideraba la política como la forma más alta de caridad. Hace falta eso que llamamos “vida buena”. Los “diálogos de vida buena” que se están desarrollando en la diócesis de Milán han suscitado un gran interés en todos. No hay otro camino fuera de una amistad cívica en la que, como decía Edith Stein, amor y verdad son inseparables. Además el llamamiento recientemente suscrito prácticamente por todas las realidades eclesiales y los movimientos en la diócesis es un acontecimiento histórico que, en esta perspectiva, juzgo como muy positivo.

Usted ha firmado el prólogo de una edición de la “Amoris laetitia”, la exhortación post-sinodal del Papa Francisco. ¿Cuál es el corazón de este documento y por qué cree que ha sido tan discutida en el ámbito laico?

El objetivo central de este gran trabajo que ha llevado dos años es promover la familia como “sujeto de evangelización”, es decir del anuncio y del testimonio de Jesucristo. Los capítulos se desarrollan para fundar esta vocación misionera insustituible. Todos los grupos familiares, que desarrollan una acción excelente, están llamados a pasar de los locales de la parroquia y de las asociaciones a la “iglesia doméstica”, es decir, allí donde se afronta la vida cotidiana. Jesús se encarnó para ser una compañía que nos guía al destino: afectos, trabajo, descanso, dolor, mal moral, muerte, educación, justicia social están contenidos en la vida de cada uno, y la misión es vivir estos datos en Cristo. A cada persona, a cada familia –en primera persona y con otros núcleos– corresponde la tarea de sostenerse en el valorar y juzgar todas las circunstancias y relaciones de la vida –fáciles o difíciles– con la mentalidad y los sentimientos de Cristo. Este es también el mejor método para valorar a los fieles laicos como sujetos y no como “clientes” de la Iglesia. Precisamente por esto dedica el Papa dos capítulos al amor nupcial y a la educación de los hijos después de haber anclado en la tradición de la Iglesia la visión cristiana del matrimonio, y después de haber descrito los desafíos actuales de la familia de nuestros días. En esta perspectiva plantea también la cuestión de una actitud positiva de acompañamiento, de discernimiento y de integración de todas las familias heridas que se encuentran en situación problemática. En el texto no veo que haya espacio para otra cosa; otra cosa es cómo los medios han retomado este texto…

Personalmente, ¿cómo ha cambiado este papado su misión?

Debo reconocer, con mucha humildad, que me ha provocado el estilo con que este Papa se mueve. Es un gran testigo de la fe, valiente, radical, autorizado, está a la vista de todos. En la medida de mis posibilidades –san Pablo decía: “Por gracia de Dios soy lo que soy”– intento, sin caer en el ridículo, imitarlo.

Como discípulo y amigo de don Giussani, ¿qué es hoy lo más valioso de su contribución de vida y qué le augura al movimiento de CL?

Don Giussani puso en marcha mi deseo cuando era un joven cansado y al margen de la vida eclesial, y lo hizo con dos factores: primero, Cristo tiene que ver con todo; segundo, para encontrarlo y entregarte a Él hay que pasar por una pertenencia sólida a una comunidad. Junto a estos factores, descubrí el valor insustituible de la encarnación. Nos preguntaba qué tenía que ver Cristo con nosotros, con los compañeros y con las materias de estudio. Una invitación poderosa a arriesgar la propia libertad, fuera del dualismo fe-vida del que hablábamos antes. Yo, educado por mi familia, por la parroquia y hasta los 16 años en la Acción Católica, ya no entendía qué tenía que ver Cristo con Calímaco, con la literatura rusa, con una naturaleza muerta de Cézanne, con la historia del movimiento obrero que nos contaban en el instituto. Gracias a Giussani y a los amigos con los que compartí esta experiencia, recuperé el nexo entre el acontecimiento de Cristo y la vida, y la urgencia de compartir el don total de uno mismo, que es la ley suprema que Jesús nos enseñó. Mi deseo es que CL encarne cada vez más en este cambio de época el carisma del Siervo de Dios Monseñor Giussani que le hizo nacer. Además, espero que todas las realidades eclesiales de la diócesis, después de la etapa dialéctica, sepan abrirse a una colaboración capaz de hacer una propuesta cristiana clara en todos los ámbitos de la existencia humana.

Usted cita muy a menudo la dimensión europea como esencial, pero habla de una Europa cansada. ¿Cuál es el origen de este cansancio, ya que hoy Europa al menos institucionalmente se ve como una jaula?

El problema es el futuro. Desde este punto de vista estoy muy preocupado y triste. Me parece que la cuestión económico-financiera se ha adueñado de todo y eso inevitablemente lleva consigo el riesgo de grandes conflictos entre las economías más avanzadas y la menos, incluso dentro de la Unión Europea. Al decir esto no quiero “idealizar” la cuestión. Después de la Segunda Guerra Mundial, los padres de la UE comenzaron precisamente a partir de lo concreto, del carbón y del acero. El cristianismo es en sí mismo una gran escuela de realismo: hay que partir de las necesidades concretas, como hacía Jesús. Él se inclinó sobre la exigencia de la Samaritana de no ir cada día al pozo a sacar agua, pero a partir de ahí abrió en ella el deseo de saciar una sed mucho más poderosa en su vida.

Eminencia, ¿qué tiene que ver eso con Europa?

Europa debe encontrar el camino para identificar los puntos críticos de necesidad de sus ciudadanos, asumiendo con coraje una responsabilidad hacia todos, sobre todo hacia aquellos que, siendo más débiles, tienen más dificultades. El nuevo ciudadano europeo será inexorablemente el resultado de un mestizaje cultural, pero justamente por eso debe recuperar sus raíces. Rémi Brague insiste en la tesis de la “secundariedad” de Europa: Roma no nació como Alejandría, Jerusalén o Atenas, es decir, de una raíz original propia. Roma se dejó alimentar por aquellas raíces, reviviéndolas con el derecho y también con la linfa del cristianismo, en una nueva perspectiva. La tesis de Brague es sugerente, pero no se ha declinado. Hay que hacerlo, empezando por abajo, por los problemas reales.

¿Por ejemplo?

La caída demográfica, tan rara vez afrontada. Esperemos que Italia se decida a aprobar una política seria de verdad para la familia, para los hijos, para la libertad de educación, etc. En resumen, que se camine hacia una democracia de las libertades realizadas y no solo de los derechos proclamados. Porque cuando estos últimos terminan sobre el papel porque cualquier grupúsculo pretende que sean garantizados por ley, la vida social y el gusto de pertenecer a un pueblo terminan apagándose. Europa debe despertarse desde abajo. Hacen falta hombres y mujeres capaces de captar el ideal en la realidad, porque sin una raíz de sentido lo concreto se hace opaco.

A propósito de concreción, nuestro periódico (Il Cittadino) tiene 116 años y nace de una experiencia parroquial. Hoy, con una personalidad laica, conserva un reclamo actual a la tradición, ¿qué sugiere a los que hacen este trabajo?

Creo que la primera tarea sigue siendo la de narrar la realidad tal como es, sin buscar una falsa objetividad. Pero buscando el lado bueno, respetando la dignidad de las personas, y sobre todo evitando tratar lo verosímil como si fuera lo totalmente verdadero. Lo verosímil comporta siempre un reflejo teñido de sospecha, y este periodismo traiciona a la realidad mucho más que un error.

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